Aquél fue un acto simbólico: la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) necesitaba desesperadamente dar señales de vida en el radar político palestino. Exiliada su dirigencia en la distante Túnez luego de su derrota militar ante los israelíes en el Líbano (1982), asediada por el recién creado (1987) Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás) en los territorios en disputa, desafiada por la determinación del reino hachemita de Jordania de poner fin a los vínculos legales y administrativos con Cisjordania (1988), la OLP, que anhelaba tomar el control de la Intifada, apeló a esa declaración solemne para reafirmar su liderazgo. Pero su iniciativa, que no contó con el visto bueno de EEUU ni con el de Israel, fracasó. Aun así, en la Asamblea General de las Naciones Unidas la placa de identificación de la delegación palestina pasó de decir "OLP" a decir "Palestina".
Si nos desplazamos al presente veremos un nuevo intento palestino por que su inexistente Estado obtenga reconocimiento diplomático. Los Acuerdos de Oslo (1993) supusieron la puesta en marcha de la Autoridad Palestina (AP), que gobierna a la población palestina residente en Cisjordania y Gaza –en este último lugar, sólo nominalmente–, controla –con ciertos límites– algunos territorios en disputa y cuenta con diferentes oficinas representativas. La AP es una entidad, no un Estado; éste surgirá, según lo acordado entre las partes, de las negociaciones que mantengan éstas.
Como el liderazgo palestino no tiene la menor intención de alcanzar la independencia estatal por la vía de las conversaciones, ha recurrido a la alternativa de forzar el nacimiento de su Estado mediante una resolución de la ONU respaldada por la comunidad internacional. Sea como fuere, hoy en día la entidad palestina no cumple con los criterios legales universalmente aceptados para obtener la estatalidad: ejercicio efectivo e independiente de poderes de gobierno, posesión de un territorio definido, control efectivo sobre una masa permanente de población y capacidad de fijar las relaciones exteriores con libertad. Conforme ha señalado el experto Tal Becker, "la entidad palestina no se convierte en un Estado bajo la ley internacional por el mero hecho de que lo declare unilateralmente". De hecho, bajo la ley internacional, una entidad que reclama la categoría de Estado y emerge de modo ilegal no es susceptible de ser reconocida como tal.
Pero dejaremos las disquisiciones jurídicas para los expertos. Lo central aquí es la intención del liderazgo palestino de eludir sus obligaciones para con el Estado de Israel, evitar las difíciles decisiones nacionales que debe adoptar para alcanzar la paz y conseguir por medio de la argucia y la imposición lo que ha de obtener por medio de la conciliación. Esta nueva iniciativa argelina pone de manifiesto para todo el que quiera ver claro la nula inclinación a la paz de los dirigentes palestinos (moderados, supuestamente), que ya ni siquiera aceptan sentarse a negociar con sus pares israelíes y piden un diálogo indirecto con mediación de terceros, mientras simultáneamente buscan ejercer una considerable presión internacional sobre aquéllos. Arafat en Camp David 2000, versión actualizada.
Las declaraciones de reconocimiento del inexistente Estado palestino dadas a conocer por los Gobiernos de Brasil, la Argentina y Bolivia –Uruguay ya ha anunciado que hará lo propio en el curso de este año– no hacen más que hacer el juego a la intransigencia palestina. Lejos de estimular el acuerdo, con su precipitación estas naciones sólo han conseguido complicar aún más las cosas. Mahmud Abás estará complacido; los verdaderos pacifistas, no.
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