Evidentemente, el vuelco electoral no estuvo motivado por ese puente en Alaska que costó 223 millones de dólares, ni siquiera en el vicio que simboliza: el gasto incontrolado de un Congreso dominado por los republicanos que pretende comprar para siempre el poder. El gasto a manos llenas (recordemos las leyes sobre agricultura y autopistas, o que el número de señales se ha mutiplicado casi por ocho desde 1994) y demás brindis al sol (recordemos ahora la intervención en el caso Terri Schiavo, por ejemplo) han ido ganando terreno en la medida en que los republicanos han ido olvidándose de aquello por lo que en un principio buscaron hacerse con el poder.
El caso es que los republicanos se han hundido bajo el peso de Irak, y la moraleja es clara: las guerras que uno elige deben ganarse de inmediato, y no perderse durante largo tiempo. En vísperas de los comicios el presidente prometió que el secretario de Defensa permanecería en el cargo. Pero la promesa se hizo humo el miércoles, como consecuencia del rechazo expresado el martes a la administración republicana, que aunque sustancial no fue en modo alguno algo extraordinario, si se tiene en cuenta lo que lo ha causado: una dirección de la guerra peor aún de la que padecimos durante el conflicto de 1812.
El resultado de las elecciones para la Cámara de Representantes: el punto final al control que de la Casa han tenido los republicanos durante 12 años, es normal; lo que carece de precedentes es la razón subyacente. Los 40 años de control demócrata fueron algo anormal: desde los primeros comicios posteriores a la Guerra Civil (1866) el control de la Cámara ha cambiado de manos 15 veces, es decir, una vez cada 9,3 años. Pero nunca hasta ahora unas elecciones de mitad de mandato habían condenado tan severamente a un presidente por una sola política.
La guerra de Irak, al igual que el famoso puente de Alaska, proclama acerbamente por qué han sido censurados los republicanos. Son culpables de apostatar en casa de los principios conservadores: frugalidad, gobierno limitado, y de abrazar fuera de nuestras fronteras los principios anticonservadores: ejecutar con incompetencia una política fastuosa de nation-building.
En las 468 disputas electorales para la Cámara y el Senado se han gastado unos 2.600 millones de dólares (¿Le resulta escandaloso? No es para tanto. Los americanos gastamos eso en chocolate cada dos meses). No obstante, aunque los republicanos tuvieran más dinero, su eficacia se vio mermada porque los demócratas practicaron eso que predican constantemente para los demás, la diversidad. La diversidad de pensamiento, nada menos; o sea, que algunos de los vencedores hasta respetan la Segunda Enmienda.
Los mercados libres, incluidos los políticos, producen bienes para satisfacer la demanda. El Partido Demócrata, un estudiante lento pero del que se puede sacar provecho, ha abandonado el asunto del control de armas y dado la bienvenida a candidatos que se oponen parcial o totalmente al aborto. Lo cual representa un reivindicación de la labor de recluta del miembro de la Cámara Rahm Emanuel y del senador Chuck Schumer, presidentes de los comités demócratas de campaña para la Casa y el Senado, respectivamente. Karl Rove se tiene por un segundo Mark Hanna, arquitecto del ascenso republicano asegurado por la elección de William McKinley en 1896. En Emanuel los demócratas podrían haber encontrado otro Jim Farley, el fontanero que mantuvo en perfecto funcionamiento la coalición potencialmente discordante que apoyó a Roosevelt durante los años 30.
Hacer que la mayoría demócrata en la Cámara funcione sin problemas requerirá tacto. Las seis elecciones celebradas desde 1994 dieron lugar a mayorías republicanas de apenas 10 escaños como promedio. En cambio, los seis últimos comicios anteriores a 1994 arrojaron mayorías demócratas que promediaban 44 escaños. La mayoría de Nancy Pelosi no llegará ni a la mitad. La speaker más izquierdista de la historia norteamericana volverá a ser jefe de la minoría en 2009 si no evita una agenda que no podrá ponerse en práctica sin que muchos demócratas elegidos en distritos alineados con los republicanos pongan en peligro sus escaños.
Los demócratas han aceptado tácitamente este año buena parte del movimiento hacia la derecha experimentado por la nación durante el último cuarto de siglo. No han hecho llamamientos a la restauración de las tasas impositivas de hasta el 70% que echó abajo Reagan. Y aunque Pelosi y 15 de los 21 probables presidentes de comité del próximo Congreso votaron contra la reforma del Estado del Bienestar (1996) que ha ayudado a reducir el número de personas que viven a costa de la seguridad social en un 60%, este año los demócratas no han hablado de revocarla.
El movimiento por los derechos de propiedad ganó fuerza el martes cuando los votantes de nueve estados aprobaron medidas destinadas a restringir el uso de la expropiación por parte de los gobiernos para incrementar sus beneficios fiscales. En Michigan, los detractores de las preferencias raciales en materia de educación, trabajo y contratación pública obtuvieron una fácil victoria en el referéndum convocado al respecto: 58 a 42%, pese a que gastaron tres veces menos que sus rivales. En Minnesota –el único estado que ha votado demócrata en las últimas ocho elecciones presidenciales, si bien se está convirtiendo en un estado bisagra–, el gobernador republicano, Tim Pawlenty, consiguió la reelección.
Por otra parte, en enero los republicanos serán más numerosos en la Cámara (por lo menos 200*) que en su mejor momento durante la presidencia de Reagan, el período 1981-83, cuando contaban con 192 bancas.
Estados Unidos sigue siendo receptivo al conservadurismo, la doctrina que puede servir de puente a los republicanos para salir del desierto. Para ello deberán asumirla, y no limitarse a proclamarla.
© 2006, Washington Post Writers Group.
* Este artículo fue publicado en el Washington Post el 9 de noviembre. Finalmente, los republicanos controlan 196 escaños en la Cámara de Representantes.