Sin embargo, algunos observadores próximos a la comunidad islámica británica, pocos de los cuales parecen haber sido consultados por los periodistas o el Gobierno, llevaban meses debatiendo el dramático incremento de la agitación radical por parte de inmigrantes musulmanes paquistaníes, así como entre sus hijos.
Según el relevante Consejo Musulmán de Gran Bretaña, entre la población islámica británica, que en total es de 1,5 millones, hay 610.000 paquistaníes, 360.000 indidivuos procedentes de Bangladesh y la India y 350.000 árabes y africanos. Desafortunadamente, Pakistán es, después de Irak, el segundo Estado más significativo en el frente de la guerra global contra el terror.
Pakistán generó el movimiento Jamaat e Islami (Comunidad del Islam), fundado por Abul Alá Mawdudi, un teólogo que falleció en 1979, extrañamente, en Búfalo, Nueva York, a la edad de 76 años. Conocidos como "jamaatis", los seguidores de Mawdudi han logrado una influencia excepcional sobre el ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes, y fueron un elemento clave en la alianza saudí-paquistaní a la hora de apoyar al régimen talibán de Afganistán.
Los periodistas y académicos occidentales a menudo se atormentan al tener que distinguir entre los jamaatis y el wahabismo, que es la religión estatal de Arabia Saudí. Pero las diferencias en los detalles teológicos, aunque existen, son secundarias; principalmente, los wahabíes saudíes sostienen una alianza engañosa con las potencias occidentales, mientras que los jamaatis siempre fueron frontalmente antioccidentales.
Los jamaatis estudian en Arabia Saudí y comparten con los wahabíes un odio criminal a los musulmanes que no comulgan con su ideología: consideran apóstatas del Islam a aquellos que rechazan sus enseñanzas. Masacran regularmente a los musulmanes chiíes, particularmente en ciudades paquistaníes. También rechazan de plano la participación de inmigrantes musulmanes en las instituciones sociales y políticas de los países occidentales en donde residen, y consideran legítimo el terror suicida.
Pakistán posee muy pocas fuentes energéticas, y los saudíes han utilizado el petróleo barato para apoyar la infiltración wahabí. En el sistema del islam radical, si Arabia Saudí puede compararse con el antiguo Estado soviético, Pakistán sería un paralelo de la antigua Alemania Oriental.
Por estas razones, la identificación de cuatro musulmanes británicos de origen paquistaní como los autores materiales de la atrocidad de Londres no sorprende a los que han estado prestando atención a estos temas. La encolerizada y feroz retórica que se escucha en las mezquitas sunníes paquistaníes en los servicios de los viernes en ciudades periféricas como Leeds es muchísimo más insidiosa, como los sucesos de Londres pueden demostrar, que las extravagancias encajadas por fanfarrones árabes como el sirio Omar Bakri Mohammed, el egipcio del garfio, Abú Hamza al Masri, o el falso disidente saudí Saad al-Faqih: todos ellos interpretan sobre todo para deleite de los medios de comunicación no musulmanes.
La marginalización y el trabajo sumergido de la segunda generación de jóvenes étnicamente paquistaníes en Gran Bretaña pueden citarse como causa del atractivo que el fundamentalismo tiene entre ellos, pero el constante murmullo del mensaje jamaati desde el púlpito es mucho más significativo.