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LA OTAN EN AFGANISTÁN

Morir después de muerto

Hace ya algún tiempo que la OTAN perdió su razón de ser: la condición de sistema de seguridad colectivo. Hoy es una agencia de seguridad donde diplomáticos y militares se encuentran para discutir temas de interés común. Sus miembros son conscientes de que los viejos tiempos ya no volverán, y de que posiblemente nunca serán capaces de aprobar un nuevo documento de estrategia –strategic concept–, porque no comparten ni la percepción de la amenaza ni los principios básicos de una política a seguir.

Hace ya algún tiempo que la OTAN perdió su razón de ser: la condición de sistema de seguridad colectivo. Hoy es una agencia de seguridad donde diplomáticos y militares se encuentran para discutir temas de interés común. Sus miembros son conscientes de que los viejos tiempos ya no volverán, y de que posiblemente nunca serán capaces de aprobar un nuevo documento de estrategia –strategic concept–, porque no comparten ni la percepción de la amenaza ni los principios básicos de una política a seguir.
El logo de la OTAN, en la sede central de la organización.
La Unión Soviética cohesionó una alianza que se rompió al disolverse aquélla. Desde entonces hemos vivido un lento proceso de deterioro, debido en un primer momento a la ausencia de una amenaza que justificara su existencia. En la guerra de Kosovo se hizo evidente que ya no estábamos en condiciones de luchar juntos, porque la falta de inversión europea en nuevas tecnologías había llevado a una falta de "interoperabilidad" entre los sistemas de los ejércitos norteamericanos y británicos, por un lado, y los de las potencias continentales, por el otro.
 
Cuando estalló la guerra de Afganistán, los europeos quisieron prestar su ayuda solidaria, pero Estados Unidos, con muy buenas formas, contestó que la mejor manera de ayudar era no molestar. Lo ocurrido tras el 11-S no ha hecho más que agravar la crisis, que ya no es sólo de cohesión y tecnológica, sino estratégica. La mayor parte de los gobiernos europeos no acepta que estemos en guerra contra el islamismo, no apoyó la guerra de Irak y no comparte los fundamentos de la estrategia norteamericana.
 
Una alianza es la reunión de un conjunto de estados frente a un enemigo común; para luchar contra él, se dota de un plan de acción aceptado por todos. Hoy, la Alianza Atlántica carece de enemigo reconocido y se niega a hablar de estrategia, porque hacerlo sólo pondría en evidencia las muchas diferencias existentes en su seno. Esta es la razón por la que la Cumbre de Riga está condenada al fracaso, lo mismo que el intento de transformación de la organización patrocinado por su secretario general.
 
Paradójicamente, ahora que la OTAN está en profunda decadencia es cuando empieza a combatir realmente. La guerra de Kosovo era hasta la fecha la primera y única operación militar de la Alianza, pero Clinton decidió hacerla desde el aire. Cuando Milósevic creyó, por indicación rusa, que los norteamericanos estaban dispuestos a comenzar el asalto por tierra tuvo el buen juicio de rendirse. Es ahora, en Afganistán, cuando tropas de distintos países –sobre todo británicas, canadienses y holandesas– bajo la bandera de la OTAN han entrado en combate diario; concretamente, contra las milicias talibanes, en las estribaciones montañosas del sur de ese país.
 
Afganistán se ha convertido en un icono de la guerra justa contra el islamismo. Los que criticaron a Bush por el conflicto de Irak señalan el conflicto afgano como ejemplo de lo que hay que hacer. De ahí que muchos traten de salvar la cara, de mostrar su compromiso en la lucha contra el terrorismo islamista, estando allí presentes. El caso más estrambótico es el de España. Con un presidente del Gobierno entregado al pacifismo y un ministro de Defensa que prefería "morir a matar", se aumentó el contingente de tropas, con la vana esperanza de que Bush perdonara la demagógica, oportunista y apresurada retirada de Irak, así como las declaraciones de Zapatero en Túnez animando al resto de los estados a seguir sus pasos.
 
La OTAN fue a ayudar en la reconstrucción del país y manifestó su disposición a ir asumiendo las labores encomendadas al ejército norteamericano en la operación Libertad Duradera. La evolución de los acontecimientos está convirtiendo la misión en la prueba de fuego para la OTAN, precisamente en el terreno donde se juega su credibilidad y su futuro.
 
Los talibanes han incrementado sus actividades y están penetrando en provincias donde hasta la fecha había una relativa calma. Las razones de este deterioro de la situación son varias, entre las que se cuentan el descrédito de un Gobierno tan corrupto como poco eficaz y la falta de colaboración de Pakistán. Ante esta ofensiva, el mando atlántico, que corre a cargo de un general británico, se encuentra maniatado ante dos problemas difíciles de aceptar, cuando no de creer, a la altura del siglo XXI:
 
– Los gobiernos no envían un contingente para que se incorpore a una fuerza bajo el mando de un comandante, autoridad que organizará sus tropas como considere oportuno en cada caso. Bien al contrario, se aprueba un contingente vinculado a una misión concreta. Si el mando necesita disponer de esos militares para otras funciones, sencillamente no podrá hacerlo, por lo menos hasta que una negociación diplomática acepte el cambio. El proceso requiere tanto procedimiento burocrático y consume tanto tiempo que limita sobremanera el margen operativo del mando central.
 
– Si no puede utilizar libremente los soldados que están sobre el terreno, el general no tiene otra opción que pedir más a Bruselas. Sin contar con las fuerzas norteamericanas recién incorporadas a la misión de la OTAN, los efectivos de ésta ascienden a 20.000 hombres. A pesar de lo limitado de su número, los estados miembro han rechazado, con algunas pequeñas excepciones, nuevos envíos. La Alianza no da más de sí. Reconoce la gravedad de la situación y lo que supondría la desestabilización del país, pero los gobiernos llevan años sin gastar en Defensa y temen poner vidas nacionales en peligro.
 
Ésta es la OTAN después de muerta. Cuando ya no es un sistema de defensa colectivo pero todavía quiere contar en la escena internacional, esto es a lo más a que puede llegar. En tiempos de la guerra de Kosovo alertamos de los peligros de hacer la guerra desde una comisión –war by committee–, el propio Consejo Atlántico, una olla de grillos que Clinton se saltó a la torera. Ahora, cuando Bush no trata de imponer su autoridad sino que deja hacer, los problemas son otros: rigidez y falta de compromiso.
 
La OTAN aspira a gestionar una suave decadencia, en la idea, más bien ensoñación, de que la Unión Europea, a medio plazo, se podrá hacer cargo de sus funciones, librándonos del incordio de los prepotentes e ingenuos yanquis. Afganistán puede arruinar tan atractivo plan, poniendo en evidencia hasta qué punto Europa es incapaz de resolver sus problemas de seguridad.
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