Este nuevo mantra, el de la desproporcionalidad, es sobre todo entonado en las capitales europeas y sus más prestigiosos voceros mediáticos, pero antes de hablar en serio de lo que está en juego cuando se reprocha a Israel su uso desproporcionado de la fuerza (o a Estados Unidos su también supuestamente desproporcionada respuesta a los ataques terroristas del 11-S), un pequeño divertimento. El año es joven, aún está en la cuna, y agitar un sonajero para verlo sonreír será considerada una actividad desproporcionadamente irrespetuosa, imagino, sólo por las nobles almas que se han permitido en estos últimos días, a cuenta del inicio de la operación Plomo Sólido, reactivar el insano mito antisemita de la mano negra financiera de los judíos para explicar algún que otro episodio de la actual crisis económica mundial, y aun cosas peores, como desempolvar los Evangelios para insinuar que los judíos, no contentos con vaciarnos los bolsillos, se dedican a perpetrar matanzas de inocentes. No exagero: entre otras, estas minucias han podido leerse en los editoriales del segundo periódico de informaciones español y primero en consultas por la red. A ratos, leyendo estas perlas, he tenido la impresión de haberme equivocado de link y haber entrado en la página web de Al Hayat o Al Arabiya.
Hablemos, pues, de "desproporcionalidad", pero antes de hacerlo con un poco de seriedad démonos el placer de repasar lo que sesudos y dignísimos periodistas profesionales se han dedicado a hacer y, sobre todo, se han negado a hacer, día tras día y machaconamente, desde el inicio de la operación Plomo Sólido. Cuando en los medios de comunicación se repite hasta la náusea el mantra de la "desproporcionalidad", hay que saber que lo que están haciendo los periodistas no tiene nada que ver con la información, y que ni siquiera como opinión o comentario editorial tiene algún sentido la palabreja, ni remite a un concepto definible y cognoscible. Para no variar, los medios han entrado con su volumen y andares de elefante en la fábrica de Murano de la geopolítica y las relaciones internacionales, y se atreven a vendernos una etiqueta que cuelga en el vacío, con su correspondiente jarrón hecho trizas en el suelo.
No sé si el medio ha dejado de ser el mensaje, como quería McLuhan, y menos si ahora ha pasado a serlo la marca, pero lo que es innegable, aparte de que estas facilidades retóricas se alzan a la descomunal altura de un tag publicitario, es que no pocos ciudadanos que buscan informarse aún saben leer y, oh misterio insondable, se asoman a un periódico sobre todo para ejercer esta actividad, bien es cierto que decadente y absurda. Estos ejemplares de la apolillada civilización lectora seguirán leyendo los medios tradicionales, pero cada vez más buscarán contrastar informaciones y matizar opiniones que demasiado a menudo son vistosas etiquetas sin objeto asignable, y lo harán leyendo y participando en blogs que al menos sí hacen el esfuerzo de recomponer el jarrón roto. En el caso de la más reciente operación militar israelí, quien quiera dotar al menos de continente el cúmulo de informaciones que recibe hará bien en consultar regularmente este espacio, y éste, y este otro.
Desproporcionalidad, pues. Hablemos de ella un poco por encima, y ciñéndonos a lo que trasluce del tratamiento informativo del conflicto por los viejos medios de comunicación occidentales. Por ejemplo: los medios nos mantienen puntualmente informados del cómputo de víctimas de la operación militar israelí (cuando escribo esto, más de 500 muertos, de los que aproximadamente 100 eran civiles), pero ¿cuántos de esos mismos medios han hecho seguimiento de los misiles lanzados sobre poblaciones israelíes desde que Hamás comenzó a bombardear el país vecino el 5 de marzo de 2002, fecha del primer lanzamiento de un misil Qassam sobre territorio israelí desde la franja de Gaza? ¿Cuántos de esos ciudadanos que salen en Londres, París o Madrid a manifestarse contra Israel y accesoriamente a favor de los palestinos saben que en los últimos tres años, desde que los israelíes se retiraron de la franja, han llovido 6.464 misiles sobre el sur de Israel? ¿Cuántos saben que el alcance de estos disparos ha ido ampliándose a medida que aumentaba la capacidad de fuego de las lanzaderas de Hamás, y que actualmente es de 70 kilómetros? ¿Y cuántos que el tiempo del que disponen los habitantes de Sderot para ponerse a salvo después del lanzamiento de un mísil desde Gaza es de apenas 15 segundos?
Más desproporcionalidad: Israel mata y machaca, los terroristas atacan. Israel bombardea, Hamás lanza "cohetes artesanales". Los Qassam y los Grad no serán tan potentes y precisos como los misiles guiados por láser de las Fuerzas Defensivas de Israel, pero matan igual. Pero aún hay otra desproporcionalidad dentro de la desproporcionalidad, y más mortífera: precisamente porque son menos precisos es mayor la capacidad letal de los misiles de Hamás. Esta desproporcionalidad suele ser pasada por alto por nuestros ilustrados medios de comunicación: Israel no ordena acciones militares con el fin de matar civiles, Hamás sí. Y si hasta la fecha los israelíes sólo han tenido que enterrar a 24 víctimas mortales de los juguetitos artesanales de Hamás (que han dejado, por otra parte, más de 1.100 heridos), ello refleja también otra notable desproporcionalidad: las autoridades israelíes imponen medidas de seguridad excepcionales para garantizar el derecho a la vida de sus nacionales, mientras que los simpáticos resistentes islámicos (Hamás es el acrónimo de Harakat al Muqawama al Islamiya, Movimiento de Resistencia Islámico) no sólo no hacen lo propio con sus amadísimos conciudadanos palestinos, sino que los utilizan como carne de cañón mediática al instalar sus arsenales y disparar misiles desde residencias privadas o edificios públicos. Incluso, por increíble que parezca, han llegado a disparar misiles contra Israel... ¡desde una escuela construida en Gaza con fondos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (Unrwa)!
¿Quién es capaz de imaginar a un líder de Hamás diciendo esta frase de Golda Meir, pronunciada en una conferencia de prensa en Londres en 1969: "Cuando haya paz, quizás, al cabo del tiempo, seremos capaces de perdonar a los árabes por haber matado a nuestros hijos, pero mucho más difícilmente podremos perdonarles el habernos obligado a matar a los suyos"?
Y citaré sólo una desproporción más en el tratamiento informativo de la reciente crisis en Próximo Oriente. Nuestros medios, tan puntillosos cuando documentan otras violencias, que ante cualquier cadáver se deshacen en adverbios supuestos y presuntos para demostrar su pureza de sangre judicial, meten en un mismo saco, sin precinto adverbial, a todos los palestinos. Ya que todos ellos unánimemente son, ni presunta ni supuestamente, víctimas de los israelíes. Una vez más, las inútiles preguntas retóricas: ¿cuántos medios han informado de la denuncia por Fatah de la ruptura de la tregua por parte de Hamás, que ha sido la causa invocada por Israel para lanzar su operación Plomo Sólido? ¿Y cuántos se han hecho eco de las torturas y asesinatos de palestinos de Gaza por miembros de Hamás, acusados de colaborar con el enemigo israelí? Bingo: he encontrado uno que se ha atrevido, eso sí, tratando el asunto no con la dureza frontal de una información, sino con el paño de quitar el polvo del reportaje. Y, por lo excepcional que es ver tratado este tema en un espacio informativo televisivo, hay que quitarse el sombrero ante este documento emitido por la cadena por cable francesa Bfmtv. Pero estas excepciones no bastan para salvar el honor de unos medios que no nos tienen acostumbrados a distinguir entre palestinos fanatizados por Hamás y palestinos que aspiran a la construcción de un estado no musulmán, y que ni siquiera se muestran capaces de distinguir entre Gaza y Ramala.
Pero la gran paradoja es que quienes hablan de "desproporción" para repudiar la campaña del ejército israelí en la franja de Gaza ignoran cuánta razón tienen. Claro que quienes repiten como loritos el mantra del "uso excesivo de la fuerza" por parte de Israel ni siquiera son conscientes de que esta ya ritual acusación esconde un debate muy serio. Desde la desaparición de la Unión Soviética y, con ella, de la política de disuasión mediante el equilibrio de la amenaza nuclear, dos doctrinas opuestas pugnan por imponerse en el nuevo tablero de las relaciones geopolíticas y los conflictos armados. Un tablero en el que las piezas enfrentadas se caracterizan, precisamente, por su no proporcionalidad: de un lado, estados y ejércitos; de otro, grupos terroristas territorialmente difusos en todos sus aspectos, desde su financiación hasta los objetivos que declaran perseguir, desde la ideología que profesan al origen de sus efectivos.
Este debate enfrenta desde hace dos décadas, y previsiblemente seguirá haciéndolo, a Europa y las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, por un lado, y a Estados Unidos e Israel, por otro. Para los primeros, las guerras pueden ser justas, para ello bastaría con aplicar al pie de la letra el Protocolo I Adicional a las Convenciones de Ginebra. Un texto cargado de buenas intenciones que, para no variar, conduce derechito, si no al infierno, al menos a la parálisis y la imposibilidad para los estados de defenderse ante ataques terroristas. Así, en su obsesión por definir lo que sea un combatiente legal, los legisladores buenistas de la ONU han limitado el derecho a defenderse de ataques terroristas a aquellas situaciones en que los terroristas en cuestión pueden ser considerados combatientes hostiles. En claro: es legal (y se supone que proporcional) matar a terroristas únicamente cuando éstos estén matando; en cualquier otra circunstancia, los terroristas han de ser considerados como civiles y tratados como corresponde.
Por descontado, cuando medios como El Mundo o El País machaconamente critican a Israel por su uso desproporcionado de la fuerza, nunca informan a sus lectores del trasfondo político (y, en última instancia, ideológico) que motiva el uso de la palabreja. Desproporcionalidad y uso desproporcionado de la fuerza se han convertido, por mor de la habitual desidia periodística, en ramplonas metáforas de la ley del más fuerte. En realidad, la acusación de que Estados Unidos en Irak o Israel en Gaza (o, en 2006, en Líbano) reaccionan desproporcionadamente enfrenta dos doctrinas y dos concepciones del uso de la fuerza, en el marco del Derecho Internacional, que buscan, la una legitimar el tratamiento del terrorismo como acto de guerra, la otra limitar la definición de actos de guerra a contextos bélicos proporcionales, es decir, en que las dos partes enfrentadas luchen en igualdad de condiciones objetivas (dos ejércitos enfrentados). No se piense que se trata de un apolillado debate académico: como ha argumentado sólidamente Robert Kagan, esta diferencia doctrinal es actualmente la principal causa de no entendimiento entre Estados Unidos y las democracias de Europa Occidental. Y de que una u otra doctrina acabe imponiéndose se desprenderá una consecuencia tan importante como que los estados legalmente constituidos puedan o no defenderse legal y legítimamente de acciones terroristas.
En última instancia, poner a Israel en la picota porque lanza una operación militar contra un grupo terrorista que amenaza la vida y la seguridad de sus habitantes y que, además, en ningún momento ha renunciado a borrarlo del mapa equivale a negar a este estado el derecho a defenderse militarmente cada vez que sufra serios ataques terroristas, incluso cuando en éstos interviene masivamente armamento militar (no es de recibo decir que los Qassam son "cohetes caseros": un Qassam es un misil, tan letal como el más tecnológicamente sofisticado). Y más allá de la reprobación moral de unos medios entregados a la facilidad y la flojera del manejo negligente e inexacto de etiquetas, tags y cualquier otra marca distintivas, lo que está en juego hoy en Gaza, ayer en Irak y pasado mañana quién sabe dónde es la disyuntiva entre aceptar que las democracias pueden ejercer legítimamente el derecho a defenderse del terrorismo o preferir que se desarmen ante sus enemigos, con tal de no cometer pecado de "desproporcionalidad".