Humala ganó por poco a Keiko Fujimori, la hija del expresidente Alberto Fujimori, quien ahora está cumpliendo una condena de 25 años de cárcel por actos de corrupción y abusos contra los derechos humanos realizados durante los 10 años en que estuvo en el poder (1990-2000), período en el que, por otro lado, la guerrilla de Sendero Luminoso fue derrotada y se liberalizó la economía. A Keiko Fujimori se le hizo muy difícil condenar las violaciones cometidas durante el gobierno de su padre. Humala, por su parte, es un nacionalista que fue miembro de las fuerzas armadas y lideró en su día un golpe de estado; durante años ha defendido políticas populistas antimercado como las practicadas por Hugo Chávez en Venezuela o por Evo Morales en Bolivia.
Aunque la elección era entre dos candidatos con credenciales democráticas cuestionables, sería un error interpretar este resultado como un rechazo a las reformas liberales que se han hecho en el Perú. Ambos llegaron a la segunda vuelta porque otros aspirantes, en gran medida partidarios del capitalismo democrático, se repartieron casi la mitad del voto popular en la primera, dividiéndolo. El resultado de Humala en ésta fue notable (32%), pero es dudoso que se hubiera hecho con la victoria si se hubiese tenido que enfrentar a un demócrata promercado.
No debería sorprendernos el respaldo de los peruanos a una sociedad liberal. El país se apartó del resto de la región al introducir las que probablemente fueron las reformas de mercado más profundas de principios de los noventa; las introdujo y las mantuvo, profundizando algunas de ellas luego del regreso a la democracia, en esta última década, y evitando grandes errores de políticas públicas que provocaron crisis económicas en otros países. El resultado ha sido una transformación de grandes segmentos de la economía y de la sociedad. Las exportaciones no tradicionales y las industrias han florecido, los salarios han aumentado, el crecimiento económico se ha extendido por la costa y gran parte del interior –que tradicionalmente no había recibido los beneficios del progreso económico–; han surgido exitosas empresas multinacionales peruanas desde los ambientes más humildes, y la reducción de la pobreza ha resultado en la emergencia de una clase media y en el estrechamiento de la brecha entre ricos y pobres.
"Lo que estamos viendo, en esencia, es el nacimiento del individuo como sujeto libre y autónomo y su incorporación al diálogo del mercado nacional", ha afirmado el antropólogo y periodista peruano Jaime de Althaus. Los valores burgueses se están esparciendo.
Por eso es que a tantos peruanos les pareció desafortunada y agónica la segunda vuelta electoral. En esa tesitura, el Premio Nobel de Literatura y conocido liberal clásico Mario Vargas Llosa exhortó a sus compatriotas a votar por Humala, bajo la idea de que él era el mal menor. Luego, mi amigo y colega Álvaro Vargas Llosa (el conocido hijo de Mario) hizo campaña por Humala con entusiasmo, argumentando constantemente y de manera articulada y firme que éste ya no sostenía ideas radicales. Álvaro convenció al menos a una pequeña parte del electorado de que Humala representaba a la izquierda moderna de América Latina y de que estaba comprometido con las libertades civiles, la estabilidad económica y la democracia como lo estuvo el anterior presidente de Brasil, Lula da Silva. Probablemente es justo decir que Álvaro hizo la diferencia en las últimas semanas de campaña, entregando la victoria a Humala.
No obstante, para muchos de nosotros es muy difícil de comprar el argumento de que Humala es ahora un Lula y no un Chávez. ¿Por qué deberíamos creer en las nuevas credenciales democráticas de un político que lideró una intentona golpista en 2000, alabó otra perpetrada por su propio hermano en 2005 y se alió con Hugo Chávez en las elecciones de 2006 (incluso hay indicios creíbles de que recibió fondos del régimen venezolano)? Después de todo, el plan de gobierno que presentó Humala en diciembre proponía la nacionalización de industrias estratégicas, la renegociación de los tratados de libre comercio, la modificación de la constitución, la revisión de la legitimidad de la asignación de las frecuencias de radio y televisión, la garantía de que la prensa esté "al servicio de la democracia"; y además culpaba al "neoliberalismo" de la pobreza peruana y proponía una expansión general del Estado. Luego cambió su programa de manera significativa en varias ocasiones, y afirmaría ser más moderado. (Rara vez creo a los políticos estadounidenses cuando hacen aseveraciones mucho más creíbles).
Espero que Álvaro tenga razón. Por el momento, la incertidumbre acerca del futuro del Perú sigue ahí. Los que somos escépticos respecto a Humala debemos hacer ahora todo lo posible para que el nuevo gobierno rinda cuentas y se aleje del chavismo. Esa, creo, es la intención de los liberales que lo respaldan.
© El Cato
IAN VÁSQUEZ, director del Centro para la Prosperidad Global del Cato Institute.