Sin embargo, cualquier observador atento de la realidad salvadoreña está plenamente advertido de la radicalización del FMLN y del historial de sus dirigentes. En el mejor de los casos, Mauricio Funes es un muñeco de las izquierdas más extremas. El vicepresidente, Salvador Sánchez Cerán, y el intelectual jefe del partido, José Luis Merino, son claros en sus reiteradas manifestaciones en cuanto al ataque frontal a la propiedad privada. Por su parte, el diputado Salvador Arias ha resaltado la necesidad de celebrar un referendo para modificar las estructuras "neoliberales" e implantar en el país una "democracia participativa" a lo Chávez.
No se trata de abstenerse de criticar a los gobiernos anteriores, pero también cabe destacar los meritorios esfuerzos en materia de privatizaciones (aunque algunas fueron tímidas y otras se hicieron mal), la dolarización de la economía (para evitar los desbarajustes de la manipulación monetaria local), las reformas en los sistemas de pensiones (que, sin embargo, no contemplaron que cada uno disponga del fruto de su trabajo como le plazca) y otras medidas tendentes a mejorar la situación del país: el porcentaje de salvadoreños por debajo de la línea de pobreza se redujo a la mitad en los últimos quince años.
Verdaderamente, queda mucho por hacer, y, por desgracia, el contubernio de empresarios que obtienen favores del aparato estatal sigue ahí.
Es cierto que la crisis mundial ha reducido las remesas que envían los salvadoreños residentes en EEUU a sus familiares, y que el precio del café se ha contraído significativamente, pero esto no justifica que se abracen medidas estatistas que han empobrecido a todos los países que las han adoptado.
Las mayorías ilimitadas están haciendo estragos, hacen tabla rasa con los límites al poder y convierten la democracia en una ruleta rusa de consecuencias imprevisibles. La justicia y el derecho no pueden someterse a los espejismos de la aritmética.
© AIPE
ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), presidente de la Sección de Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias Argentina.
No se trata de abstenerse de criticar a los gobiernos anteriores, pero también cabe destacar los meritorios esfuerzos en materia de privatizaciones (aunque algunas fueron tímidas y otras se hicieron mal), la dolarización de la economía (para evitar los desbarajustes de la manipulación monetaria local), las reformas en los sistemas de pensiones (que, sin embargo, no contemplaron que cada uno disponga del fruto de su trabajo como le plazca) y otras medidas tendentes a mejorar la situación del país: el porcentaje de salvadoreños por debajo de la línea de pobreza se redujo a la mitad en los últimos quince años.
Verdaderamente, queda mucho por hacer, y, por desgracia, el contubernio de empresarios que obtienen favores del aparato estatal sigue ahí.
Es cierto que la crisis mundial ha reducido las remesas que envían los salvadoreños residentes en EEUU a sus familiares, y que el precio del café se ha contraído significativamente, pero esto no justifica que se abracen medidas estatistas que han empobrecido a todos los países que las han adoptado.
Las mayorías ilimitadas están haciendo estragos, hacen tabla rasa con los límites al poder y convierten la democracia en una ruleta rusa de consecuencias imprevisibles. La justicia y el derecho no pueden someterse a los espejismos de la aritmética.
© AIPE
ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), presidente de la Sección de Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias Argentina.