¿Qué es eso? El Güegüense es un personaje del más antiguo (y elaborado) teatro colonial nicaragüense. Va enmascarado, engaña, defiende astuta y solapadamente sus intereses, oculta sus intenciones.
La primera vez que escuché hablar del factor güegüense fue tras las elecciones de 1990. Según casi todas las encuestas, incluidas las que manejaban España y Estados Unidos, Daniel Ortega iba a sacar casi 20 puntos a Violeta Chamorro. Pero sucedió a la inversa: Doña Violeta barrió a su oponente en las urnas. Creo que sólo acertaron dos hábiles encuestadores extranjeros, Víctor Borge de Costa Rica y Alfredo Keller de Venezuela. Ambos introdujeron en sus indagaciones elementos que les permitían descontar mentiras y dobleces.
Cuando se supieron los resultados, aquello fue un terremoto político. Los encuestadores fallidos dieron una extraña explicación: habían votado cientos de miles de güegüenses. Gentes que decían una cosa y hacían la contraria. Recuerdo a un experto norteamericano que me dijo, decepcionado por su fracaso: "Este es un pueblo de mentirosos". Falso: es un pueblo de cautelosos, que es algo muy diferente.
Los nicas aprenden muy pronto, tal vez en la infancia, que la afirmación "Sólo la verdad os hará libres", atribuida a San Juan, probablemente es cierta en el lago de Galilea, pero en el de Nicaragua te puede llevar directamente al desastre. Por eso la gente oculta sus intenciones.
La observación viene a cuento de un artículo de Pedro Joaquín Chamorro publicado en La Prensa de Managua. Pedro Joaquín, político y periodista, muy cercano a la candidatura de Fabio Gadea, un exitoso empresario y comentarista radial con fama de hombre bueno y honrado, cree que los nicas, otra vez, están ocultando sus verdaderas intenciones electorales. Tienen miedo al sandinismo y mienten o no se manifiestan. ¿Cómo lo sabe Pedro Joaquín? Lo intuye, porque ha recorrido el país junto a Gadea en una campaña política casi sin recursos económicos, basada en el cara a cara y el apretón de manos, y ha percibido la misma cálida complicidad que acaso existía en 1990, época en que los nicaragüenses ponían cara de póker y sonreían cuando les hablaban de sandinismo y revolución, aunque estaban secretamente decididos a votar por la democracia y la libertad.
Mi impresión es que esta vez será más difícil derrotar a Ortega. La oposición va a los comicios amargamente dividida y tiene que ganar, en primer lugar, a Hugo Chávez, con sus cientos de millones de petrodólares, que es el gran elector. Chávez y Ortega han creado una empresa privada, Albanisa, con la que el venezolano compra influencia internacional para el sainete del socialismo del siglo XXI con dinero del patrimonio público, mientras el nica dispone de un inmenso cofre para adquirir clientela política y perpetuarse en el poder comprando votos con regalos y favores.
Porque exactamente de eso tratan estas elecciones: de perpetuarse en el poder. Daniel Ortega, que ya violentó la ley y –con el auxilio de unos magistrados absolutamente dóciles que se pasaron la ley por el forro de la Constitución– consiguió que se anulara la prohibición de la reelección consecutiva, durante el próximo gobierno hará aprobar una ley que le permita ser presidente mientras tenga deseos de ocupar la poltrona. O sea, hasta que la muerte los separe.
¿Cuánto va a durar el danielismo? En realidad, es difícil saberlo, pero los fundamentos políticos y económicos de la familia política a la que pertenece (el socialismo del siglo XXI) son muy débiles. Si Cuba era la referencia ideológica, hace ya unos cuantos años que dejó de serlo, no sólo por el inocultable fracaso de ese modelo, sino porque el gobierno de Raúl Castro, a estas alturas de la historia, no tiene la menor idea de a dónde piensa llegar en su intento por corregir las barbaridades hechas por su hermano durante medio siglo de delirios. Y si Venezuela es la chequera inagotable del grupo, tal vez pronto abandone ese costoso rol. ¿Cuándo? Probablemente, cuando Hugo Chávez salga de la escena como consecuencia de su precaria salud o de sus infinitos y hábiles adversarios políticos. Daniel Ortega, en suma, aunque desee perpetuarse en el poder, pende de un hilo bastante delgado que acabará enredado en sus tobillos. También caerá.