En África del Norte, en Italia, en Francia, luego en Alemania, sin hablar de la guerra del Pacífico –en la que, prácticamente solos, derrotaron a los japoneses–, el convencimiento mayoritario, que en este caso coincidía con la realidad, era que los vencedores contra la Alemania nazi eran esencialmente los USA. Por ello, pensaba comentar la magistral jugada política del general De Gaulle: la imposición de su país entre los vencedores tanto aquella noche en Reims como luego en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuando Francia apenas había combatido a los nazis.
Claro, se puede matizar: un puñado de franceses se unió a las tropas aliadas y combatió en todos estos frentes, con tanto más ardor que los demás; eran pocos y, posiblemente, querían borrar la vergüenza de 1940, cuando las tropas francesas se rindieron, sin apenas combatir, al ejército alemán. También hubo resistentes, un reducido puñado al principio, creado y ayudado por la Intelligence Service británica –otro dato ocultado–, que fue aumentando al compás de las victorias aliadas, a partir de finales de 1943.
Francia fue mayoritariamente "petainista" hasta esas fechas. En esas circunstancias, la habilidad y la firmeza de De Gaulle, quien en varias ocasiones declaró a sus colaboradores: "Somos demasiado débiles para aceptar el menor compromiso", resultaron ejemplares.
Iba a hablar de todo eso, y de algunas cositas más, cuando cruzó mi mente lo dicho por el maestro del periodismo de guantes grises, Miguel Ángel Aguilar, cuando interrumpió sus ditirambos al hipócrita Bono para comentar la muerte del Papa, porque la actualidad tiene sus exigencias. En mi caso no se trata del Papa, sino la actualidad de Putin, la que me impulsa a cambiar esta crónica.
Se sabía que había declarado en varias ocasiones públicamente que consideraba la disolución de la URSS y su transformación en CEI como la peor catástrofe política del siglo XX. Se sabía que había amordazado a la radiotelevisión, menos a la prensa escrita. Se sabía que había reforzado drásticamente el poder central, suprimiendo, entre otras cosas, la elección de los gobernadores. Se sabía menos que las elecciones generales están perfectamente organizadas, o sea amañadas. En una palabra, que, con el pretexto de restablecer la grandeza de Rusia y luchar contra las mafias (muy reales), ha dado un giro ultraautoritario al régimen.
Lo único que se criticaba, no por los jefes de Estado sino por sectores de la opinión pública y de la prensa, eran las monstruosidades cometidas por el ejército y la policía rusas en Chechenia. En este sentido, yo siempre he pensado, sin negar la evidencia de esas matanzas, que presentar, como André Glucksmann, por ejemplo, a los chechenos únicamente como inocentes víctimas es un error garrafal, o una mentira, porque Chechenia se ha convertido en un foco peligroso del terrorismo islámico, y cuando hace algunos años lograron, brevemente, una amplia autonomía no tuvieron grandes dificultades para imponer un régimen talibán.
Desde luego, no se entiende por qué tantos jefes de Estado, algunos democráticos, han aceptado ir a Moscú para celebrar el 60º aniversario de la victoria, que se ha convertido en una grandiosa rehabilitación de la URSS. La venganza póstuma de un don Mendo muy peculiar: Stalin.
Claro que el 9 de mayo por la mañana, en la Plaza Roja de Moscú, rodeado de la crema y nata mundial, el discurso de Putin fue tan vago como diplomático. Pero yo leí el sábado 7 el artículo que publicó en Le Figaro –una página entera–, donde se le ve perfectamente el plumero. Expresa sus "lecciones de la victoria contra el nazismo" con un subtítulo que es todo un poema: "De la inteligencia del pasado a la edificación común de un porvenir de seguridad humanista".
Las cosas están clarísimas: el nazismo fue vencido sólo por la URSS, y sólo la URSS podía vencerlo, porque era una gran potencia humanista, y era una gran potencia gracias a ... Se las arregla para no citar a Stalin, pero tampoco cita a Roosevelt, ni a Churchill; en cambio, exalta la conferencia de Yalta, con los tres jefes de Estado que se entendieron para hacer reinar la paz y la bondad por doquier, lo cual es una forma hipócrita de citar a los tres sin citarlos.
Al único a quien cita es al general De Gaulle, y no por casualidad, ni porque publique en un periódico francés, sino porque, efectivamente, De Gaulle fue infinitamente más conciliador que Churchill y Truman, tras la muerte de Roosevelt, con la URSS y Stalin.
Pero la URSS no sólo derrotó al nazismo en el suelo patrio, sino que liberó a toda Europa del Este. Estas afirmaciones, repetidas últimamente por Putin y sus cómplices, nutren una evidente y justa indignación en esa Europa, porque si los soviéticos echaron a los ocupantes nazis en esos países no fue para liberarlos, sino para sustituir la ocupación nazi por la dominación comunista. Esta dominación tiene sus episodios sangrientos: en Berlín en 1953 –apenas muerto Stalin–, en Hungría en 1956, en Checoslovaquia en 1968, los gloriosos tanques soviéticos impusieron la "seguridad humanista" en todos esos países.
En Polonia las cosas fueron algo diferentes, porque en dos ocasiones, por lo menos –una con Gomulka, la otra con el general Jaruzelski–, los comunistas polacos obedecieron las ordenes de Moscú y su chantaje: o hacéis lo que exigimos o enviamos nuestros tanques. Y las autoridades polacas se rajaron. Luego Jaruzelski pudo pavonearse en la Sorbona –yo le vi–, aplaudido por la crema y nata del eurocomunismo y la progresía, como un gran demócrata europeo...
Evidentemente, Putin no dice una palabra sobre el Gulag (esa invención de la CIA), ni sobre la censura, ni sobre todos los demás horrores de la construcción del socialismo, porque esas menudencias no cuentan para él, tratándose de la grandeza de la Patria y de la potencia del comunismo, que dominó medio mundo. Los únicos contra los que arremete fulminantemente son los países bálticos, acusados de haber sido y seguir siendo nazis, lo cual, declara sin reírse, está prohibido por el Tribunal de Nuremberg.
Pues, para refrescar la memoria, no de Putin –cuya mente contiene los archivos del KGB– sino de algunos internautas, por los años 1939/1940, mientras Francia se rendía y el Reino Unido resistió solo durante un año los embates y bombardeos de la Alemania nazi, los países bálticos –regalados por Hitler a Stalin mediante el pacto nazi-comunista– sufrieron la ocupación soviética; luego, a partir de 1941, la nazi, y por fin, hasta el comienzo de los años 90, de nuevo la soviética.