Que el Che Guevara sea considerado un héroe, o el poeta Javier Heraud un luchador social; que los miembros de las FARC sean perdonados o que se denomine "intolerantes" a quienes no quieren convivir con los terroristas peruanos del MRTA o de Sendero Luminoso liberados pero no arrepentidos de sus asesinatos y secuestros forma parte de una misma estrategia: que la opinión pública latinoamericana atenúe la dureza de su juicio contra quienes quisieron o consiguieron que corrieran ríos de sangre inocente.
Para lograrlo, se apela en primer lugar a la proverbial frágil memoria de nuestros pueblos. Se silencian los crímenes cometidos por los terroristas. Se les borra de los libros de historia y de los materiales de enseñanza escolar. Estos predicadores del olvido intentan por todos los medios que nadie recuerde quién pedía que estallaran mil Vietnams en nuestra región, quién se consideraba a sí mismo una fría máquina de matar, quién fue el verdugo personal de más de cien cubanos. Si usted, estimado lector, no sabe de quién estamos hablando, es que tal empresa ha tenido éxito.
Se abusa de palabras como reconciliación, perdón, justicia, paz o tolerancia hasta prácticamente despojarlas de contenido y pervertir su significado. Como las comadrejas, a quienes el mito nórdico creía capaces de vaciar un huevo sin quebrar la cáscara, los compañeros de viaje de los guerrilleros buscan que sus defendidos sean honrados con estos términos, mientras a sus detractores les endilgan las peores denominaciones: intolerantes,reaccionarios, derechistas y cómplices de las dictaduras.
Por supuesto, en ese esfuerzo los socialistas latinoamericanos no escatiman esfuerzos, y llegan incluso a sacrificar la memoria de sus propios muertos. Como es sabido, las organizaciones revolucionarias se ensañaron precisamente contra las agrupaciones y partidos de la izquierda democrática regional, a la que disputaban el espacio que necesitaban para incendiar la pradera y crear el paraíso igualitario. Estos falsos apóstoles de la benevolencia se ponen del lado de los victimarios y de nuevo aniquilan a las víctimas.
¿Qué razones pueden esgrimirse para explicar esta manera de proceder? Permítanme esbozar algunas:
1) El horror al vacío. Y es que en el sistema democrático se diluyen los radicalismos y los diversos partidos se terminan pareciendo todos un poco: de ahí que la distinción sea una tentación tan poderosa.
2) La mala conciencia de no haber tomado el fusil, pasado a la clandestinidad, etc., hace a muchos querer ser revolucionarios por cuenta ajena.
3) Buscar financiación de las ONG que comparten la misma visión del mundo
En fin, cualquiera sea el motivo –o coartada– esgrimido, la sangre que pretenden lavar no es fácil de borrar. En nombre de todas esas víctimas inocentes, no nos permitamos olvidar a esos revolucionarios criminales.
HÉCTOR ÑAUPARI, presidente del Instituto de Estudios de la Acción Humana (IEAH).