Muy bien. Hablemos de economía, pues.
Ni McCain ni Obama son duchos en la materia. Ninguno de los dos tiene una idea clara sobre cómo afrontar la catástrofe financiera. Bueno... ¡ni ellos ni nadie, empezando por los expertos más celebrados, desde Henry Paulson al presidente del Banco Central Europeo! Con todo, están consiguiendo capear el temporal.
Tanto McCain como Obama han conformado equipos económicos, seleccionados con esmero, que pueden diferir en los detalles pero cuyas ideas de conjunto sobre cómo gestionar la crisis parecen razonables. Así que olvídese de la batahola propagandística: aquí no hay uno que saque ventaja al otro.
Por lo que hace al resto de asuntos domésticos, McCain no es sino el conservador moderado que solía hacer las delicias del establishment mediático y de Washington; ese tipo cuyas herejías han dado más de un quebradero de cabeza a los congresistas republicanos y a George W. Bush. Pero como resulta que ahora se interpone en el camino de una restauración demócrata signada por la audacia de la esperanza, sus antiguos amigos le dan la espalda y han roto a decir que se ha vuelto de derechas de la noche a la mañana.
¡Qué poca vergüenza! McCain es el que era. En líneas generales, concibe el Estado como un contrapeso rooseveltiano (Teddy más una pizca de Franklin Delano) a los malhechores que tienen poder y dinero. Quiere que el Estado se haga cargo de onerosas obligaciones relacionadas con la Seguridad Social y el Medicare. Quiere insuflar aires nuevos en el sector de los seguros médicos debilitando el vínculo entre los mismos y el empleo, que provoca que la gente tema perder su puesto de trabajo, que pone, por tanto, freno a la movilidad laboral y que lastra nuestra industria con costes que le conducen a la insolvencia. Asimismo, defiende unos tipos impositivos bajos para estimular la creación de empleo y la iniciativa empresarial.
Su programa es, pues, ecléctico, moderado, centrista, casi genéticamente inclinado al bipartidismo.
Obama, en cambio, habla cada vez menos de bipartidismo, su tarjeta de presentación durante su fase mesiánica previa. Lo cierto es que no necesita el bipartidismo para nada: si gana, contará con abultadas mayorías demócratas en ambas Cámaras. Y, ojo, Obama no es el Clinton centrista de 1992.
¿Con qué se encontrará, estimado lector, si el vencedor es el senador por Illinois?
– Con el famoso card check, es decir, con la abolición del voto secreto en lo relacionado con la certificación de los sindicatos en los centros de trabajo. Unos gorilas de aquí te espero se presentarán una noche en su casa y le pedirán que apoye a tal o cual sindicato. Y usted firmará, claro.– Con la denominada Doctrina de la Imparcialidad, un proyecto de Nancy Pelosi y demás barandas demócratas muy estilo Hugo Chávez diseñado para acabar con los programas radiofónicos conservadores.– Con jueces que, en materia de creatividad constitucional, irán incluso más allá de lo que suelen ir los jueces de designación demócrata. Es decir, con jueces elegidos, como ya ha anunciado el propio Obama, en función de su "empatía" para con "los pobres, los afroamericanos, los discapacitados o los homosexuales", cuando nuestro sistema legal se ha sustentado históricamente en la idea de una justicia ciega, o sea, igual para todos y que no atiende a circunstancias particulares.– Una expansión sin precedentes del poder del Gobierno. Sí, lo sé. Ya sabemos de qué va esto: un Gobierno conservador ha nacionalizado parcialmente el sector hipotecario, el de los seguros y nueve de los diez mayores bancos del país.
La gente traga con esto porque entiende que la crisis actual exige la adopción de medidas extraordinarias. La diferencia estriba en que los conservadores se inclinan instintivamente a hacer de estas medidas algo temporal, en tanto que una Administración Obama-Pelosi-Reid-Barney-Frank encontraría irresistible la tentación de utilizar la herencia recibida (esos 700.000 millones de dólares para gastar sin demasiados controles) para rehacer radicalmente la economía y la sociedad americanas.
Ciertamente, no estamos a las puertas del socialismo, ni del fin del mundo; sí, sin lugar a dudas, ante un giro izquierdista hacia políticas como las de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson. La alternativa es un conservador moderado como McCain presidiendo una Administración en general inclinada a resistirse al modelo socialdemócrata europeo de regulación social y económica, caracterizado por unos tipos impositivos y unas políticas redistributivas de tal calibre que asfixian el crecimiento.
En materia de seguridad nacional, las cosas están claras como el agua. No lo están, ni mucho menos, en el terreno de la política doméstica, porque ahí anda de por medio la ideología. McCain es un candidato de centro-derecha paradigmático. Sin embargo, este país paradigmáticamente centro-derechista está a punto de rechazarle. Las ansias de catarsis anti-republicana y la promesa cegadora de la esperanza obamita son demasiado fuertes, así de sencillo.
Ya vendrán los lamentos, ya.