En Impostor cité a docenas de prominentes comentaristas conservadores que se quejaban de las propuestas y políticas de Bush a partir de las elecciones de 2000. Desde que escribí mi libro, muchos otros se han unido al coro.
Dick Armey, ex líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, lamentó en noviembre del año pasado que el presidente Bush y el Congreso, controlado por el Partido Republicano, hayan presidido "la mayor expansión del Gobierno desde la Gran Sociedad de Lyndon Johnson". En abril, el Wall Street Journal dijo que a los congresistas republicanos les ha dominado "un sentimiento de ayuda social"; esos congresistas "olvidaron por qué fueron elegidos y han comenzado a creer, más bien, que el poder es su premio". En julio, el columnista Robert Novak reportó lo que sigue: "La hostilidad hacia el Partido Republicano por parte de la base conservadora es la más intensa hasta ahora vista (…) Hay un continuo debate entre los antiguos activistas leales sobre si es una buena idea que el Partido Republicano pierda la mayoría en una o en ambas cámaras del Congreso".
En las últimas semanas, una impresionante cantidad de destacados conservadores ha dicho públicamente que, en el Congreso, los republicanos han traicionado de tal manera sus principios que no sería tan malo que el control de dicha cámara pasara a manos demócratas.
La dirigencia republicana ha ignorado durante mucho tiempo la sublevación que se registraba dentro del partido. La empresa editora de mi libro me informó de que dos publicaciones serviles a Bush, el diario New York Post y la revista Weekly Standard, decidieron no comentar la aparición de mi obra, como sí hicieron todas las demás publicaciones importantes del país. Aparentemente, creyeron que atacarme crearía una controversia que le daría más publicidad al libro.
Aquellos que no defienden su posición es que saben que están equivocados. Pero como los líderes republicanos de la Cámara de Representantes han visto con el escándalo del congresista Max Foley, ignorar un problema no hace que desaparezca. Sólo se consigue que empeore y crezca hasta que no pueda seguir siendo ignorado.
Últimamente, los apologistas de la Casa Blanca se han dado cuenta de que no pueden seguir ignorando la revuelta conservadora y han comenzado un tardío contraataque. Su principal argumento es que los conservadores no tienen por qué quejarse de la orgía de gasto del Gobierno federal bajo la Administración Bush, ya que éste nunca pretendió apoyar un Gobierno pequeño. Sus discursos de 1999 y 2000 sobre "conservadurismo con compasión" nunca fueron sobre recortes de gasto, sino sobre la utilización del Gobierno para promover con firmeza la agenda de Bush.
Entonces creíamos equivocadamente que se trataba de retórica electoral, y no un reflejo de su verdadera filosofía. Debí prestar más atención a mi amigo Ed Crane, presidente del Cato Institute, que siempre mantuvo que Bush era un falso conservador. La realidad es que, como documenta Brian Riedl, de la Heritage Foundation, el gasto federal se ha disparado bajo su mandato, incluso si dejamos de lado los gastos de defensa y seguridad interior.
Lo grave es que seguirá creciendo durante décadas por decisiones ya tomadas. El mal concebido beneficio en medicamentos bajo Medicare aumentará para siempre el gasto federal en un 1,1% del PIB, lo que equivale a 150.000 millones de dólares este año. Y según informa la prensa, esas dádivas gubernamentales ni siquiera están ayudando a los republicanos en las encuestas. Es decir, vendieron el alma por nada.
Mi conclusión es que Bush ha resultado ser un completo desastre para los republicanos.
© AIPE