El apoyo de Maliki ha puesto en un grave aprieto tanto a la Administración Bush como al candidato republicano, John McCain, que han demostrado haber subestimado la sofisticación y la astucia del primer ministro iraquí.
¿De qué va Maliki? Sin lugar a dudas, está convencido de que la guerra está ganada. Al Qaeda está derrotada, la insurgencia suní está en punto muerto, y los extremistas chiíes, dispersos y marginados. Por supuesto, seguirá habiendo violencia, desafíos a la autoridad del Gobierno central y, quizá, hasta ofensivas como la del Tet –pero a menor escala– por parte de terroristas sunitas o chiíes que traten de desmoralizar a la opinión pública en EEUU e Irak en vísperas de las elecciones que ambos países han de celebrar. Ahora bien, a juicio de Maliki las amenazas estratégicas a la unidad del Estado y a la viabilidad del nuevo Gobierno democrático han terminado.
El jefe del Ejecutivo iraquí está convencido de que sus fuerzas armadas son lo bastante fuertes como para apuntalar el nuevo régimen con una mínima ayuda norteamericana. Puede que esté siendo excesivamente confiado, como lo viene siendo en lo referido a la capacidad de su ejército –como volvió a quedar de manifiesto hace pocas fechas, cuando, tras lanzar un ataque algo precipitado contra las milicias de Basora, hubo de pedir ayuda a EEUU y el Reino Unido–, y ciertamente confía más en su propia capacidad que el general David Petraeus.
Esté justificada o no, esa misma confianza le permite precisar un calendario de retirada de las tropas norteamericanas; una retirada, por cierto, condicionada a que se sigan registrando mejoras en lo relacionado con la seguridad, lo cual suele omitir Obama. Maliki calcula que ningún presidente de EEUU, sean cuales sean sus promesas electorales, será tan insensato como para perder Irak después de todo lo que se ha conseguido y luego tener que cargar con el muerto de un Irak nuevamente caótico, que envenenaría sus días en la Casa Blanca.
Así que lo que está haciendo Maliki, dejando de lado el hecho de la retirada del grueso de las tropas norteamericanas, es anticiparse a la próxima etapa: la relación a largo plazo entre su país y EEUU.
¿Con quién preferirá negociar el acuerdo de permanencia de las tropas, con Obama o con McCain? El senador por Illinois –y con él la plana mayor de su partido– lo que quiere es salir de Irak lo antes posible: hace dos años, porque la guerra estaba perdida; ahora, nos dicen, porque hay que acudir en socorro de Afganistán. Las razones cambian, pero la conclusión es siempre la misma: hay que salir de Irak, borrar incluso el recuerdo mismo de esta empresa; dejar una fuerza residual, tan insignificante como sea posible y, por supuesto, nada de bases permanentes.
En cuanto a John McCain, ve, al igual que George Bush, a Estados Unidos recogiendo los frutos de la victoria en una guerra muy onerosa y sangrienta y estableciendo una relación estratégica con un Irak convertido en firme aliado en la guerra contra el terror; un Irak que, además, le proporcionará la infraestructura y la libertad de acción necesarias para proyectar el poder americano en la región. En este punto, Irak representaría el papel que desempeñan en otras zonas Alemania, Japón o Corea del Sur.
Un ejemplo: podríamos querer conservar una base aérea para controlar Irán, proteger a nuestros aliados en la zona y aliviar la presión sobre nuestras fuerzas navales –que hoy en día soportan gran parte del peso de la protección del Golfo Pérsico–, lo que podría permitirnos desplegarlas en otras partes.
Cualquier líder iraquí preferiría un negociador americano más flexible, porque todos los países –pensemos de nuevo en Alemania, Japón y Corea del Sur– quieren tener la máxima libertad de acción sin dejar de disfrutar de la protección de EEUU.
No cabe duda de quién sería el negociador americano más flexible. Los demócratas llevan mucho tiempo denunciando la dura negociación de la Administración Bush sobre los activos estratégicos en el Irak de posguerra. Maliki sabe que Obama y compañía están hasta las narices de esta guerra; tan comprometidos política y psicológicamente con su liquidación, tan decididos a no hacer nada que justifique "la guerra de Bush", que sencillamente tratarán de reducir la implicación americana al mínimo posible. Por eso concedió al senador por Illinois una recepción digna de reyes, y su apoyo al previamente problemático calendario de retirada de aquél.
Obama comparte con Maliki la idea de que hay que reducir el rol americano en el Irak de posguerra; pero es que ahora además está en deuda con él. Por eso el premier iraquí se ha decantado por Obama, en lo que ha representado el voto por correo más rápido y ostentoso de esta elección presidencial.