Las lecciones que podemos extraer de los meses transcurridos no pueden ser más que provisionales, pero nos pueden servir de punto de partida para un análisis de mayor envergadura y recorrido.
Primera lección. Los límites del neocolonianismo
La revuelta libia no habría triunfado si Francia no hubiera decidido reconvertir el levantamiento en una causa democrática. El daño infligido a la diplomacia francesa por lo ocurrido en Túnez y los intereses estratégicos –ampliación del área de influencia, seguridad y energía– llevaron al presidente Sarkozy a protagonizar una empresa tan aventurada como poco elaborada. El Gobierno británico decidió sumarse a la campaña, una acción más difícil de entender y que se enmarca en el Tratado Franco-Británico –por el que ambas naciones comparten capacidades militares–, así como en el deseo de romper con el legado laborista de entendimiento con el régimen de Gadafi, lo que había valido a Downing Street duras críticas por parte tanto de la opinión pública como de la publicada.
Francia quiso desde un primer momento dejar a un lado a la Alianza Atlántica, tanto porque sabía del poco entusiasmo que encontraría su iniciativa como para subrayar el carácter francés de la operación. Pese a las apariencias, Francia ha cosechado un evidente fracaso. Por miedo a sufrir bajas se optó por seguir el modelo empleado por Estados Unidos para derribar al régimen talibán en Afganistán: apoyo aéreo a una fuerza local. Sin embargo, la falta de organización de los nacionales sumada a la carencia de medios franco-británicos llevó a temer un nuevo Suez. El papel desempeñado por Estados Unidos para salvar la cara a sus dos aliados europeos, forzando al resto de los aliados a dar el visto bueno para el uso de la estructura OTAN y poniendo sus propias capacidades a disposición de una operación en la que no ha creído un solo momento, es un hecho relevante que nos ayuda a comprender mejor los fundamentos actuales de la diplomacia norteamericana.
Francia y el Reino Unido han tratado de jugar al alimón a gran potencia en el Mediterráneo y sólo han logrado poner de manifiesto su debilidad. Sin el apoyo norteamericano se hubieran enfrentado a un fracaso de graves consecuencias. Estados Unidos se ha visto obligado a actuar para evitar el daño que al conjunto de la Alianza hubiera ocasionado tanto la actuación unilateral como sus previsibles consecuencias.
Segunda lección. Los límites del multilateralismo
La intervención internacional en la Guerra de Libia se ha realizado en el marco legal establecido por el Consejo de Seguridad. Dejando a un lado la argumentación utilizada, del todo falsa, y la ambigüedad sobre los propios márgenes de actuación, poco ejemplar, lo más destacable es que el Consejo fuera capaz de fijar posición. Los previsibles vetos ruso y chino, fundados en su rechazo a utilizar Naciones Unidas para legitimar la injerencia en asuntos internos de Estados soberanos con el ánimo de forzar cambios de régimen, no se llevaron a efecto ante la petición de la Liga Árabe de aprobar una resolución que facilitara la intervención franco-británica. A la hora de sopesar los efectos de un Gadafi redivivo tras aplastar a las fuerzas rebeldes y de avalar un nuevo ejercicio de neocolonialismo, optó por el mal menor, con el disgusto de rusos y chinos.
La Liga ha sido la clave para entender lo ocurrido en el Consejo de Seguridad. Puesto que ninguno de sus miembros es una democracia y sus regímenes tienen un formidable currículo en materia de persecución a las fuerzas democráticas, sería insensato argumentar que su decidida actuación se debió a un sincero apoyo a la democratización de Libia. La Liga ha utilizado las ansias democratizadoras occidentales y los deseos de ejercer influencia franco-británicos para forzar un cambio de régimen, poniendo fin a un Gobierno, el de Gadafi, que ha sido una fuente inagotable de problemas para sus objetivos. El Consejo se ha dejado utilizar por unos intereses de parte que nada tienen que ver con los valores que dice defender, estableciendo un precedente que se va a volver contra él, en un efecto boomerang que va a actuar como recordatorio de su incoherencia.
Tercera lección. Los límites de la ingeniería política
Frente a lo que dice el discurso oficial, el conflicto no responde a un levantamiento prodemocrático contra una dictadura cruel e incompetente. Bien al contrario, la Guerra de Libia responde al modelo de conflicto tribal y regional, donde la cuestión democrática es sólo un argumento retórico para consumo internacional. Los sectores perdedores, que son tan importantes como numerosos, están en proceso de reorganización. Unos se incorporarán al nuevo régimen, bien porque están recibiendo compensaciones suficientes o porque no ven otra opción. Sin embargo, otros se preparan para la resistencia. Las ingentes cantidades de dinero, bienes y armamento que han desaparecido muy probablemente serán utilizadas para la realización de acciones terroristas o guerrilleras en Libia y en los Estados de su entorno. La guerra puede estar entrando en una nueva fase que nos lleve a una situación semejante a la de Somalia, lo que de ser cierto tendría consecuencias gravísimas para la estabilidad del área mediterránea.
En el bando de los vencedores estamos viendo desde un principio que la presencia de dirigentes democráticos es mínima, sobre todo si la comparamos con responsables políticos que durante años trabajaron con Gadafi o con las emergentes fuerzas islamistas. La revuelta surgió y se hizo fuerte en la Cirenaica, la zona más próxima a Egipto y donde los islamistas han sido tradicionalmente fuertes. La Guerra de Libia, junto con la Primavera Árabe, puede haber creado las condiciones perfectas para que los islamistas se hagan con el control de los Estados ribereños, presionando a sus vecinos más occidentales –Argelia y Marruecos– en el mismo sentido.
Un actuación poco estudiada en Libia ha acabado con un régimen dictatorial que, al cabo de los años, había establecido una relación de entendimiento con Occidente, colaborando intensamente en la lucha contra el islamismo. A cambio podemos encontrarnos con una combinación de islamismo y falta de estabilidad, el marco perfecto para que las organizaciones terroristas desarrollen cómodamente su actividad.