Fue una violación bastante típica de los códigos federales, pues las universidades como Bowling Green, por su condición de instituciones estatales, tienen prohibido utilizar sus fondos e instalaciones para actividades políticas partidistas. Pero, en lo que hace a las universidades, en este momento no parece que haya adultos por ahí para vigilar el recreo.
Con todo, lo más deprimente de mis visitas a los campus no ha sido tanto observar lo políticamente partidistas que han llegado a ser estas universidades como vislumbrar las actividades abusivas de tiránicos individuos del claustro que traicionan su responsabilidad profesional y utilizan su enorme poder sobre los estudiantes para ridiculizar y denigrar a aquellos que desprecian por tener opiniones conservadoras. Esos mismos profesores suelen convertir sus tarimas en plataformas políticas, privando tanto a los estudiantes conservadores como a izquierdistas de una educación decente.
En estos momentos el asunto principal de mis visitas a los campus universitarios es explicar a la audiencia la diferencia entre educación y adoctrinamiento, una distinción que parece haberse perdido en la generación académica actual. Los abusos con que me he encontrado ni siquiera son sutiles, aunque ningún comité de residentes o del claustro parece preocuparse por el problema.
En una escuela de Pennsylvania que visité recientemente un profesor proyectó Fahrenheit 9/11 en su clase de biología, en plena campaña presidencial. Al emplear toda la clase para proyectar esta película propagandística, el profesor, obviamente, ni estaba enseñando biología a sus estudiantes ni impartía ningún conocimiento del que estuviera acreditado. Simplemente infligía su ignorancia y sus prejuicios a una audiencia que no podía escapar.
Hay algo de patético en los adultos que no pueden refrenar el impulso de expresar sus frustraciones políticas sobre una audiencia cautiva y explotar la vulnerabilidad de la audiencia, que, si opone alguna objeción, se arriesga a la ridiculización (practicada con más frecuencia de lo que el lector se imagina) o, lo que es peor, a notas de castigo que pueden afectar negativamente sus carreras (también más frecuente de lo que se imagina el lector).
En la Bowling Green University hay un profesor de español (cuyo nombre me reservaré en este artículo) que en cada clase reserva diez minutos, o el 20 por ciento del tiempo lectivo; lo dedica a lo que denomina "paréntesis político", lo cual significa que se permite dedicar un segmento de la clase a regodearse en peroratas contra los republicanos, George Bush, la guerra de Irak o los conservadores en general. En realidad, esta práctica está prohibida en el Manual de la Facultad, en la sección que describe "las responsabilidades éticas" de los profesores. Entre ellas se cuenta:
[Punto 3] La responsabilidad de indicar claramente los objetivos de los cursos impartidos, orientar la clase hacia el cumplimiento de estos objetivos y evitar la intrusión persistente de material irrelevante a efectos de la definición establecida del curso o al margen del área de competencia académica de los miembros del claustro [Subrayado añadido].
La política de George Bush y la guerra de Irak, obviamente, no forman parte del "área de competencia académica" de un profesor de español. Una prescripción similar, de lenguaje virtualmente idéntico, prohíbe la proyección de Fahrenheit 9/11 en una clase de biología de la Pennsylvania State.
Ambos principios éticos, que restringirían el discurso lectivo en el aula al área de competencia académica, son obviados por completo en universidades como Bowling Green o Penn State. Éste es el motivo por el que he iniciado una campaña en favor de la Academic Bill of Rights, que incluye una apelación a las legislaturas para que recuerden a las universidades su responsabilidad de aplicar sus propios códigos de conducta profesional.
Estos indefendibles y ofensivos "paréntesis políticos" son sólo la punta del iceberg de la devaluación general de la empresa académica provocada por claustros radicales en campus como el de Bowling Green. En cada escuela que he visitado en los últimos 15 años –más de 300– hay departamentos enteros, en las secciones de Artes Liberales, dedicados a actividades no académicas y, en particular, a adoctrinar estudiantes en la ideología de los radicales vitalicios.
Estos cursos son generalmente interdisciplinarios, son ideológicos desde su misma concepción (y a menudo en su autodescripción) y tienen poca relación con las partes –las ciencias puras y los institutos politécnicos– sobre las que descansa el prestigio del centro casi por completo. No hay nada de académico en los planes de estudio que insisten en una perspectiva ideológica y consideran su misión el entrenamiento y adoctrinamiento de los estudiantes en esa visión políticamente correcta.
Entre los departamentos que suscriben este modelo institucional se cuentan los de Estudios sobre la Mujer, los de Estudios Americanos, los de Estudios Culturales, los de Estudios sobre la Paz, así como otras disciplinas fácilmente identificables. El texto de un curso básico de Estudios Étnicos en Bowling Green, por ejemplo, es la historieta comunista de Howard Zinn Una historia del pueblo de Estados Unidos. Se enseña a los estudiantes que la historia americana refleja una sociedad racista, sexista, capitalista e imperialista, gobernada por una clase dominante corporativa.
Un curso de Estudios Americanos utiliza textos de extrema izquierda diferentes, pero se sigue el mismo patrón de presentar la historia americana como la historia del racismo y la opresión, sin ningún intento por considerar puntos de vista alternativos o examinar los temas desde perspectivas que retan esta caricatura marxista, un ejercicio que sería un componente básico de la educación en las pasadas generaciones.
Como en otros centros, los estudiantes de licenciatura de Bowling Green no pueden evitar estos cursos de adoctrinamiento, porque se les obliga a cursar una parte de ellos (al menos cuatro en el campus de Bowling Green) para cumplir sus exigencias "multiculturales".
Cuando llegué al campus de Bowling Green fui previamente advertido de que la atmósfera no iba a ser hospitalaria debido a un diario estudiantil, que había publicado un editorial acerca de mi conferencia de esa noche. Presentándome como un ex izquierdista cuyas opiniones son ahora "leales a la derecha", el editorial continuaba así:
A pesar de las objeciones a Horowitz y a su ideología, el BG News considera importante escuchar hablar a este hombre. Noam Chomsky dijo una vez de un profesor pronazi: "No apoyo las cosas que dice, pero apoyo su derecho a decirlas". Es con esta actitud que animamos a los estudiantes a asistir a la conferencia de Horowitz.
Es decir, si una autoridad a la que respetamos, como Noam Chomsky (un escritor que compara regularmente a Estados Unidos con la Alemania de Hitler) cree que es completamente apropiado que un profesor pronazi hable, entonces la comunidad de Bowling Green debería permitir a los estudiantes conservadores (que se asemejan a los nazis) invitar a Horowitz.
La noche anterior había dado una conferencia en el Skidmore College, donde un profesor de Psicología había aludido públicamente a los College Republicans como "los futuros fascistas de América". Los estudiantes conservadores de las universidades son tratados generalmente como ciudadanos de segunda clase, una situación que mi Academic Bills of Rights pretende corregir.
Los estudiantes republicanos de Bowling Green habían programado mi conferencia como parte de la "Semana Republicana", de la misma manera que los estudiantes de Skidmore habían programado mi intervención como un acto de su "Semana del reto conservador", una tentativa por romper su situación de marginación y afrontar el estigma de conservadores que les ha sido colocado. Este estigma es reforzado por la atmósfera general de intolerancia hacia los conservadores que prevalece en estos campus, alentado por los radicales de los centros y tolerado por las administraciones, demasiado intimidadas por los mismos claustros para que hagan respetar las habituales reglas de decencia que ellos, por otro lado, han convertido en una religión colegial bajo las banderas de la diversidad y el "respeto a la diferencia".
Mis anfitriones conservadores estudiantiles ya me habían advertido de que había una manifestación planeada para el momento de mi llegada. A la entrada de Olscamp Hall, donde estaba previsto que tuviera lugar el acto, vi a unos 20 miembros del Partido Comunista Revolucionario cantando: "George Bush y David Horowitz, quitaos de en medio. Cristiano, fascista, USA".
Con todo, el auditorio estaba a rebosar, con más de 200 personas; estimo que unas 50 –media docena de profesores incluida– compartían el entusiasmo de los comunistas revolucionarios, saludaban el nombre "Ward Churchill" cuando éste salía a la luz y mostraban de otras maneras que estaban allí más para protestar que para escuchar mi conferencia.
Empecé observando que esperaba que disfrutasen cantando, y que consideraba uno de los principios básicos de la libertad académica el derecho de los individuos a avergonzarse a sí mismos en público. No iba a jugar a ser una víctima pasiva, y los fuegos artificiales que aparecieron periódicamente durante la noche probablemente contribuyeron a mi falta de disposición a ello. El profesor de español "con paréntesis políticos" estaba allí; se arredró cuando mencioné su ritual, pero no dijo nada.
El profesor de Estudios Americanos también estaba también allí, y espetó desde el auditorio que yo ganaba demasiado dinero. "Si usted tuviera mi talento, tal vez ganara tanto como yo", repliqué, para regocijo de los estudiantes que me habían invitado, que eran el verdadero blanco de los ataques contra mi presencia.
Fue el escritor D.H. Lawrence quien destacó que la vida intelectual estaba "arraigada en la envidia, la envidia y el rencor", y yo había dado motivos a los profesores presentes para estar incómodos. Una vez que las interrupciones comenzaron, haciéndome perder el hilo mientras respondía, me di cuenta de que el discurso intelectual reflexivo iba a ser imposible, por lo que recurrí a la polémica.
Dirigiéndome a los radicales vitalicios de la audiencia, les recordé que las escuelas habían sido una vez vías de oportunidad para los pobres. Mi propio abuelo había llegado a este país sin nada, ganaba 3 dólares por semana como sastre y fue pobre durante toda su vida. Pero la familia había enviado a mi padre a una escuela pública y a un centro superior, también gratuito, y se convirtió en profesor, permitiendo de esta manera a nuestra familia entrar en la clase media.
Pero todo eso había cambiado. La matrícula de Bowling Green –15.000 dólares al año– niega a los jóvenes de la clase trabajadora del área de Toledo la oportunidad de conseguir unas migajas del sueño americano. "El 80 por ciento del presupuesto de la escuela son sueldos –dije–. Ustedes ganan entre 60.000 y 100.000 dólares al año. Imparten dos cursos como promedio, y pasan seis horas a la semana en clase. Trabajan ocho meses del año y disponen de cuatro meses de vacaciones pagadas. Y cada siete años tienen 10 meses de vacaciones pagadas. Si ustedes están realmente tan preocupados por la clase obrera como aparentan, ¿por qué no se presentan voluntarios para dar cuatro cursos y doce horas a la semana, y rebajar así las matrículas de estos estudiantes?".
Cuando mi conferencia terminó pasé a ruegos y preguntas, durante una hora. Muchos de los comunistas revolucionarios cogieron el micrófono, para diversión de los presentes cuya cordura estaba aún intacta. Un hombre que afirmaba ser documentalista y el hagiógrafo de Howard Zinn se levantó para defender la reputación de Zinn frente a mi acusación de que era "estalinista". Según este hombre, Zinn había escrito artículos críticos con Stalin. Bien, sí, hoy que Stalin está muerto, sí.
En realidad, el absurdo libro de "historia" de Zinn –lectura obligatoria en Bowling Green– sostiene aún que la bien documentada agresión de Stalin contra Corea fue en realidad una agresión americana, igual que lo mantuvieron los comunistas hace 50 años. Llegado a un punto, el fan de Zinn afirmó que Estados Unidos ocupaba el puesto 41 en la tasa de mortalidad infantil. "¿Deberíamos estar contentos con ello?", declamó ante los comunistas de la audiencia. Entonces nos comenzó a cantar: "¡Somos el 41! ¡Somos el 41!".
Las locuras continuaron en el libro de firmas y en los corros, conforme la multitud comenzó a salir. Una lunática que decía ser profesora de bioética me miró a los ojos cuando me dirigía hacia la puerta y afirmaba que yo le calumniaba, así como a su marido, también profesor, diciendo que trabajaban solamente ocho meses al año y que tenían cuatro meses de vacaciones pagadas a costa de sus estudiantes.
"Bien –contesté–, ¿qué hacen ustedes desde que terminan los exámenes finales, a mediados de mayo, hasta que el centro reabre, a finales de septiembre?". "Escribo mis artículos de investigación", respondió, en un tono tan beligerante y fuertemente indignado que me di cuenta de que la conversación carecía de sentido. Nunca atravesaría esa piel tan gruesa de autosuficiencia "progresista".