Tres enfermizas suposiciones de los totalitarios son que los estados deben ser omnipotentes, que los conflictos deben resolverse por la fuerza y que hay crímenes doctrinarios que son, en rigor, de los peores delitos.
Las tres aberraciones resultan de proyectar en el mundo su propia experiencia: sus estados son, en efecto, todopoderosos, y sus sistemas jurídicos son mayormente ineficaces o venales, lo que deja impotente al imperio de la ley. Por ello no distinguen entre una afrenta que supuestamente tuvo lugar en Dinamarca de una que fuera cometida por Dinamarca. Nadie osaría pedir al Gobierno norteamericano que castigase a Mel Brooks por su película La historia del mundo, primera parte (1981) –que caricaturiza a Moisés–, o demandar del Gobierno británico el encarcelamiento de los Python por La vida de Brian (1979), una comedia sobre Jesús.
Por vía legal, esta última se prohibió por un tiempo en algunos condados ingleses y en Irlanda, luego motivó libros en contra, debates televisivos en la BBC y críticas del obispo de Southwark. Pero ¿incendios?, ¿amenazas de asesinato a los productores?, ¿piedras contra embajadas?, ¿quema de banderas?
Digamos sobre el tercer punto, el de los desvíos doctrinarios, que pareciera que ningún musulmán fuese jamás asesinado en Europa, ya que se exigen disculpas por las viñetas pero nunca se demandaron por matar mahometanos. ¿No es este crimen una afrenta al Islam?
Las voces suicidas de Europa ya reclaman que se pida perdón a aquellos que incendiaron las legaciones danesas y cuyas amenazas obligaron a periodistas a renunciar o huir. La víctima debería procurar el perdón del agresor, porque éste sabe infundir miedo por doquier.
Así razonan, entre otros, los recalcitrantes Saramago y Günter Grass. El primero ha equiparado las caricaturas de Mahoma con las que pudiera dibujar algún periodista mofándose del director del periódico para el que trabaja. Saramago, cuyas equiparaciones son proverbiales ("Ramala es como Auschwitz", 25-3-02), sentenció como demostración: "A ese reportero lo echarían a la calle". Olvidó el detallecito de que, si así le ocurriera, al otro día podría buscar trabajo en otro diario, o entablar juicio por despido o por violación de contrato. Y –salvo que viva en Cuba, Corea del Norte o Irán– no sería objeto de fatwas para asesinarlo, ni se quemarían sus efigies, ni se metería fuego a las embajadas de su país.
Pero a Saramago lo deja impertérrito esta intifada continental porque proviene de un mundo intelectual parecido, en el que ridiculizar el rostro de Stalin habría sido penado con el exilio al Gulag.
No es una virtud de Siria ni de Arabia Saudí que allí nunca haya viñetas de Asad ni de Abdalá. La virtud es la de los países infieles –como Europa, EEUU o Israel–, donde la caricatura es tan libre como el resto de las expresiones humanas.
"Ah", replica Ahmadineyad socarronamente, para arremeter con su obsesión de Führer (11-2-06): "Europa y EEUU son rehenes del sionismo (…) ¿tienen acaso libertad también para ridiculizar el Holocausto?".
Sí, la tienen. Pero burlarse de la memoria de seis millones de seres humanos sádicamente asesinados es algo distinto a dibujar mal a un venerado conductor religioso, sobre todo si esos dibujos se efectúan en el contexto de centenares de atentados terroristas perpetrados en nombre del Islam.
Con todo, la cuestión no es eminentemente de libertad de expresión, sino de la primacía de los derechos humanos. Los que veneran la memoria de las víctimas del horror nazi deberían tener en Irán el derecho de responder a las caricaturas judeofóbicas de los medios de ese país por medio de apelar a un tribunal iraní, para entablar juicio contra su Gobierno por apología del delito. Pero no pueden, porque ningún tribunal juzga los delirios de los ayatolás, porque Jamenei es el enviado de Alá que decide por todos y ha decidido que Dios odia a los judíos (su tenebroso régimen es frecuentemente tildado de "elegido democráticamente" porque resultó de una votación íntegramente controlada por los ayatolás).
En Europa sí hay ley para echar mano. Cualquier ciudadano musulmán que se sienta ofendido por lo que el Jyllands-Posten publicó (¡hace medio año!) puede presentar una demanda contra el diario en un tribunal de Copenhague. Verdad que ello es menos catártico que salir a incendiar, destruir y amenazar, pero es más civilizado, con el perdón de Saramago, y el de Günter Grass, quien atribuyó las caricaturas a que el diario danés es de derechas y a la arrogancia de Occidente. Perdonad a los dhimmies, deberíamos suplicar a Jamenei, socio medieval de estos intelectuales de izquierda.
Straw en el ojo ajeno
La televisión estatal iraní informó (7-2-06) de que el ministro iraní de Exteriores, Mottaki, exhortó a su colega danés, Per Stig Moeller, a que las naciones europeas compensen al mundo islámico, herido una vez más. Más éxito que con Moeller tuvo con su par británico, Jack Straw, quien afirmó en conferencia de prensa con su colega sudanés, Lom Akol (4-2-06), que la reproducción de las caricaturas fue "innecesaria, insensible, e irrespetuosa" y que "nadie tiene la obligación de insultar o ser incendiario gratuitamente". Straw prefiere la sensatez de quienes prohibieron izar la bandera nacional en las prisiones inglesas porque la cruz de San Jorge es ofensiva para los presos musulmanes, la del mesón que retiró sus helados del menú porque su dibujo se parecía a la palabra "Alá"; la de France-Soir, que despidió a su director por reproducir las viñetas danesas, y la del cineasta holandés Albert Ter Heerdt, que canceló una presentación por miedo de que los islamistas lo acribillasen.
Los únicos cuya sensibilidad puede sufrir parecen ser los mahometanos. Por lo menos para Straw, quien, menos enfático en sus exigencias a quienes matan judíos, anunció (7-2-06) que Gran Bretaña continuaría financiando a la Autoridad Palestina pese a la victoria del Hamas, aunque advirtió de que los fondos se congelarían si se utilizaran para el terror. Hamas ya ha solucionado genialmente el problema: los recursos se utilizarán para abonar los sueldos de los burócratas locales, y el dinero de esos sueldos financiará a los niños-bomba.
Pero no todo está perdido, porque la Unión Europea ha decidido (8-2-06) enviar a Javier Solana a varias naciones árabes para apaciguarlas. Entre los países enojados se incluye Arabia Saudí, donde sólo una religión está permitida y los delitos religiosos conllevan la pena de azotes o decapitación. Que la libérrima Noruega ya haya pedido disculpas a los saudíes es uno de los más aciagos signos del tiempo que vivimos.
Hay musulmanes que así lo entienden y sin reparos condenaron el nuevo embate islamista: lo hicieron Mohamed Usman –portavoz de la máxima organización islámica afgana– y el Gobierno del Líbano, que fue sabio en no exigir disculpas de Dinamarca y ofrecérselas por el incendio de la embajada.
Podrá argumentarse que, aunque el perdón del Islam no sea necesario ni moral, valdría la pena para aplacarlos. Sería un pedido de disculpas sin objetivo de expiación, sino de calma. Pero la experiencia histórica demuestra lo contrario: ante los regímenes totalitarios con planes de hegemonía mundial, ceder sólo logra aumentar su voracidad.
Simbólicamente, el 1 de marzo jugarán en Tel Aviv un partido amistoso las selecciones de balompié de Israel y Dinamarca. En vista del rol que las dos naciones vienen desempeñando en el concierto internacional –una desde siempre y la otra durante este mes–, es natural desear que ambas salgan ganadoras. Y no sólo en el fútbol: que sepan no pedir disculpas, ni Israel por existir ni Dinamarca por gozar de un Estado de Derecho y libertad.
Son ellas dos las violentadas, las que merecen los descargos tanto de quienes las acosan como de los que justifican al agresor. Así reza desde el primer acto la súplica real de la más famosa tragedia inglesa: "Sal de tu penumbra, y que tus ojos miren con afecto a Dinamarca".
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).