La habilidad de Kart Rove para movilizar a los casi 30 millones de protestantes evangélicos que votaron en 2004 (y que votaron republicano en una proporción abrumadora) fue justamente destacada como una de las claves por las que, para sorpresa de muchos, George W. Bush venciera cómodamente, convirtiéndose en el presidente de la historia de los Estados Unidos con mayor apoyo en votos.
Después de la victoria electoral, este asunto parecía haber quedado en segundo plano. No es de extrañar que las elecciones del próximo noviembre y las ya no tan lejanas presidenciales de 2008 hayan devuelto este tema al primer plano de atención, especialmente entre los analistas y estrategas políticos.
Bill Frist, líder de la mayoría republicana en el Senado, prometió recientemente impulsar varios de los proyectos que galvanizaron el voto de las bases cristianas conservadoras a favor del GOP (Great Old Party), lo cual no deja de ser un tanto sospechoso, después de veinte meses en estado de hibernación.
Quienes no han hibernado estos meses han sido algunos demócratas, que han realizado esfuerzos importantes por apelar a los votantes conservadores con un lenguaje y en unos términos claramente deudores del cristianismo. Aunque, a decir verdad, el éxito, hasta el momento, es más bien dudoso: el Pew Research Center ha dado el dato de que los americanos que ven a los demócratas como favorables a la religión (religious-friendly) cayó del 40% en octubre de 2004 al 28% en agosto de 2005.
No obstante, no pasa una semana sin que algún demócrata haga una declaración favorable a la religión y a la importancia de los "valores morales" y quien afirme que el secularismo de las dos últimas décadas hegemónico en el Partido Demócrata es una anomalía. Va a ser muy difícil que las viejas caras se reciclen para, después de años de laicismo, presentarse como los heraldos de una nueva religiosidad (algunas lo intentan, normalmente cayendo en el ridículo), pero las nuevas caras del partido no han perdido aún su credibilidad para una operación de este tipo.
En el caso de Tim Kaine, nuevo gobernador de Virginia y declarado católico, la estrategia parece haber funcionado, aunque el caso más evidente es el de Bob Casey Jr., quien se enfrentará al senador Rick Santorum en Pensilvania (y, por el momento, lleva todas las de ganar). Casey pertenece a una dinastía de políticos demócratas conservadores de origen irlandés, y su padre fue el típico demócrata reaganiano que además tiene el honor de haber sido vetado por el mismo Clinton durante la Convención Demócrata de 1992, por su discurso abiertamente pro vida.
Y es que la cuestión del aborto sigue siendo una especie de "test del algodón" acerca de la sinceridad de las "conversiones" de los políticos demócratas. No hay que olvidar, además, que casi la mitad de los votantes demócratas se definen como pro vida, aunque también es cierto que la mitad restante se posiciona abiertamente en el campo pro choice. Será por tanto difícil asumir posturas más moderadas y mínimamente aceptables para los pro vida sin erosionar la propia base electoral actual.
Además, las palabras no bastan: John Kerry fue el candidato a la presidencia que mayor número de veces empleó el término "valores" en su discurso, y no obstante sólo se decantaron por él un 18% de quienes afirmaron que votaron movidos en primer lugar por las cuestiones relacionadas con los "valores". Aunque también es cierto que si el Partido Demócrata se decide a ser claramente una formación secular se condenará a la marginalidad, al menos durante las próximas décadas.
Lo que sí está claro es que la cuestión del papel de la religión en la vida pública va a ser una de las cuestiones cruciales que los demócratas van a discutir durante los próximos años, y que la decisión que tomen tendrá un papel determinante en su futuro.
JORGE SOLEY CLIMENT, de la Universidad Abat Oliba CEU.