En un ambiente de incertidumbre sobre el futuro del país y del régimen, el general-presidente ha declarado por segunda vez en los últimos cuatro meses que está dispuesto a sentarse a negociar con el gobierno norteamericano. Y es que no es fácil abandonar los malos hábitos. Cuba atraviesa la peor crisis económica, social y política de su historia. Después de varios meses incapacitado, parece difícil que Fidel Castro regrese a tomar las riendas del poder y el General Raúl trata de posicionarse para mejor poder afrontar la crisis de la desaparición de Fidel. El impacto de una Cuba sin Fidel es muy grande en la isla. Hugo Chávez, no Raúl, es el obvio heredero del Comandante a nivel continental.
Sea lo que sea, las declaraciones de Raul son bienvenidas: es mejor intercambiar palabras con el adversario que recurrir a las balas; pero el General yerra al elegir a Washington como su interlocutor. Después de 47 años de represión, Raúl debería abrir las negociaciones con los cubanos en la isla, no con Washington, con el objetivo de transformar Cuba en un estado democrático y reconstruir su economía.
Esto nos lleva a 2002 y 2003 cuando más de 20.000 cubanos, con el deseo de comenzar ese diálogo, firmaron una petición que presentaron al parlamento cubano reclamando un plebiscito sobre el futuro del país; pero a pesar de la Constitución Socialista en vigor, que establece la necesidad de su consideración,. Fidel Castro no le permitió discutir el asunto al parlamento del país.
Los años no perdonan y la generación que derrocó la dictadura de Batista en los años 50 se acerca a su final y, a pesar de las expectativas de Fidel Castro, la historia no le tiene un gran aprecio ni a él ni a su legado. Para los oficiales más jóvenes, la guerrilla contra Batista es historia pasada; algo similar ocurre con los jóvenes funcionarios del régimen y los dirigentes del partido comunistas (alguno de los cuales han podido viajar al extranjero) y esperan más de la vida que miseria y una guerra sin fin.
Dentro de Cuba existen además voces valientes de la oposición democrática que, en la cárcel o “disfrutando” de una precaria libertad, sueñan con que se hagan realidad algunas de las promesas hechas por el joven Fidel en 1959: imperio de la ley, no más prisioneros políticos, honestidad en el gobierno, justicia social y libertad de pensamiento, de expresión, de reunión, para viajar al extranjero y para establecer negocios. También se piden otras libertades como la de no participar en las manifestaciones de apoyo al régimen; la de disentir de las decisiones unánimes que expulsan a los estudiantes que se atreven a pensar por si mismos de las escuelas; la de no participar en las jornadas de trabajo “voluntario”; en resumen, el derecho a decir que no al gobierno.
La capacidad y el ingenio de los cubanos son encomiables. Así ha quedado demostrado por su éxito económico en Estados Unidos, que se debe tanto a su trabajo como al ambiente de libertad en el que han podido vivir. Como resultado, la comunidad cubana en el extranjero es un gran activo para el futuro de la isla. A principios de los años sesenta, Fidel Castro afirmó que los cubanos que huían de la isla nunca serían bien recibidos y los calificó de gusanos, traidores y cosas peores. Hoy, los casi dos millones de cubanos que se encuentran en el exilio, constituyen la fuente más importante de ayuda humanitaria que llega a la isla. Sin embargo, sus remesas podrían tener un impacto todavía mayor en la economía cubana si, como ocurre en México o El Salvador, los cubanos tuvieran libertad para crear sus propios negocios para utilizar esas remesas en actividades económicas privadas en la isla. Esas libertades económicas, que constituyen el motor del progreso en Estados Unidos y más recientemente en China, se le permiten a los extranjeros, pero le son negadas sistemáticamente a los cubanos.
Esa sed de libertad, a la que el ex presidente Vaclav Havel se refería como “vivir en verdad”, es universal. Hoy, con la eterna gratitud de los cubanos, Havel dirige el Comité Internacional para Promover la Democracia en Cuba. Las mesas de discusión que llevaron la libertad a Checoslovaquia, al resto de los países de Europa Central, a Chile o a Sudáfrica fueron constituidas por los propios ciudadanos de esos países. La oferta de abrir el diálogo con Washington es una vieja fórmula para evitar la negociación de los propios cubanos para definir el futuro.
Ya en el tratado de París, los Estados Unidos se prestaron a negociar con España el futuro de Cuba. En esa ocasión los cubanos estuvieron ausentes; pero los tiempos cambian y esta vez Washington le ha dicho al General-Presidente que debe comenzar por dejar hablar a los cubanos.
Frank Calzon es el director ejecutivo del Centro para Cuba Libre en Washington, D.C.