Para volver a la vida civil, liberados del peso de sus dolores de conciencia, esos antiguos guerrilleros quieren acogerse a la Ley de Justicia y Paz, como lo han hecho más de treinta mil miembros de las autodefensas ilegales. El proceso no ha sido fácil, pero se ha cumplido a pesar de todo, empezando por la furiosa arremetida de las FARC y por la inocultable antipatía del procurador y del fiscal hacia esa gran expectativa nacional. Hasta ahí va lo triste pero comprensible.
El fiscal es un pelele de Gómez Méndez y de Bernal Cuéllar, cuyos vínculos con la guerrilla conocemos y recordamos con horror. El procurador es amigo de todos los enemigos del Gobierno y de la Nación, donde las FARC encajan a la perfección. Y no habría para qué imaginar lo que al Mono Jojoy y a Cano producirá el que se vuelvan contra ellos más de mil de sus hombres, de una sola vez.
Pero lo que no resulta comprensible, ni admisible, es que en el Ministerio del Interior y el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) haya tanto francotirador apuntando contra esa deserción masiva de bandidos que quieren volver a la vida digna pasando por el tamiz redentor de la verdad.
Si la tarea de Manos por la Paz hubiera encontrado el entusiasmo que merece, hace rato tendríamos una catarata de verdades plenas iluminando la oscura senda de nuestro pasado de violencia. Pero nada. La voluntad del presidente se ha estrellado contra el siempre soberbio acantilado de los mandos medios, a cuya sombra se cobijan tantos intereses oscuros.
El general Morales, indigno ex director del Inpec, fue enemigo jurado de ese proyecto salvador, y los ministros del Interior y de Justicia, desde Pretelt hasta Valencia Cossio, han tenido una conducta inexplicable, equívoca y cargada de desdén, para tratarla suavemente.
La importancia de estas negociaciones ha recibido la última y suprema confirmación. Porque las FARC, que no se andan por las ramas, acaban de condenar a muerte al apóstol de esa iniciativa, la holandesa Liduine Zumpolle. Esta mujer extraordinaria, que ama a Colombia más y mejor que cualquiera de los que en ella nacimos, viene trabajando desde hace más de un año en este propósito estupendo. Ha recorrido todas las cárceles, entablado conversaciones con los que fueron hasta ayer temibles guerrilleros y conseguido resultados asombrosos.
Primero se supo de más de seiscientos –que ya son más de mil– presos que reniegan del movimiento atroz al que dedicaron tanto de sus vidas. Se declaran engañados por esa máquina infernal de mentiras y crueldades y se dicen listos para contarle a Colombia toda la verdad sobre ese pozo de ignominias. Por supuesto, y el tema es esencial, afirman que con ellos no cuenten para ningún intercambio humanitario o de cualquier género. Porque, no siendo integrantes de las FARC, jamás permitirán ser canjeados como parte suya.
Y, como es obvio, las FARC han estallado en ira satánica. Y han condenado a muerte a la señora Zumpolle, y declarado a sus antiguos militantes traidores a su causa. Lo han hecho directamente y a través de los suecos de Ancol, esos defensores de los derechos humanos que promueven el asesinato masivo de colombianos, llenos de santas intenciones. Señal evidente, por si faltara alguna, de la trascendental tarea que Manos por la Paz ha emprendido, y que sólo tontos de capirote o pérfidos simpatizantes de la violencia en Colombia pueden combatir.
Más importante que cualquier negocio político de este gobierno es la paz con estos guerrilleros de las FARC, que la quieren desde el fondo de su corazón.
El fiscal es un pelele de Gómez Méndez y de Bernal Cuéllar, cuyos vínculos con la guerrilla conocemos y recordamos con horror. El procurador es amigo de todos los enemigos del Gobierno y de la Nación, donde las FARC encajan a la perfección. Y no habría para qué imaginar lo que al Mono Jojoy y a Cano producirá el que se vuelvan contra ellos más de mil de sus hombres, de una sola vez.
Pero lo que no resulta comprensible, ni admisible, es que en el Ministerio del Interior y el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) haya tanto francotirador apuntando contra esa deserción masiva de bandidos que quieren volver a la vida digna pasando por el tamiz redentor de la verdad.
Si la tarea de Manos por la Paz hubiera encontrado el entusiasmo que merece, hace rato tendríamos una catarata de verdades plenas iluminando la oscura senda de nuestro pasado de violencia. Pero nada. La voluntad del presidente se ha estrellado contra el siempre soberbio acantilado de los mandos medios, a cuya sombra se cobijan tantos intereses oscuros.
El general Morales, indigno ex director del Inpec, fue enemigo jurado de ese proyecto salvador, y los ministros del Interior y de Justicia, desde Pretelt hasta Valencia Cossio, han tenido una conducta inexplicable, equívoca y cargada de desdén, para tratarla suavemente.
La importancia de estas negociaciones ha recibido la última y suprema confirmación. Porque las FARC, que no se andan por las ramas, acaban de condenar a muerte al apóstol de esa iniciativa, la holandesa Liduine Zumpolle. Esta mujer extraordinaria, que ama a Colombia más y mejor que cualquiera de los que en ella nacimos, viene trabajando desde hace más de un año en este propósito estupendo. Ha recorrido todas las cárceles, entablado conversaciones con los que fueron hasta ayer temibles guerrilleros y conseguido resultados asombrosos.
Primero se supo de más de seiscientos –que ya son más de mil– presos que reniegan del movimiento atroz al que dedicaron tanto de sus vidas. Se declaran engañados por esa máquina infernal de mentiras y crueldades y se dicen listos para contarle a Colombia toda la verdad sobre ese pozo de ignominias. Por supuesto, y el tema es esencial, afirman que con ellos no cuenten para ningún intercambio humanitario o de cualquier género. Porque, no siendo integrantes de las FARC, jamás permitirán ser canjeados como parte suya.
Y, como es obvio, las FARC han estallado en ira satánica. Y han condenado a muerte a la señora Zumpolle, y declarado a sus antiguos militantes traidores a su causa. Lo han hecho directamente y a través de los suecos de Ancol, esos defensores de los derechos humanos que promueven el asesinato masivo de colombianos, llenos de santas intenciones. Señal evidente, por si faltara alguna, de la trascendental tarea que Manos por la Paz ha emprendido, y que sólo tontos de capirote o pérfidos simpatizantes de la violencia en Colombia pueden combatir.
Más importante que cualquier negocio político de este gobierno es la paz con estos guerrilleros de las FARC, que la quieren desde el fondo de su corazón.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.