Hace varios meses dediqué a esta combativa política conservadora, fundadora y líder del caucus del Tea Party en la Cámara de Representantes, un artículo en el Semanario Atlántico de mi estimado amigo –y catedrático en Arizona– Alberto Acereda. Lo titulé "La segunda mujer más odiada por las izquierdas" porque la primera, obviamente, es Sarah Palin. Odiadas y temidas, Palin y Bachmann representan el vendaval, tornado o tsunami liberal-conservador que está desarbolando al establishment político norteamericano.
Aunque el Tea Party es un movimiento social espontáneo, heterogéneo y descentralizado que surge en la primavera de 2009 como reacción ante lo que Tocqueville llamó "la tiranía de la mayoría" –en este caso representada por la Administración Obama y un Congreso demócrata comandado por Nancy Pelosi y Harry Reid, y plasmada en iniciativas como el Obamacare, los rescates multimillonarios, el déficit astronómico o las subidas de impuestos–, la instrumentalización política del mismo, y concretamente su institucionalización en el Legislativo, se debe en gran mediada al esfuerzo personal de Bachmann. Palin, en otro ámbito político, lo vio claro muy pronto y se sumó con energía, carisma e inteligencia al movimiento, con la vista puesta en las presidenciales de 2012.
Las elecciones intermedias han revelado el éxito del Tea Party a la hora de canalizar el descontento ciudadano en beneficio del partido de la oposición. En la Cámara de Representantes los republicanos se hicieron con el 52% de los votos y 240 escaños, mientras los demócratas se hubieron de conformar con el 45% de las papeletas y 192 bancas.
Cuando Michele Bachmann fundó el Tea Party Caucus, el pasado verano, solo reunió a una veintena de representantes; sospecho que ahora van a ser muchos más. Michele y Sarah defienden unos valores e ideas característicos de lo que ambas llaman "conservadurismo con sentido común". Sentido común, derechos naturales y claridad moral: ésa es la base de la Declaración de Independencia, con su defensa de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; un profundo respeto por las tres efes (Faith, Family, Freedom) y el imperio de la ley. Todo ello es parte sustancial del individualismo típico de la cultura política americana, que Obama pretendió sustituir por el estatismo socialista o socialdemócrata típico de la cultura política europea. No es casual que una de las cosas que más criticaron los progres a Michele durante las presidenciales de 2008 fue que se refiriera a Obama como el candidato favorito del anti-americanismo europeo. Hoy es fácil percibir que el presidente sufre el síndrome Gorbachov: es más popular en el extranjero que en su propio país.
En España, como en el resto de Europa y en el Tercer Mundo, la obamamanía es evidente y transversal, como la corrupción. No voy a citar a los socialistas y, en general, a la izquierda, que obviamente sienten una afinidad electiva con el personaje, sino a políticos o figurones de la derecha y el centro: auto-proclamados liberales como Antonio Garrigues Walker y José Antonio Segurado, los representantes del PP (con la excepción de Esperanza Aguirre), periodistas como Darío Valcárcel (ABC) y Pedro J. Ramírez o intelectuales en la órbita de UPyD. Pues bien, estos mismos nombres (daré algunos más: Gallardón, Rajoy, Pons, Lassalle, Vargas Llosa, Rafael Calduch...) han cargado en los últimos meses contra el Tea Party, haciendo un despliegue más o menos portentoso de ignorancia; ignorancia, en última instancia, sobre esa peculiar cultura política norteamericana que tan bien captó Tocqueville (y que no supieron ver otros ilustres intelectuales europeos, como Max Weber o nuestro Ortega) y que Obama prometió cambiar, con una esperanza demasiado audaz y haciendo gala de una gran ligereza y arrogancia. Quien quiera saber más del presidente más izquierdista e incompetente de la historia de los Estados Unidos –por mucho que le moleste a nuestro embajador Inocencio Arias, al parecer otro obamita ibérico–, que lea las obras que le han dedicado Fredosso, Corsi, Malkin y Klein; y, especialmente, la de Dinesh D'Souza: The Roots of Obama's Rage.
Vuelvo brevemente, para terminar, a Michele Bachmann. Su victoria el pasado día 2 le permitirá ejercer un tercer mandato en el Congreso como representante del Distrito 6 de Minnesota, un estado tradicionalmente muy progre con políticos muy aburridos y, como diría el genial H. L. Mencken, boops o simplones. A diferencia de otros políticos del lugar, como el demócrata Mark Dayton, que en este momento disputa a Tom Emmer el puesto de gobernador, Michele no es propiamente rica, sino una profesional con éxito de clase media, una abogada muy trabajadora que posee una modesta pero bien administrada granja. Es, sobre todo, un ejemplo único de político consecuente con sus principios. Cree en la Vida y es militante del movimiento Pro-Life. Su familia la componen ella, su marido (Marcus), sus cinco hijos naturales... ¡y sus 23 hijos adoptivos! Si no hubiera sido por Michele y Marcus, probablemente muchos de éstos hubieran sido víctimas de esa inmensa tragedia de nuestro tiempo: el aborto, que el presidente Obama, con el firme asesoramiento del finado senador Ted Kennedy y la sosa de la sobrina de éste, Caroline Kennedy (¡qué hubiera pensado de su familia el presidente JFK, que era radicalmente Pro-Life!), incluyó en las provisiones del Obamacare, engañando incluso al grupo de representantes demócratas católicos, liderados por Bart Stupak (¿o se dejaron engañar?) y expulsados hoy del Congreso por la espectacular victoria del Tea Party.
MANUEL PASTOR, director del departamento de Ciencia Política de la Universidad Complutense y ex director del Real Colegio Complutense de la Universidad de Harvard.