Un comunicado médico diario –médico, no del jefe de la policía, ni del jefe del ejército, ni del Ministerio de Exteriores, ni del jefe ayatolá de turno– informa de la evolución del enfermo, sin que nadie sospeche que agentes secretos de países enemigos le han envenenado (o que, incluso cuando el enfermo muere, no se sepa de qué, ni cuál era su enfermedad, como ocurrió con Arafat); y, colmo de la normalidad, el nuevo partido creado por el enfermo para imponer una nueva política sigue triunfando en los sondeos, pese a la enfermedad de su líder.
Una tal normalidad es imposible, o sólo es posible en Suiza, donde de todas formas nunca pasa nada, pensará el escolar belga, que como todos los escolares es analfabeto. Y, mira por dónde, se entera por casualidad, o sea por la tele, de que eso ocurre en una región del mundo en guerra ininterrumpida desde 1948, la región más peligrosa del planeta, por eso no existe la menor normalidad de este tipo en los demás países de esa misma región. Y al querer enterarse de qué extraño país es ése, tan sorprendentemente normal, ese escolar belga se entera de que se trata de Israel, y se indigna.
¡No puede ser! Israel no existe, se lo han dicho sus padres, que fueron faucons rouges en sus mocedades; es una invención del imperialismo. El escolar belga wallon ha visto fotos con extraterrestres venidos de un lejano planeta llamado Wall Street desembarcando un día en un desierto sin palmeras, con dos camellos y seis cabras, y lo convirtieron en un huerto y en un laboratorio.
Y ahora resulta que no son extraterrestres, ni invasores; que estaban allí desde siempre, y que Jesucristo era judío, como Sharon; y que, si se lee los Evangelios detenidamente, salta a la vista que se trata de la historia de una familia judía.
Pues resulta que cuando eso, o algo así, oían los padres del escolar belga wallon, llamaban al loquero, o a la Gendarmerie Royale, y ahora pasan cosas así por la tele, y los padres no dicen nada: esperan que llegue el turno de la información deportiva.
Claro que el escolar belga wallon, como el escolar español, no tiene suficientes datos y conocimientos como para valorar el hecho morboso de que, tomando sus deseos por realidades, numerosas cadenas de televisión europeas se pusieron a presentar velozmente emisiones necrológicas sobre Ariel Sharon, donde no faltaron los infundios, los errores y las mentiras, pero menos de lo acostumbrado: tratándose de un "muerto", podían permitirse el lujo de cierta objetividad displicente.
Pero resulta que el "muerto" se niega a morir, y, aunque nadie sepa hoy si se va a recuperar del todo o no, echan mano de todos los palestinos a su alcance para que sean ellos quienes insulten a Sharon y a Israel. Su magnífica objetividad periodística también se demuestra cuando consultan a gentes tan diferentes como Vargas Llosa, Sami Nair, Gema Martín o ¿vas con celos Moratinos? Y si todos se meten con Sharon, ¿qué culpa tienen ellos, los líderes de opinión?
La verdad es que ha habido pocos políticos tan insultados como Sharon, y tan injustamente. No es que Sharon esté más allá de toda crítica, o que no haya cometido errores: son los motivos por los que se le ataca y los argumentos empleados los que dan náusea. Pero esto el escolar belga wallon tampoco lo entiende: ha preguntado a sus padres si los Reyes Magos también eran judíos y no han sabido qué responder. Y nuestro escolar se ha puesto triste.
Son tantos quienes han insultado a Ariel Sharon mientras era primer ministro israelí que no puedo, ni quiero, criticar a todos. He elegido sólo tres ejemplos, y adrede, no de lo peor: ningún mercenario del bolígrafo, ningún antisemita confeso, al revés. Véase: Vargas Llosa, Lefort y Morin. Poco tienen en común, salvo escribir y su común odio por Sharon, precisamente. Vargas Llosa, más que los otros dos, pero es que escribe más en los papeles. No ha parado de proclamarse "amigo de Israel" y de insultar a Sharon y a su Gobierno, tratándoles de energúmenos ("poseídos del demonio", según el DRAE) y de "peores enemigos de Israel"; porque es él quien decide quién es amigo y quién enemigo de Israel.
Habiendo ya criticado aquí su último reportaje, publicado en El País en octubre de 2005, me limitaré a repetir el final de ese largo escrito: "Porque lo cierto es que, por doloroso que sea en lo individual y familiar, los atentados terroristas sólo son unos pequeños rasguños en la piel de ese elefante que es ahora Israel, algo que no amenaza su existencia, ni sus altos niveles de vida, ni, ay, su conciencia". Hasta el escolar belga podrá extrañarse de que el eterno candidato al Nobel de la Paz, ya que el de Literatura es inalcanzable, lamente tan cínicamente que el terrorismo no haya logrado amedrentar al pueblo de Israel, ni a sus dirigentes.
Claude Lefort, écorché vif en todo lo que se refiere a antisemitismo, quien en varias ocasiones defendió a Israel, desde hace pocos años también se ha puesto a atacar violentamente a Sharon y a su equipo, "peores enemigos de Israel", denunciando en Le Monde la supuesta "masacre de Yenín" como una de las peores de la Historia. Y cuando el mundo supo que era mentira, que hubo una batalla con 52 muertos palestinos y 27 israelíes, nadie tuvo la honestidad de rectificar, ni siquiera Lefort, que tiene la experiencia del totalitarismo y sus eficaces propagandas y que en ésta como en otras ocasiones debería desconfiar de "verdades" cuyo único fundamento es ser "útiles a la izquierda".
Edgar Morin, tan judío como Lefort pero más conformista de izquierdas y por lo tanto menos sensible que él a las viejas y nuevas manifestaciones del antisemitismo, se ha visto condenado hace pocos meses, por un tribunal francés y en compañía de Sami Nair y de una novelista cuyo nombre no recuerdo, precisamente por antisemitismo. Yo discrepo totalmente con la idea de que los tribunales puedan ejercer cualquier tipo de censura, ¡basta ya de inquisiciones! Pero debo reconocer que el texto publicado en Le Monde por ese trío de izquierdas era infame, porque comparaba Israel, su ejército, su "ocupación", con la Alemania nazi, su ejército y su ocupación de Europa, y no era necesario ser un escolar belga, ni el antisemita Samarago, para concluir: Hitler igual a Sharon. Esa era, en todo caso, la intención de los autores.
Que Vargas Llosa por frivolidad y Edgar Morin por conformismo condenen a Israel no es de extrañar; el caso de Claude Lefort es algo diferente, porque tiene una larga experiencia del combate minoritario. Eso a la larga cansa, y con la edad llega la añoranza del sillón en alguna academia o algo así, un reconocimiento oficial. Y si esos compromisos son "de izquierdas", o "más de izquierdas que nunca", como cuando exculpaba totalmente a Marx de la catástrofe del totalitarismo, o cuando insulta a Israel porque considera que Sharon es de extrema derecha, ¿quién (salvo yo) le va a acusar de traicionar o de haber envejecido?
Pero resulta que Sharon nada tiene que ver con esa imagen de extrema derecha que os hacéis en París, o en Bruselas, ni la derecha israelí es lo que ustedes, señoritos de la gauche divine, imagináis. Aunque Sharon esté fuera de juego, por ahora, los líderes de Kadima: Ehud Olmert, Simón Peres y Saúl Mofaz, por ejemplo, podrán seguir negociando la paz, sí, pero con las botas puestas, sabiendo cuán pocos de enfrente desean realmente la paz. Nada de concesiones exageradas para deslumbrar a Clinton, como en el caso de Barak; nada de desarme unilateral.