A medida que el secuestro se prolonga, el riesgo de que los cautivos caigan presa del Síndrome de Estocolmo se incrementa. Es la dependencia total del rehén lo que le mueve a actuar así. El secuestrador ejerce un poder absoluto sobre su vida. Él es quien le da o le quita el agua, la comida, las horas de sueño; quien le permite –o no– lavarse, caminar al sol, hablar con otras personas. De ahí que el rehén acabe convenciéndose de que está absolutamente solo, de que nadie acudirá en su ayuda; de que oponer resistencia es no sólo inútil, sino contraproducente.
Pues bien, así es como tratan al pueblo de Cuba Fidel y Raúl Castro.
En Cuba, todo proviene de Castro y su Gobierno. Los cubanos no tienen otros amigos. Créase o no, hasta los diplomáticos extranjeros destacados en La Habana, así como sus familias, al cabo de cierto tiempo empiezan a sentir esa "dependencia intimidadora" y a mostrarse reticentes a condenar las barbaridades de que son objeto, pues "protestar sólo empeora las cosas". Es por eso que las fotos todo sonrisas del Sr. Moratinos con el general Raúl Castro son tan lamentables.
Castro gusta de fustigar a los diplomáticos que tienen la osadía de invitar a elementos no aprobados por el régimen a participar en actos pacíficos que no son del agrado del Gobierno.
A los observadores extranjeros destacados en Cuba no les resulta fácil anticipar las acciones del régimen. Su desconcierto obedece a que tratan de encontrar una explicación lógica al comportamiento de las autoridades castristas. Pero es que resulta que casi nada de lo que ha pasado en la Isla desde que Castro detenta el poder tiene una explicación lógica. Casi todo lo sucedido ha emanado de los caprichos y antojos de un solo hombre, el propio Castro, cuyo objetivo principal ha sido siempre tener todo bajo control.
Algunos han dicho que los Castro se parecen a Franco, pero la verdad es que se parecen más a Stalin.
Ignorar el abuso arbitrario del poder y tratar de ponerse en el lugar de Castro para no ofender a nadie equivale a dar por buenos su mala conducta y sus innumerables atropellos. Una vez, diplomáticos españoles repartieron regalos de Navidad a niños del país. Castro reaccionó iracundo, y los medios locales –que son todos del Estado– se mofaron de los funcionarios españoles que se habían disfrazado para la ocasión de Reyes Magos: parecían "espantapájaros" y "payasos" –clamaron–, y el desfile que había organizado la embajada española era "un espectáculo capitalista importado" y "un peligro para los niños cubanos".
Ahora, los diplomáticos españoles no reparten juguetes. Ahora, el dictador en funciones y el canciller español se abrazan a las primeras de cambio. Pero el Centro Cultural Español, que inauguró el Rey de España cuando visitó La Habana (1999) y posteriormente fue clausurado por el régimen castrista, sigue cerrado. Lo importante no eran los juguetes, ni que hubiera disidentes en recepciones organizadas por la embajada de España; lo importante es que, para los Castro, toda acción independiente, por ínfima que sea, representa un reto al control totalitario que ejercen sobre la sociedad cubana.
Para la dictadura comunista, invitar a disidentes políticos a una recepción en una embajada es un "acto hostil", y una "violación de los Derechos Humanos" entregar a un cubano una radio de onda corta. Todo aquel habitante de la Isla que se manifieste favorable al cambio es un "agente a sueldo" de los Estados Unidos.
¿Qué hacer ante semejante situación? En primer lugar, lo que habrían de hacer los Gobiernos extranjeros es demostrar a los cubanos que cuentan con aliados en el exterior. Podrían empezar, por ejemplo, aplicando a los diplomáticos cubanos las mismas restricciones de movimiento que han de soportar sus homólogos destacados en la Isla, o exigir a La Habana cumplir con el principio de reciprocidad. Hoy en día, las delegaciones extranjeras, incluida la norteamericana, se pliegan a las restricciones que les impone el Gobierno cubano.
Los diplomáticos cubanos se aprovechan de todas las libertades que tienen en las capitales de las naciones democráticas. Así, por ejemplo, pueden conversar con miembros de las Cortes españolas, tienen acceso directo a los medios de comunicación españoles, entablan relaciones con empresarios y activistas "progresistas" españoles, se reúnen con grupos de estudiantes españoles, pronuncian conferencias en las universidades españolas, etcétera. Por otra parte, cuando la embajada española necesita un empleado cubano ha recurrir a la organización del régimen Cubalse. ¿Cuántos de esos empleados son espías del castrismo interesados en averiguar cómo chantajear a los diplomáticos extranjeros que trabajan en La Habana? Porque no todo los extranjeros que apoyan a la dictadura cubana lo hacen por convicción...
En La Habana se hostiga a los diplomáticos que no simpatizan con el castrismo. El Gobierno cubano ha llegado al extremo de interceptar en puerto los abastecimientos de la Sección de Intereses de EEUU y abrir valijas diplomáticas.
Todo intento de apaciguar a los secuestradores de los cubanos tendrá consecuencias negativas. El tiro saldrá por la culata. Recordemos que las crisis de los balseros de 1980 y 1994 –que acabaron con 125.000 y 30.000 cubanos en la Florida–, así como el asesinato, en 1996, de unos pilotos de Hermanos al Rescate que sobrevolaban las aguas del Estrecho de la Florida, se produjeron mientras Washington trataba de mejorar las relaciones con La Habana. Al igual que en otros momentos de la historia, el régimen castrista "no entendió bien" las iniciativas diplomáticas: donde había buenas intenciones, Castro sólo veía señales de debilidad, y las explotó al máximo.
Durante las presidencias de Ronald Reagan y Bush padre no hubo crisis de refugiados alguna; y es que La Habana no estaba segura de poder salirse con la suya. Con Bush hijo ha pasado exactamente igual.
Tarde o temprano, la larga pesadilla de Cuba llegará a su fin. Si los Gobiernos del planeta se sacudieran el Síndrome de La Habana, impulsarían el advenimiento de la democracia en la Isla. Fidel y Raúl Castro intentarán convertir su "juicio final" en una negociación con Madrid, con Washington o con cualquier otra capital, y no con la oposición interna. Pero han de ser los cubanos los que decidan el futuro de su país.
Si el presidente Bush y el Departamento de Estado se mantienen firmes y el Gobierno de España deja de enviar señales amistosas al dictador interino de Cuba, los nuevos líderes cubanos tendrán que sentarse con la oposición política, conversar y escuchar. Eso es la democracia. Eso es lo que la comunidad internacional debe apoyar, con plena convicción.
De ese tipo de conversación respetuosa renació la democracia española. Los hijos, nietos y biznietos de los españoles que marcharon a Cuba, que son una buena parte, si no la mayoría, de la población de la Isla, se lo merecen.