
Walton se empeñó en ofrecer a los consumidores de las pequeñas ciudades norteamericanas, que no tenían acceso a los grandes almacenes, todos los productos que les estaban vedados al mejor precio posible. La aventura, contada por el propio Walton en su autobiografía (Made in America, 1993), empezó en la ciudad de Bentonville, en el estado de Arkansas. La empresa permanece fiel a sus orígenes y sigue teniendo allí su sede central.
Durante mucho tiempo, Wal-Mart ha sido el paradigma de todas las historias de éxito en EEUU. Más aún, la lealtad a sus orígenes y su voluntad de seguir abriendo almacenes en ciudades pequeñas había convertido a Wal-Mart en la viva representación de la Norteamérica de las pequeñas ciudades, de las comunidades a las que ofrecía productos y precios inasequibles de otra forma.
Hace tiempo que todo esto empezó a cambiar. Wal-Mart es demasiado grande, y se enfrenta a todos los que odian lo grande, excepto, como se ha dicho muchas veces, el Gran Gobierno y, sobre todo, las Grandes Subvenciones, en particular cuando van a parar al propio bolsillo.
La ofensiva contra Wal-Mart ha procedido durante mucho tiempo de los sindicatos. Los sindicatos nunca han podido entrar en Wal-Mart, y los trabajadores, que la empresa llama "asociados", no están sindicalizados. Ahora el problema es que los sindicatos muestran el mismo declive en Estados Unidos que en todas partes. En los últimos 50 años, la afiliación ha caído del 30 al 12,5% de la población empleada. Esto, unido a su politización a favor de los demócratas, provocó la ruptura de la gran central AFL-CIO, el pasado mes de julio. La antaño poderosísima AFL-CIO, situada en Washington, justo al lado de la Casa Blanca, como para dejar bien claro quién tutela al poder político en EEUU, se está desintegrando.

Además, el frente se ha globalizado. No se acusa a Wal-Mart sólo de explotar a los trabajadores norteamericanos, también de explotar a los trabajadores de los países en vías de desarrollo y, de paso, destruir puestos de trabajo en EEUU. En este caso, el argumento contra Wal-Mart es tan proteccionista como –más o menos– marxista. Wal-Mart se ha defendido aduciendo que sus salarios en EEUU doblan, de media, el salario mínimo de 5,15 dólares la hora. No serán tan malos los sueldos que ofrece Wal-Mart cuando, en una sola semana del mes de agosto, 11.000 personas se presentaron para 400 puestos de trabajo en un nuevo establecimiento que iba a abrir en Oakland, California.
La empresa contribuye al presupuesto estatal con unos impuestos que alcanzan los 5.000 millones de dólares anuales. Dando un paso más, su presidente, Lee Scott, ha pedido al Gobierno que aumente el salario mínimo.
El otro frente de ataque es más novedoso. En realidad, invierte los términos en que se ha basado el éxito de Wal-Mart. Según sus detractores, sus bajos precios tienen un coste moral demasiado elevado. No sólo en explotación de mano de obra, sino en destrucción del medio ambiente y, sobre todo, en puestos de trabajo y en variedad. Wal-Mart, que se enorgullecía de proporcionar variedad –es decir, libertad– al consumidor, es ahora acusado de ser una potencia imperial: planificada desde la sede central, con ordenadores sólo comparables a los del Pentágono, imponiendo productos que elige por su cuenta. Como escribió Nick Gillespie, el antiguo editor de Reason, la guerra contra Wal-Mart es como la Guerra de las Galaxias, con Sam Walton haciendo de Darth Wader.
Pero Darth Wader no se ceba sólo en las pequeñas empresas, las tiendas de alimentación y el pequeño comercio. En esta nueva guerra también arrasa las pequeñas ciudades, la vida comunitaria cuya urdimbre Wal-Mart destroza para siempre cuando instala sus gigantescos almacenes en forma de naves industriales y sus parkings para centenares de coches. Wal-Mart, nacido para servir a las ciudades pequeñas, se ha convertido en el enemigo de una Norteamérica a medias rural y a medias urbana, donde los vecinos se conocían, se relacionaban y se ayudaban.
La imagen es amable y bucólica, aunque el argumento resulta bastante falaz. Es cierto que el pequeño comercio tiene en Wal-Mart una competencia poderosa. Pero prosperan los que se especializan y ofrecen servicios que Wal-Mart no puede ofrecer. En el fondo, el argumento comunitario pretende que la decisión colectiva sustituya a la libre elección individual. En la práctica, el comunitarismo anti Wal-Mart sólo ha triunfado por ahora en el pequeño estado de Vermont, el único en el que la empresa no ha logrado abrir ningún establecimiento. Lo gobierna el radical Howard Dean, que ahora está al frente de la estrategia política del Partido Demócrata.

Ni qué decir tiene que Wal-Mart sigue creciendo en Estados Unidos y en todo el mundo, en particular en China. En los últimos tiempos ha intentado cambiar su imagen. Ha diversificado su oferta y ofrece productos de gama más alta, inéditos hasta ahora en sus almacenes, como ropa de marca y productos de tecnología sofisticada. Wal-Mart intenta seducir y atraer a un público que no acude a sus tiendas porque las considera feas, vulgares. Al argumento marxista, al proteccionista y al comunitarista se añade en este caso el esnobismo, que disimula apenas la distinción de clase.
Bien es verdad que Wal-Mart se enfrenta aquí a una nueva competencia: internet y los supermercados muy baratos que están abriendo en el centro de las ciudades. Eso explica la caída de las acciones de la empresa, imparable desde hace varios años.
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La coalición social que sostiene al Gobierno republicano de Bush ha sido descrita como una alianza de la clientela de Wal-Mart con la de Brook Brothers, una cadena de tiendas de ropa de calidad. La ha descrito Thomas Frank, un escritor progresista amargado por el triunfo del republicanismo en Kansas –su patria chica–, en su libro What’s the Matter with Kansas? (algo así como ¿Qué pasa con Kansas?, 2004). Kansas siempre había votado a los demócratas progresistas, hasta que llegó el nuevo republicanismo y la gente se pasó a la derecha.
¿Por qué? Frank lo expone bien, aunque lo hace a su pesar, porque se niega a comprender lo ocurrido. Pero es bien sencillo. Los votantes, la gente normal y corriente, lo que antes se llamaba "el pueblo", se aburrió a finales de los 90 de las elites bienpensantes que pretenden imponer sus propios criterios estéticos, morales y políticos disfrazándolos de cultura y progreso. Cambió su orientación política y se decidió a votar lo que siempre había comprado: Wal-Mart. Frank podía haber escrito que la gente sustituyó la ideología por un análisis realista de la realidad social. Y que se hartó de los hipócritas y de los cursis.