En el film se describe cómo la Stasi, policía política de la República Democrática Alemana (RDA), realizaba su cruel trabajo y destruía la vida de personas laboriosas y creativas, incluso integradas en el régimen, para mantener los privilegios emanados del inmoral sistema al que servía. Es posible que la proyección de esta película (y de Goodbye Lenin, también alemana y exhibida en otro festival) haya sido una treta de las autoridades cubanas para mostrar una libertad inexistente y tratar de engañar a las numerosas personalidades que asistieron al FCL con una falsa liberalidad. Por supuesto, esas monumentales obras no se han exhibido en otras salas, ni los especialistas en el arte cinematográfico que escriben en la prensa oficial se han referido a ellas.
El impacto en el público resulta comprensible. Los cubanos vivimos diariamente todo lo allí narrado, muy especialmente quienes hemos pasado por el calvario de Villa Marista (cuartel general de la Seguridad del Estado) y los interrogatorios. Lamentablemente, en La vida de los otros sólo se ven los pasillos de los centros de reclusión de la Stasi, prácticamente iguales a los cubanos. Lamentablemente, no se ve el interior de las celdas tapiadas, con su luz encendida las 24 horas, su hueco pestilente para hacer las necesidades fisiológicas... Allí los presos pierden la noción del tiempo. Tal y como se recoge en la película, los reclusos son levantados a cualquier hora para ser sometidos, en locales muy fríos, a intensos interrogatorios que, si bien no incluyen golpes, constituyen interminables torturas psicológicas.
La vida de los otros da cuenta, asimismo, de los inescrupulosos métodos de que se servía la policía política, como el chantaje a través del uso de las debilidades humanas, para lograr sus perversos objetivos: no le importaba la destrucción física, psíquica y moral de las personas; y del amplio empleo de mecanismos de aislamiento social: se buscaba dividir familias, romper matrimonios, alentar el que cada persona sospeche de los demás, lo cual desembocaba en un clima enfermizo, en el que imperaban la desconfianza y el miedo.
En un momento del film, una señora es testigo de la violación del domicilio de un vecino por parte de la Stasi. De inmediato se produce el chantaje: si habla, su hijo no podrá estudiar en la universidad. Así que se convierte en cómplice. En la RDA, como en la Cuba castrista, la universidad había de ser "para los revolucionarios".
En la película, el ático del edificio acaba convirtiéndose en un centro de vigilancia del escritor asediado. En lo mismo se han convertido innumerables apartamentos y casas de nuestro país.
La magistral calidad de La vida de los otros no radica solamente en la descripción del ambiente hipócrita y asfixiante de la RDA, sino en el análisis de sus orígenes. En modo alguno puede calificarse esta película de grosero panfleto anticomunista, pues también escarba en la vida de los agentes de la Stasi, que no en pocas ocasiones fueron motivados por la creencia errónea en un sistema que también a ellos engañaba. De hecho, en la cinta el oficial encargado de destruir la vida de dos compatriotas acaba comprendiendo el valor humano y artístico de éstos... y la bajeza que estaba cometiendo.
Las semejanzas con la situación cubana en modo alguno son casuales. No han sido pocos los agentes cubanos que, cargados de lealtades e ideales equivocados, han entregado sus vidas a la preservación de un maligno sistema que ha resultado una gran estafa. Ellos han sido los primeros traicionados.
La vida de los otros, que muestra tantas vilezas y sufrimientos, ha sido retitulada por los cubanos que la han visto como La vida de nosotros: y es que es un fiel retrato de la Cuba de hoy.