Murtha, McCain, Armitage. Tres veteranos de guerras pasadas, para algunos incluso "heroes" militares americanos. En tiempos más recientes, actores políticos destacados, y no diré "traidores", pero sí símbolos poco honorables del juego, por no decir circo, político estadounidense. Sin duda, enemigos en casa del presidente Bush en su complicada política de guerra contra el terrorismo mundial: Murtha, en la oposición demócrata en la Cámara de Representates (The House); McCain, como senador del propio partido de Bush, el republicano; y Armitage, hasta no hace mucho altísimo cargo de la Administración (subsecretario de Estado), en conexión directa con la Casa Blanca. Un denominador común de los tres personajes: crean problemas para la inteligencia y la seguridad nacionales.
Leo en la prensa americana, y lo reflejan algunos corresponsales españoles, que entre las posibles fuentes de la polémica última obra del siempre controvertido Bob Woodward, State of Denial, están Murtha y Armitage, además de otros de la "casa" (Andrew Card, ex jefe del gabinete del presidente, y George Tenet, ex director de la CIA). Pero vayamos por partes.
John (o Jack) Murtha es todo un personaje del ambiente político de la capital. Representante demócrata por Pensilvania en The House desde finales de los 70, durante la última década ha sido el trujimán del comercio político en la Cámara de Representantes, gran oficiante de lo que eufemísticamente David D. Kirpatrick describía recientemente como earmarks, algo fronterizo entre los favores políticos y la simple corrupción, en la primera página de The New York Times.
Murtha ha sido en este último año el más destacado vocero y bocazas de la retirada inmediata y total de Irak, y algunos piensan que aspira al cargo de speaker (presidente de la Cámara) si su partido gana las elecciones del próximo día 7. Lo que muchos ignoran es la ya larga historia de debilidad, digámoslo así, de Murtha por las causas "islámicas". David Holman nos recordaba en un artículo titulado 'The Full Murtha' (The American Spectator, septiembre de 2006) que el representante de Pensilvania estuvo involucrado en el escándalo de corrupción destapado por la operación Abscam, montada por el FBI a finales de los 70 y principios de los 80: seis miembros de la Cámara y un senador fueron procesados por aceptar dinero de unos presuntos jeques árabes que resultaron ser agentes federales. Murtha se libró de la condena, según reveló entonces Jack Anderson en su columna de The Washington Post, por ser un protegido del entonces poderosísimo speaker Tip O'Neill.
El propio O'Neill revelaría más tarde en sus memorias, Man of the House (1987), el destacado apoyo de Murtha a las operaciones clandestinas durante la presidencia de Reagan, que resultarían un fiasco con el escándalo Irán-Contra (entonces Murtha alardeaba de ser un cold warrior anticomunista, pero curiosamente de las operaciones también se beneficiaban los ayatolás radicales). En su extraordinaria obra de periodismo de investigación Charlie Wilson’s War (2003), George Crile, al referirse al caso Abscam y la implicación de Murtha, explica los réditos de la protección que O'Neill le dio a su amigo: Murtha, como presidente del Subcomité de Defensa, facilitaría las cosas al representante demócrata de Texas, Charlie Wilson, por entonces organizador secreto de lo que hoy se considera una de las más importantes operaciones encubiertas de la CIA en toda su historia, la ayuda militar a la yihad contra la Unión Soviética en Afganistán.
Crile escribe que así era como se hacían las cosas en la Casa de Tip O'Neill. Tras tan acreditado currículum, no resulta extraño que Murtha no sea tan partidario de la guerra contra el radicalismo islámico.
El senador John McCain es otra cosa. Es, por decirlo así, un político zascandil y oportunista, el perejil de todas las salsas "bipartidistas". Como republicano y rival para la nominación como candidato a la presidencia frente a Bush en las elecciones de 2000, nunca superó psicológicamente su derrota, y desde entonces no ha descansado en la labor de poner zancadillas permanentemente a su presidente. Su especialidad es promover con los demócratas todas las iniciativas legislativas que perjudiquen a los republicanos, y en particular a Bush.
Mencionaré solamente las dos últimas y más llamativas: la reforma McCain-Feingold sobre la financiación de las campañas electorales, que ya se aplicó en las elecciones de 2004, y la reciente propuesta de ley sobre la "tortura" (en realidad, sobre los métodos interrogatorios a los prisioneros terroristas), tan jaleada por la mayoría de los senadores demócratas (y dos republicanos), que finalmente será corregida por el sentido común o instinto político de la mayoría del Congreso, incluyendo a 34 demócratas en la Cámara y a 12 en el Senado.
El resultado de la McCain-Feingold Bipartisan Campaign Reform Act, como ha puesto de relieve Spencer Roane ('Freedom of Speech Now Illegal', The American Spectator, febrero de 2004), es criminalizar la libertad de expresión en las elecciones federales y estatales y violar la Primera Enmienda, el recorte más significativo de los derechos civiles desde la Guerra Civil. Por otra parte, como muestran las investigaciones de Shawn Macomber y de Timothy Carney, en sendos artículos de la misma revista, la nueva ley potencia entidades al margen de los partidos y oscuras ante la opinión pública: los "grupos 527" (en referencia a esa sección del código fiscal), como ACT y Move On, ambas financiadas por multimillonarios izquierdistas como George Soros, con una influencia sin precedentes en las elecciones americanas.
El fenómeno más general de la "filantropía" de los Radical Chic (George Soros, Marc Rich, Paul Allen, Bill Gates, Warren Buffet, etcétera), con su descarado apoyo a los candidatos y causas más izquierdistas, y en particular a la propaganda contra la guerra en Irak, tendrá sin duda un enorme coste para la democracia y las libertades, incluyendo las políticas de seguridad nacional.
El objetivo de la segunda ley promovida por McCain era cuestionar y prohibir los procedimientos duros, que no de tortura, lo que hubiera imposibilitado la obtención de información de los prisioneros terroristas de Al Qaeda. Aunque una docena de senadores demócratas votó a favor del compromiso final, todos los miembros más significativos como posibles candidatos presidenciales se opusieron a la nueva ley corregida: Hillary Clinton, Evan Bayh, John Kerry, Joseph Biden, Chris Dodd y Russ Feingold (éste, coautor de la infame McCain-Feingold Act). Parece que el mismo McCain, si bien se sumó finalmente a la mayoría, no parecía muy feliz con el resultado, y de hecho evitó aparecer en las fotos de la firma presidencial. Una vez más se intentaba quebrantar uno de los instrumentos esenciales de la seguridad individual y colectiva.
Richard Armitage es el último descubrimiento estelar en esta saga de enemigos en casa del presidente Bush. Un ex marine convertido en diplomático bajo la protección de Colin Powell (otro que tal, muy elogiado por los progres y las izquierdas), subsecretario de Estado hasta 2004 y del que hace apenas un mes se supo que era el misterioso soplón del caso Valerie Plame.
Para los no informados en España, pese a los esfuerzos de Ernesto Ekáizer y sus colegas de El País por presentarlo como el necesario Watergate para el inevitable impeachment de George W. Bush: durante más de tres años de costosas investigaciones, insinuaciones insidiosas contra la camarilla del presidente (Karl Rove, los neocon, etcétera) e injustos procesamientos (Judith Miller, Lewis Libby), resulta que la filtración a la prensa del nombre de la funcionaria de la CIA Valerie Plame, esposa del impresentable y mendaz ex embajador Joseph Wilson, como represalia por las críticas de éste a Bush y a la guerra de Irak... no procedía de ningún político conservador o neoconservador, sino precisamente de un crítico, dentro de la Administración, a la intervención en Irak, Richard Armitage, quien al parecer no sólo había filtrado el nombre a Robert Novak, sino probablemente también al inevitable y ubicuo Bob Woodward (por cierto, salvo el Washington Post, ningún otro periódico de los que han vertido ríos de tinta desinformando a sus lectores sobre el caso, como The New York Times o El País, ha pedido disculpas por los graves errores de información y de opinión).
Sobre cierto pasado siniestro y las sospechas de corrupción de Armitage en la época post Vietnam, asunto poco aireado por los medios de comunicación progres, véanse las excelentes investigaciones recogidas en el libro de James Mann The Rise of the Vulcans (2004).
Para George W. Bush, en la recta final de su segundo mandato presidencial, todo esto ya no tiene demasiada importancia (la historia lo juzgará, y sospecho que, como ocurrió con Truman, mucho más favorablemente de lo que piensan sus críticos actuales), aunque para el Partido Republicano, aspirante a seguir representando los intereses de la gran mayoría silenciosa de América más allá de las elecciones del 7 de noviembre, la distinción entre el amigo y el enemigo, e identificar a éste sin olvidar al de la propia casa, resulta vital.