Ahora se han disipado hasta las sombras de las dudas: Macri se ha aliado esta semana con el ex gobernador de Córdoba José Manuel de la Sota y el diputado por la Unión Celeste y Blanco, hasta antes de ayer candidato potencial a gobernador de Buenos Aires, Francisco de Narváez, peronistas ambos, aunque, como matizaba en broma Bioy Casares, del peronismo fino.
De Narváez ha dedicado los últimos tiempos a armar mediante denuncias incomprobables un "mapa de la inseguridad", usurpando funciones de policía sin que a nadie se le moviera un pelo. Hicieron una presentación pública de su acuerdo para las legislativas de este año y los tres repitieron, con una frecuencia de más o menos seis minutos, que nada tenían que ver con el ex presidente Eduardo Duhalde, factótum del peronismo en la provincia de Buenos Aires, que es donde, por concentración de población (un tercio del total nacional), se pierden y se ganan las elecciones.
Los métodos electorales del duhaldismo son tan simples como eficaces, aunque a veces rocen lo grotesco. Un ejemplo: dos días antes de las elecciones, en este país en que el voto es obligatorio, en las zonas más depauperadas del cinturón de villas miseria que rodean la capital (unos ocho millones de habitantes) se reparten zapatillas; buenas zapatillas, destinadas a durar al menos un mes. Pero sólo se entrega una por persona. Digamos que se reparten zapatillas del pie izquierdo, que no prestan un gran servicio mientras no se las junta con sus pares del pie derecho. Pues bien: éstos, los derechos, se entregan dos o tres días después de los comicios, una vez escrutados los votos y comprobada, por ende, la lealtad de los candidatos al efímero calzado. Que, en parte, son los que llenan los actos de campaña y jalean al orador principal, por bestia que sea, a cambio de, por ejemplo, dos pesos y un choripán (bocadillo de chorizo criollo en pan francés). ¿De qué manga se habrá sacado Karl Marx la idea de que los hombres, en situaciones extremas, hacen una revolución? Lo que hacen con más frecuencia es el ridículo.
Pues bien: el aceitado aparato electoral del peronismo de Duhalde, que hoy por hoy está en franca pugna con los Kirchner, a los que ayudó a llegar al gobierno, estará al servicio de esa terna de la que Macri forma parte. Es decir, el liberal competirá en asociación con los peronistas alternativos al peronismo oficial y aquí, en la milagrosa Argentina, hasta en la ciudad de Buenos Aires, donde hay más librerías y salas de teatro por habitante que en cualquier otra capital del mundo, los ciudadanos (es una república, al fin y al cabo) optarán nuevamente entre unos peronistas y otros peronistas.
Hace un tiempo, los porteños (de la ciudad puerto que es capital de la nación), que no votan como los bonaerenses (de la provincia de Buenos Aires, que rodea a la ciudad), creyeron elegir en Macri un gobernante no peronista. Fueron engañados una vez más. Y es que el camino a la presidencia, que es el que quiere recorrer este joven, es demasiado largo si se quiere llegar a él construyendo una alternativa al aparato mafioso que maneja la mayor parte del poder desde hace medio siglo, aun con Perón en el exilio. Un aparato formado por unos sindicatos todopoderosos, capaces de paralizar el país en dos horas, y un movimiento ubicuo en el que siempre hay disidencias pero que sale misteriosamente fortalecido de cada conflicto (Perón decía: "Los peronistas somos como los gatos: cuando parece que nos estamos peleando es que nos estamos reproduciendo").
Menem, un peronista de la cabeza a los pies, desarticuló los dos únicos elementos que mantenían estructuralmente unida la Argentina: los ferrocarriles y el ejército (como se sabe por la experiencia felipil zapateril, la desarticulación de los ejércitos ha sido en los últimos años una de las tareas a las que más afanes ha dedicado el peronismo universal). Ahora, la nación permanece pegada gracias a los sindicatos y el movimiento. Cuando eso se acabe (ni usted, querido lector, por joven que sea, ni yo veremos llegar ese momento), habrá que empezar de nuevo.
Algunos amigos, que amén de liberales son católicos, me preguntarán por la Iglesia argentina. Pues veréis: aquí, cualquier excusa es buena para hacer un poco de antisemitismo por ahí, un poco de anticatolicismo por allá. Tanto vale la franja de Gaza como Williamson. Y algún éxito deben de tener estos energúmenos, porque el judaísmo parece haberse reducido a su expresión ortodoxa y la Iglesia Católica nunca estuvo peor. Pululan las sectas de todo pelaje y los pastores al uso local, que se parecen a los predicadores de la literatura americana de la primera mitad del siglo XX, con el Elmer Gantry de Sinclair Lewis a la cabeza. Las religiones afroargentinas (apunte usted ese nombre, porque oirá hablar mucho de ellas) hacen su agosto: tras el descubrimiento étnico de que por aquí hubo negros esclavos alguna vez, se acuñó el nombre de raza correspondiente, pero como autodenominarse "afroargentino" no oscurece a nadie, la corriente reivindicativa del caso se abrió camino por la vía religiosa.
Que nadie piense en el avance del protestantismo, sea metodismo, luteranismo, anabaptismo, episcopalianismo: se trata de cosas nuevas, imitativas pero autóctonas, y sus diferencias con la Iglesia no son teológicas, sino publicitarias y económicas. Y vienen a sumarse a la expansión acelerada del islamismo, con la correspondiente ola migratoria, en este caso discreta pero segura: en determinadas zonas (sobre todo antiguas zonas judías) empiezan a florecer de repente carnicerías halal, escuelas de danzas árabes y deliveries de comida ad hoc. Supongo que pronto ocurrirá lo que en Barrio Chino de Belgrano, donde hace años que funciona una Unidad Básica (local político) Justicialista de Residentes Taiwaneses en Argentina, y prosperarán el peronismo musulmán, el afroperonismo y otras variantes previsibles, incluida la resurrección de López Rega.
¿Qué va a hacer el pobre Macri, pues, para llegar a presidente? Sumarse a la corriente, ir a veces a la catedral, a veces a la gran mezquita, a veces a uno de esos templos, y presentarse a las elecciones con los peronistas, que son lo que hay. Y al liberalismo, que le den.
El liberal de verdad, López Murphy, el hombre con menos carisma de la historia universal, está buscando alianzas para superar el 1,7% de la última convocatoria.
vazquezrial@gmail.com
www.vazquezrial.com
Los métodos electorales del duhaldismo son tan simples como eficaces, aunque a veces rocen lo grotesco. Un ejemplo: dos días antes de las elecciones, en este país en que el voto es obligatorio, en las zonas más depauperadas del cinturón de villas miseria que rodean la capital (unos ocho millones de habitantes) se reparten zapatillas; buenas zapatillas, destinadas a durar al menos un mes. Pero sólo se entrega una por persona. Digamos que se reparten zapatillas del pie izquierdo, que no prestan un gran servicio mientras no se las junta con sus pares del pie derecho. Pues bien: éstos, los derechos, se entregan dos o tres días después de los comicios, una vez escrutados los votos y comprobada, por ende, la lealtad de los candidatos al efímero calzado. Que, en parte, son los que llenan los actos de campaña y jalean al orador principal, por bestia que sea, a cambio de, por ejemplo, dos pesos y un choripán (bocadillo de chorizo criollo en pan francés). ¿De qué manga se habrá sacado Karl Marx la idea de que los hombres, en situaciones extremas, hacen una revolución? Lo que hacen con más frecuencia es el ridículo.
Pues bien: el aceitado aparato electoral del peronismo de Duhalde, que hoy por hoy está en franca pugna con los Kirchner, a los que ayudó a llegar al gobierno, estará al servicio de esa terna de la que Macri forma parte. Es decir, el liberal competirá en asociación con los peronistas alternativos al peronismo oficial y aquí, en la milagrosa Argentina, hasta en la ciudad de Buenos Aires, donde hay más librerías y salas de teatro por habitante que en cualquier otra capital del mundo, los ciudadanos (es una república, al fin y al cabo) optarán nuevamente entre unos peronistas y otros peronistas.
Hace un tiempo, los porteños (de la ciudad puerto que es capital de la nación), que no votan como los bonaerenses (de la provincia de Buenos Aires, que rodea a la ciudad), creyeron elegir en Macri un gobernante no peronista. Fueron engañados una vez más. Y es que el camino a la presidencia, que es el que quiere recorrer este joven, es demasiado largo si se quiere llegar a él construyendo una alternativa al aparato mafioso que maneja la mayor parte del poder desde hace medio siglo, aun con Perón en el exilio. Un aparato formado por unos sindicatos todopoderosos, capaces de paralizar el país en dos horas, y un movimiento ubicuo en el que siempre hay disidencias pero que sale misteriosamente fortalecido de cada conflicto (Perón decía: "Los peronistas somos como los gatos: cuando parece que nos estamos peleando es que nos estamos reproduciendo").
Menem, un peronista de la cabeza a los pies, desarticuló los dos únicos elementos que mantenían estructuralmente unida la Argentina: los ferrocarriles y el ejército (como se sabe por la experiencia felipil zapateril, la desarticulación de los ejércitos ha sido en los últimos años una de las tareas a las que más afanes ha dedicado el peronismo universal). Ahora, la nación permanece pegada gracias a los sindicatos y el movimiento. Cuando eso se acabe (ni usted, querido lector, por joven que sea, ni yo veremos llegar ese momento), habrá que empezar de nuevo.
Algunos amigos, que amén de liberales son católicos, me preguntarán por la Iglesia argentina. Pues veréis: aquí, cualquier excusa es buena para hacer un poco de antisemitismo por ahí, un poco de anticatolicismo por allá. Tanto vale la franja de Gaza como Williamson. Y algún éxito deben de tener estos energúmenos, porque el judaísmo parece haberse reducido a su expresión ortodoxa y la Iglesia Católica nunca estuvo peor. Pululan las sectas de todo pelaje y los pastores al uso local, que se parecen a los predicadores de la literatura americana de la primera mitad del siglo XX, con el Elmer Gantry de Sinclair Lewis a la cabeza. Las religiones afroargentinas (apunte usted ese nombre, porque oirá hablar mucho de ellas) hacen su agosto: tras el descubrimiento étnico de que por aquí hubo negros esclavos alguna vez, se acuñó el nombre de raza correspondiente, pero como autodenominarse "afroargentino" no oscurece a nadie, la corriente reivindicativa del caso se abrió camino por la vía religiosa.
Que nadie piense en el avance del protestantismo, sea metodismo, luteranismo, anabaptismo, episcopalianismo: se trata de cosas nuevas, imitativas pero autóctonas, y sus diferencias con la Iglesia no son teológicas, sino publicitarias y económicas. Y vienen a sumarse a la expansión acelerada del islamismo, con la correspondiente ola migratoria, en este caso discreta pero segura: en determinadas zonas (sobre todo antiguas zonas judías) empiezan a florecer de repente carnicerías halal, escuelas de danzas árabes y deliveries de comida ad hoc. Supongo que pronto ocurrirá lo que en Barrio Chino de Belgrano, donde hace años que funciona una Unidad Básica (local político) Justicialista de Residentes Taiwaneses en Argentina, y prosperarán el peronismo musulmán, el afroperonismo y otras variantes previsibles, incluida la resurrección de López Rega.
¿Qué va a hacer el pobre Macri, pues, para llegar a presidente? Sumarse a la corriente, ir a veces a la catedral, a veces a la gran mezquita, a veces a uno de esos templos, y presentarse a las elecciones con los peronistas, que son lo que hay. Y al liberalismo, que le den.
El liberal de verdad, López Murphy, el hombre con menos carisma de la historia universal, está buscando alianzas para superar el 1,7% de la última convocatoria.
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