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HONDURAS

Mel y sus camaradas no son santitos

Un hijo díscolo y mal aconsejado por amigos y vecinos pelioneros y maliciosos se rebeló en casa y comenzó a cambiar de orden las cosas: la cocina la quiso situar en la sala, el carro lo estacionó en el comedor e intentó llevar a la cama matrimonial de sus papás a los camaradas cómplices de semejante caos.

Un hijo díscolo y mal aconsejado por amigos y vecinos pelioneros y maliciosos se rebeló en casa y comenzó a cambiar de orden las cosas: la cocina la quiso situar en la sala, el carro lo estacionó en el comedor e intentó llevar a la cama matrimonial de sus papás a los camaradas cómplices de semejante caos.
Cuando los padres y hermanos opuestos a los actos de esa oveja negra decidieron meterlo en cintura, aparecieron los compañeros del plan, con palos y piedras, e intentaron meterse en la vivienda para implantar su ley a la fuerza.

Manuel Zelaya, el depuesto presidente de Honduras, pretendía disolver el Congreso y dar su propio golpe de estado, con el fin de eternizarse en el poder. Los catrachos tendrán que indagar a fondo acerca de quién estaba detrás de esas decisiones amenazantes y peligrosas de su mandatario. ¿Cumplía órdenes de la mal llamada "revolución bolivariana", dadas desde el caraqueño Palacio de Miraflores?

Si Hugo Chávez desde Venezuela, Daniel Ortega desde Nicaragua y Rafael Correa desde Ecuador se confabularon para conspirar contra el pueblo hondureño y la estabilidad democrática de su nación, la trilogía merece una condena internacional. Ningún mandatario tiene derecho a interferir en los asuntos internos de un país que no es el suyo, y las actuaciones de estos tres dictadorcitos en ciernes deben ser examinadas y juzgadas por las cortes del mundo.

Ahora quieren hacerlos parecer santitos y víctimas de un complot de la derecha latinoamericana.

Honduras demostró que no es débil institucional ni moralmente, porque su gente no se rindió a los pies de malignos intereses izquierdistas. Y no juzgo a la izquierda, sino a quienes pretenden adueñarse de esa ideología para satisfacer sus ambiciones.

Por otro lado, hay que mirar con prudencia a los que llegaron al poder para recuperar la democracia. No es saludable políticamente acudir a extremos violentos. Es recomendable cuidar la institucionalidad. El deber del presidente interino, Roberto Michelletti, es conducir a Honduras hacia un camino de reconciliación y de esperanza, sin engaños ni trampas.

El pueblo, la oposición y los periodistas catrachos deben mantener los ojos abiertos y los oídos despiertos. Que los que están en el poder sepan que hay fiscalización ciudadana, para que cumplan la ley y la Constitución.

También hay que estar atentos a los planes maquiavélicos de Ortega, Correa y el emperadorcito Chávez, que en su esquizofrénica manera de creerse la reencarnación del libertador Bolívar y repartiendo dinero a diestra y siniestra está poniendo en peligro la estabilidad de Latinoamérica, sin medir las consecuencias sociales y humanas.

A los hondureños, les aconsejo tranquilidad y paciencia ante estos difíciles momentos que vive su nación.

El ejemplo de la valentía ciudadana –y de ciertos dirigentes– en Honduras tiene que ser seguido por otros pueblos del continente, que parecen adormecidos o quizás esconden el miedo de enfrentarse a sus gobernantes, convertidos en sus verdugos.

¡Que tiemblen los discípulos de la escuelita revolucionaria bolivariana, porque la gente está despertando y no permitirá que los vecinos lleguen a apoderarse de su casa, porque saben que no son unos santitos!


© AIPE

RAÚL BENOIT, corresponsal internacional de Univisión.
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