Una mirada rápida a las causas del problema nos conduciría a afirmar que las reformas pro libre mercado están detrás del pobre desempeño económico, lo que daría pie a los abogados de la elevada intervención estatal para sugerir que se debe erigir un nuevo Estado de bienestar social y económico.
Un análisis más detallado permite concluir que las reformas hacia una mayor libertad no son en realidad las responsables del fracaso; al contrario, sin ellas la debacle sería mayor. De hecho, el problema es que no se ha profundizado en reformas clave relacionadas con los derechos de propiedad, la competencia (se ha mejorado un poco en este punto con la recién aprobada Ley Federal de Competencia Económica), el respeto al Estado de Derecho, los mercados de crédito y el combate contra la corrupción.
Durante más de medio siglo el Estado mexicano promovió prácticas que se encontraban fuera de la ley, se fortaleció la simulación y el aparente cumplimiento de las normas y reglas. De hecho, la regla era la corrupción. No se necesita ser economista para entender que la corrupción es una de las causas principales del atraso mexicano: buena parte de la ciudadanía así lo entiende. Eliminar la cultura de la corrupción no es una tarea sencilla, precisamente porque se trata de una práctica normalizada.
La corrupción se traduce en un menor crecimiento económico, pues repercute negativamente en, por ejemplo, la inversión privada. Los empresarios ven la corrupción como una especie de impuesto, lo cual les disuade de invertir, o por lo menos le quita atractivo a la idea. Por otra parte, la corrupción hace que se alcen con contratos públicos unos empresarios que no ofrecen, precisamente, el mejor producto o servicio, o que se acometan obras de escasa o nula utilidad. La corrupción, en fin, empuja a la baja la productividad, lo que redunda en un menor crecimiento económico.
Cuando la corrupción desemboca en evasión de impuestos, o en la solicitud de una exención inadecuada, la consecuencia es la pérdida de ingresos fiscales. Al reducirse los ingresos fiscales o incrementarse los gastos públicos innecesarios, la corrupción conduce a desequilibrios públicos presupuestarios que tienen que ser financiados con un mayor endeudamiento o bien con impresión de circulante, lo cual es causa de los procesos inflacionarios.
Por otra parte, cuando la búsqueda de rentas prueba ser más lucrativa que el trabajo productivo, el talento termina siendo mal asignado. Los más talentosos y mejor educados pueden acabar ocupados en la búsqueda de rentas más que en actividades productivas, con el consecuente efecto negativo sobre el crecimiento económico del país.
Finalmente, la corrupción puede distorsionar la composición del gasto público. La corrupción puede tentar a los funcionarios a elegir determinados proyectos no sobre la base del bienestar público, sino de las expectativas de obtener jugosos sobornos. Los grandes proyectos, cuyo valor exacto es difícil de monitorear, pueden ser oportunidades muy lucrativas para la corrupción. Es mucho más fácil obtener sobornos en grandes proyectos de infraestructura que en el gasto en libros de texto o mejores salarios para los profesores universitarios.
***
Hace unos días Transparencia Mexicana presentó el Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno 2010. Estos son algunos de sus principales resultados:
- En 2010 se identificaron 200 millones de actos de corrupción, tres millones más que en 2007.
- En 2010, el costo promedio de una mordida fue de 165 pesos (14 dólares), 27 más que en 2007.
- En 2010 se destinaron más de 32.000 millones de pesos (2.742 millones de dólares) a acceder a o facilitar los 35 trámites y servicios públicos analizados por Transparencia Mexicana. En 2007 ese coste fue de 27.000 millones de pesos (2.314 millones de dólares).
- En promedio, los hogares mexicanos destinaron el 14% de su ingreso a cebar la corrupción. En los hogares con ingresos de hasta un salario mínimo, este impuesto regresivo representó el 33% de la renta.
- En 14 de esos 35 trámites evaluados se registraron descensos en los niveles de corrupción, que sin embargo aumentaron en los otros 21.
En suma, México no está pudiendo con la corrupción. Las bases del modelo de desarrollo previo al inicio de la revolución pro libre mercado se encuentran sumamente asentadas, como demuestran las cifras. La corrupción, sin ser el único factor, es el cáncer que está deteniendo el progreso económico. México sigue siendo un país corrupto.
No quiero dejar la imagen de que todo lo hecho en la época reciente está bien hecho y que toda la culpa es del pasado. En realidad, todos somos parte del problema, los que estuvieron antes y los que están ahora. Y resalto algo que ya antes había mencionado en otros artículos: el desarrollo de México, como el de otras naciones emergentes, implica una sociedad civil libremente organizada.
Para terminar, diré que la reducción de la corrupción no será fruto de una acción gubernamental; para que tenga lugar ha de ser concebida individualmente por cada sujeto. Mientras esto no suceda, México seguirá siendo corrupto.
© El Cato
ISAAC LEOBARDO SÁNCHEZ JUÁREZ, profesor en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (México).