La cantilena sacramental de la prensa, sobre todo extranjera, fue que, "después de más de siete décadas de gobiernos priístas", la alternancia en el poder era muy bienvenida, pues marcaba el final de una prolongada transición en la que se fueron afinando las instituciones que harían de las elecciones un instrumento confiable.
Esa misma prensa no cuestionó jamás que nunca hubo tal cosa como un "gobierno priista", pues el contenido ideológico y político de cada administración se lo daba el presidente de turno, y con frecuencia divergían profundamente.
Es paradójico que el último de los mandatarios priistas, Ernesto Zedillo (1994-2000), trabajara sin descanso para asegurar la derrota del partido político que le llevó al poder, para poder así presentarse como el padre de la moderna democracia mexicana y tratar de borrar de la memoria colectiva el desastre en que sumió a la economía en los primeros diecinueve días de su lamentable gestión.
Peor aún que su atroz gobierno fue el hecho de que instigara la llegada de alguien que, como Vicente Fox, no tenía la más remota idea de cómo gobernar México, y, previsiblemente, dejó ir la gran oportunidad de promover las reformas institucionales indispensables para que el país retomara la marcha de un desarrollo económico acelerado y sostenido.
Las tonterías de Fox por poco resultan en la victoria electoral, en 2006, del peligroso populista Andrés Manuel López Obrador, quien, como demostró con sus acciones postelectorales, cuando se le compara con Hugo Chávez hace que éste luzca como un estadista magistral.
A algunos amigos míos les consta que trabajé denodadamente por la candidatura de Felipe Calderón, no sólo por el temor a que llegara el demagogo a la presidencia, sino porque pensé que sería un buen líder, dada su amplia experiencia política y legislativa, que le podría servir para forjar acuerdos que permitieran el regreso a la senda reformista.
Sin embargo, después de cuatro años al timón, las reformas promovidas por su gobierno son lamentables, con alguna modesta excepción, y el discurso con el que celebró los diez años en el poder del Partido de Acción Nacional puso la lápida a cualquier posibilidad de alianza con el PRI, única formación con que podría alcanzar los acuerdos que se requieren para adoptar las reformas substantivas necesarias.
Es increíble que, diez años después de haber asumido el poder, el PAN, mediante su vocero Calderón, achaque al PRI todo lo malo que le ocurre al país y presuma de una serie de logros, fantasiosos e imaginarios, que nos hace recordar ese mundo tan feliz como inexistente que se inventó su antecesor: Foxilandia.
Las cifras y los sentimientos de la población cuentan una historia bien distinta de cuál es la realidad: el nuestro es un crecimiento económico anodino, lo que hace que la movilidad social se haya estancado y que la posibilidad de conseguir empleo siga siendo baja.
Peor aún: el gobierno ha emprendido una guerra contra organizaciones criminales que han resultado mucho más poderosas de lo previsto y que ha sumido el país en un mar de violencia sin precedentes. Pues bien, no hay una estrategia clara de cómo y cuándo alcanzar esa victoria decisiva que lleva cuatro años prometiendo a la población.
Difícilmente se puede esperar un mejor desempeño de un gobierno en el que se mantiene a los peores elementos en sus puestos y se descarta a los mejores. ¿Y la supuesta honestidad de los panistas, "gente decente", según ellos? Una colosal mentira.
¿Cuáles son los criterios de selección de este gobierno a la hora de buscar funcionarios? Primero, que sean panistas hasta la médula; segundo, que sean cuates del presidente. En estas circunstancias, la alternancia partidista en el 2012, que Calderón denuncia a diario como una desgracia intolerable, se ve cada vez más apetecible.
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MIGUEL SÁNCHEZ-MIER, profesor de Economía de la American University (Washington DC).