En un sistema los empresarios ganan compitiendo, y en el otro mediante el privilegio, la coima y el amiguismo. Pero la culpa no es de los empresarios ni de la cultura o falta de "espíritu empresarial". La culpa es del sistema, de las reglas institucionales o lo que se conoce como "ambiente de negocio". Los empresarios mercantilistas no hacen fortunas compitiendo por ofrecer los mejores productos y servicios al menor precio, como en el mercado libre, sino organizando chanchullos con los gobernantes.
El sistema mercantilista, basado en el estatismo, reparte la economía entre monopolios estatales, empresariales y políticos en perjuicio de la gente. Los empresarios del grupo de poder consiguen subsidios, protecciones y todo tipo de privilegios, desde mercados cautivos hasta "fueros" para violar la ley. El resto de los empresarios pagan sobornos a los funcionarios e inspectores para evadir la ley o sortear las costosas y complicadas regulaciones. El cumplimiento de la ley se exige sólo a los adversarios.
En las economías de mercado, en cambio, el sistema institucional, basado en el estado de derecho, la justicia independiente, los derechos de propiedad seguros y las libertades económicas, hace más rentable a los empresarios dedicarse al descubrimiento de oportunidades comerciales y a la innovación productiva. Tanto el arbitraje –descubrimiento de oportunidades– como la innovación vuelven a las economías más eficientes, elevando la productividad y optimizando el uso de los recursos, que al incrementar la producción impulsan el crecimiento económico.
El exceso de regulaciones y las costosas barreras burocráticas del mercantilismo promueven el soborno y encarecen la producción, obligando a los empresarios de menores recursos a ignorar completamente la ley. Los pequeños empresarios no pueden legalizar sus empresas ni titular sus posesiones, y no tienen otra forma de trabajar que pagando coimas y pasando a formar parte del enorme sector informal o clandestino que abarca gran parte de la economía en la región. Mediante todas esas trabas, los políticos ponen a los empresarios a depender de sus decisiones.
La informalidad que afecta a los empresarios más pobres es el peor efecto del mercantilismo. Buena parte del costo de producción es la coima pagada a policías e inspectores deshonestos, políticos corruptos y malos jueces. Pero el mayor costo está en las leyes reglamentistas que impiden legalizar las pequeñas empresas y acceder a la propiedad. Una autorización para abrir un negocio que en Nueva York se consigue en un par de horas, en Paraguay lleva varios meses y requiere el pago de una decena de sobornos.
Cuando el sistema actual sea reemplazado por una economía de mercado, nuestros empresarios van a competir y volverse eficientes y productivos, estimulando el progreso. La economía de mercado se basa en un estado de derecho, con una justicia honesta y capaz de hacer cumplir la ley, derechos de propiedad bien definidos y seguros, ausencia de monopolios, libre comercio y transparencia. El privilegio, la coima y el amiguismo no crean un ambiente sano de negocios, sino un ambiente de negociados que enriquece a unos pocos a costas de la pobreza general.
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Porfirio Cristaldo Ayala, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.