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DESDE GEORGETOWN

Neoconservadores: la renovación de la derecha

Ahora que Esperanza Aguirre ha fichado a Gotzone Mora para participar en la administración de la Comunidad de Madrid, se ha dicho que no es Gotzone Mora la que ha cambiado, sino su partido, el Socialista Obrero Español. Lo mismo se puede decir de Irving Kristol y Gertrude Himmelfarb cuando decidieron votar a Nixon en las elecciones de 1972. Es el acto que les corroboró definitivamente como neoconservadores, o conservadores de nuevo cuño.

Ahora que Esperanza Aguirre ha fichado a Gotzone Mora para participar en la administración de la Comunidad de Madrid, se ha dicho que no es Gotzone Mora la que ha cambiado, sino su partido, el Socialista Obrero Español. Lo mismo se puede decir de Irving Kristol y Gertrude Himmelfarb cuando decidieron votar a Nixon en las elecciones de 1972. Es el acto que les corroboró definitivamente como neoconservadores, o conservadores de nuevo cuño.
El pensador (Rodin).
Aunque procedentes de la izquierda y del progresismo –en inglés americano, del "liberalismo"–, Kristol y Himmelfarb no tuvieron nunca demasiados problemas con el calificativo de conservadores. No ocurrió lo mismo con sus compañeros de grupo, que prefirieron respaldar a McGovern, por mucho que su candidatura simbolizara algunas de las posiciones más extremistas de la revolución cultural y de costumbres de los años 60-70.
 
Algunos de los futuros neoconservadores habían llevado lejos, efectivamente, en su exploración de las novedades de los años 60. Norman Podhoretz se distinguió en los primeros años 60 por dar cabida en la revista Commentary, de la que era editor, a ensayos radicales que a veces rivalizaban con los de algunas revistas que servían de portavoz a la intelectualidad radical chic neoyorquina, como The New York Review of Books. Las dos revistas se diferenciaron pronto, aunque Podhoretz no dudó en defender la legalización de la marihuana mientras continuaba su crítica de la nueva izquierda.
 
Ante la Guerra de Vietnam, desde Commentary se reivindicó la legitimidad del uso de la fuerza contra los regímenes totalitarios, si bien se reconocieron los errores cometidos por la Administración norteamericana. No se aceptó nunca la crítica a la guerra de Vietnam como lo que era para la Nueva Izquierda, una crítica a Estados Unidos, a su sistema político y a su papel en el mundo. El grupo neoconservador, por otra parte, coincidía con los grandes sindicatos en el anticomunismo de fondo y la aversión por la contracultura de los 70, en contraste –como sigue ocurriendo hoy en día– con las frivolidades ideológicas de muchos altos directivos de grandes empresas, que coqueteaban y subvencionaban las tesis de quienes eran y siguen siendo sus enemigos.
 
Los neoconservadores, criados bajo Roosevelt y con el New Deal de fondo, no eran capaces de romper con el Partido Demócrata. En 1976, tras el Watergate, optaron por respaldar a Carter, que los cortejó, aunque los defraudó pronto, al no ofrecerles puestos relevantes en su Administración. A pesar de su declarado centrismo, muy alejado del extremismo que se había adueñado del Partido Demócrata en años anteriores, la política exterior de Carter continuó e incluso profundizó el camino del "apaciguamento", la negociación y el diálogo que había caracterizado la de Nixon.
 
Jimmy Carter, en sus tiempos de presidente de EEUU.Al final de la presidencia de Carter, Himmelfarb declaró que los neoconservadores eran, por el momento, unos "homeless" políticos, sin partido al que adscribirse. No iba a durar mucho la situación, porque la mayoría del grupo, excepto los comprometidos con el Partido Demócrata, como el senador Moynihan, se decantó por Reagan.
 
Lo hicieron con entusiasmo. Los comunistas habían traicionado a la izquierda, y luego también la había traicionado la Nueva Izquierda radical de los 60. Ahora el Partido Republicano presentaba una nueva cara que aquellos intelectuales, que siempre habían criticado la deriva izquierdista en nombre de los antiguos valores de la izquierda, podían aceptar, respaldar, incluso podían sentirse cómodos con ella.
 
A mediados de los años 70 Kristol patrocinó desde The Public Interest las teorías de la "supply side economy" que tanta importancia tuvieron luego bajo Reagan. La constatación de que la izquierda era más anticapitalista que realmente socialista (lo que le evita siempre tener que proponer un modelo alternativo) les llevó a una exploración de los fundamentos morales del capitalismo, en la que destacaron autores como Daniel Bell, Michael Novak, George Gilder y Richard John Neuhaus.
 
Para los neoconservadores el capitalismo, es el sistema social y económico que mejor plasma los principios liberales a los que siempre quisieron mantenerse fieles. El capitalismo, cuando lo es de verdad, no discrimina ni pone barreras basadas en los prejuicios, la raza, la creencia o el estatus social. El capitalismo permite triunfar a todo el que se lo proponga y acepte jugar según las reglas comúnmente aceptadas.
 
En esto, los neoconservadores se aproximaban mucho a los liberales clásicos. Pero, a diferencia de los liberales clásicos, iban un paso más allá en la necesidad de encontrar una justificación moral al capitalismo. Para los neoconservadores, el interés propio no basta para legitimar moralmente el capitalismo. El hombre es un ser político y moral, que no se puede satisfacer con una justificación estrictamente utilitaria de sus actos. Si el capitalismo no encuentra más argumento que la supuesta racionalidad económica de los individuos acabará siendo derrotado por ideologías que apelan, aunque sea de forma engañosa, a la naturaleza moral del hombre.
 
Como los liberales, los neoconservadores insisten en la necesidad de instituciones respetadas por todos, pero también en esto van más allá y afirman que se requiere un consenso moral compartido por todos los miembros de la sociedad. Sin ese consenso, que va necesariamente más lejos de lo establecido en la ley, las sociedades –y menos aún una sociedad libre– no sobreviven. Los neoconservadores dan incluso un paso más: es legítimo e incluso deseable que el Estado legisle la moralidad, aunque deba hacerlo con prudencia y sensatez.
 
Esta reflexión sobre el papel de la moral en la sociedad lleva a los neoconservadores a la justificación del Estado de Bienestar, que para ellos es una consecuencia inevitable de la democracia. Aunque los neoconservadores realizaron en los años 60 y 70 una de las críticas más consistentes de las consecuencias indeseadas de los programas de bienestar, también afirman que una sociedad democrática moderna no puede sobrevivir sin redes de solidaridad entre todos sus miembros, entre ellos un sistema universal de salud como no existe en Estados Unidos. No es realista ni deseable intentar desmantelar el Estado de Bienestar y volver al capitalismo liberal del siglo XIX.
 
Alexis de Tocqueville.Por otra parte, son muy conscientes, primero, de que muchos programas de bienestar tienen consecuencias perversas –dependencia, falta de autonomía, corrosión de la moral pública–, por lo que es necesario someterlos a revisión permanente y, segundo, de que la intervención del Estado es peligrosa para la libertad de los individuos y los principios morales en que se funda una sociedad libre. De ahí su insistencia en las instituciones intermedias que tanto interesaron a Tocqueville durante su visita a Estados Unidos, tal como dejó reflejado en La democracia en América, un libro que los neoconservadores reivindican como antecesor directo de sus ideas.
 
Las asociaciones voluntarias, las relaciones de vecindad (también los sindicatos), constituyen la urdimbre de la sociedad civil, y cuanto más densa sea ésta, más difícil le será al Estado intervenir para imponer sus intentos de ingeniería social y moral.
 
Dos instituciones intermediarias destacan. Por un lado, la familia; por otro, la religión. En cuanto a la primera, los neoconservadores hacen suya la reflexión acerca de la familia como estructura fundamental para la transmisión de los valores de una sociedad libre. A diferencia de otras tribus de intelectuales, los neoconservadores conforman un grupo sorprendentemente civilizado y tradicional en este campo. Incluso se enorgullecen del ejemplo del matrimonio de Irving Kristol y Gertrude Himmelfarb, novios desde su juventud universitaria en Nueva York, que Charles Krauthammer, el famoso columnista del Washington Post, calificó como una de las grandes historias de amor de su tiempo.
 
En la religión las cosas son un algo distintas, y la práctica no se corresponde con tanta exactitud a la teoría. Mark Gerson, uno de los mejores estudiosos del grupo, ha escrito que, como tantas otras reflexiones de los neoconservadores, la que dedican al papel de la religión en la vida pública empieza contra la izquierda, más concretamente contra el proyecto de vaciar la plaza pública de cualquier elemento religioso.
 
El intento moderno de escindir radicalmente la religión de la esfera pública es nocivo para la libertad. No se basa además en los textos fundadores de la nación norteamericana, ni siquiera en la Constitución. Es un proyecto ideológico específico, que tiende a desembocar en el totalitarismo. La religión es para ellos, como para Tocqueville, el fundamento esencial de la virtud pública. No, como sostienen los modernos o los postmodernos, un obstáculo o su principal enemigo. Aunque algunos neoconservadores son cristianos y teólogos, como Michael Novak (colaborador de Juan Pablo II) y Richard John Neuhaus (fundador de la revista First Things), y otros –como Podhoretz, Kristol y Himmelfarb– son judíos, no todos han sido practicantes.
 
Familia, religión, apoyo a la sociedad civil, Estado de Bienestar aunque sea limitado, virtudes públicas… la contribución ideológica de los neoconservadores a la derecha norteamericana ha contribuido a cambiar ésta sustancialmente. También ha encontrado en George W. Bush y su equipo un grupo predispuesto, por su propia evolución política, a acoger con interés estas propuestas. Hablaremos de ello la próxima semana.
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