
No es mal momento, por tanto, para intentar un repaso del chavismo. A esta razón, digamos, cronológica, se suma otra de mayor interés. Chávez ha conseguido dar de sí mismo una imagen tan poco ajustada a los cánones de proyección y representación de la imagen pública de los mandatarios políticos, que los medios de comunicación, siempre atentos a lo sensacional y extraordinario, han hecho de él una figura ejemplar de radicalidad histriónica. Con independencia de que sea éste un rasgo definitorio del talante del comandante venezolano, el efecto perverso que producen los potentes focos mediáticos exclusivamente dirigidos a su persona y actuaciones ha consistido en escamotear, en buena medida, la realidad del país que gobierna. Venezuela no es sólo lo que dicen o hacen su presidente y su Gobierno. Produce sonrojo escribir esta verdad de perogrullo, pero basta con fatigar las secciones internacionales de los más afamados medios para comprobar lo acertado del aserto.
Así, pronto hará diez años que los venezolanos votaron para elegir a un nuevo presidente de la República. Era la octava vez consecutiva que en Venezuela se celebraban comicios presidenciales democráticos y libres, en el marco de la Constitución de 1961. Todo un récord en América Latina. El candidato que resultó electo era un militar de carrera, con rango de teniente coronel, que apenas seis años antes había protagonizado una intentona de golpe de estado contra el Gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez.

En diciembre de 1998, por tanto, una mayoría de venezolanos depositó su confianza, después de casi cuarenta años de ejercicio de la democracia, en un militar ex golpista, y a sabiendas de que lo era. Un militar que, por otra parte, en ningún momento ocultó que su intención era rubricar el acta de defunción del entonces vigente régimen constitucional. En este punto, Chávez demostró tener un notable olfato político: ahorcó momentáneamente (otro "por ahora") el uniforme militar y vistió un discurso monotemático, centrado en la denuncia de la corrupción institucional , que halló eco en casi todas las capas de la sociedad venezolana. Y, sobre todo, hizo protagonistas de su reivindicación de mayor justicia social a los "pobres", a los marginados de la bonanza petrolera de Venezuela. Que en 1998 representaban casi la mitad de la población del país, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) venezolano, y que, a pesar de la actual propaganda oficial, hay razones para pensar que no han disminuido sustancialmente en número.
Sin duda, esto ya forma parte del legado político de Hugo Chávez. A la pregunta sobre qué considera irreversible de las muchas cosas que Chávez ha cambiado en Venezuela en estos últimos diez años, el político y periodista Teodoro Petkoff, director del diario Tal Cual, responde, tajante: "Creo que una única e importante cosa: el haber puesto en el centro del debate nacional la cuestión de la pobreza. Todo el discurso político venezolano actual está permeado por esta nueva conciencia acerca de la centralidad absoluta de la desigualdad social. No ha sabido qué hacer para enfrentar eficientemente el drama, pero ha contribuido a despertar al país ante ese tema capital". Diagnóstico en el que coincide el escritor Alberto Barrera Tyszka: "Chávez (…) introdujo una nueva variable en la agenda nacional: priorizó la pobreza como problema colectivo. Puso la vida social en el centro del debate. Quizás ése sea, a la larga, su mayor mérito. Chávez politizó la miseria, cambió la dinámica del poder en el pensamiento social, desnudó la ilusión artificial de armonía en la que vivíamos los venezolanos… Pero el costo de ese proceso ha sido altísimo."

Visto así, el primer triunfo electoral de Chávez es fruto del descontento de amplios sectores de la población venezolana, más que de una popularidad política de la que este personaje, sólo conocido a la sazón como militar golpista, originalmente carecía por completo. Dicho de otro modo: los venezolanos se embarcaron en una aventura de cambio de régimen de incierto rumbo e imprevistas consecuencias por voluntad de manifestar su rechazo a un régimen democrático viejo de cuatro décadas pero notoriamente ineficaz. Esto lo comprendió perfectamente el hombre de Sabaneta, como también comprendió –y en esto sin duda estriba la originalidad política de Chávez– que a la postre le sería más útil distinguir entre democracia y ejercicio de la democracia, presentándose como restaurador de la primera a través de la reforma del segundo. Había una democracia corrupta, sancionada por una Constitución "moribunda", que sólo esperaba el golpe de gracia para dar paso a otra, popular y bolivariana, capaz de depurar el viejo sistema viciado basándose en un nuevo marco constitucional, cumplidamente, claro está, bolivariano.
Si la intención de Chávez, a fines de 1998, era ya diseñar una Constitución a la medida de sus ambiciones que le permitiera perpetuarse en el poder, ejercerlo autoritariamente y enrumbar a Venezuela hacia la construcción del "socialismo del siglo XXI" en el marco de su V República, la verdad es que supo muy bien esconder su juego de entrada. La periodista y escritora Milagros Socorro, nada sospechosa de haber simpatizado alguna vez con Chávez y su proyecto político, recuerda hoy "el entusiasmo que provocaba aquel oficial, entonces de talante jovial, que la noche de diciembre de 1998, cuando fue electo presidente de la República, pronunció, desde una tarima levantada frente al Ateneo de Caracas (y no del Círculo Militar o de algún cuartel), un discurso donde ofrecía respeto al derrotado y llamaba a la unidad nacional".

Sea cual sea el final que tenga la era de Chávez o, como comúnmente se la designa, al chavismo, lo que es innegable es que Venezuela se cuenta ya entre esas democracias no liberales que han proliferado, de los Balcanes a América Latina, desde la caída del Muro de Berlín. En este sentido, lo que se jugaba en Venezuela en diciembre de 1998 era ciertamente un "final de partida": el fin de la democracia concebida, pace Zakaria, como "un sistema político no sólo caracterizado por elecciones libres y limpias, sino también por el imperio de la ley, la separación de poderes y la protección de las libertades básicas de expresión, reunión, religiosa y de propiedad". Es innegable que la democracia practicada en Venezuela de 1961 a 1998 ofrecía muchas más sombras que luces en algún que otro de estos clásicos apartados, como también lo es que estaba más próxima a la formulación liberal clásica de las democracias occidentales que el actual régimen democrático venezolano.
Será útil repasar, de la sociedad civil a los poderes públicos, de la gestión de la economía a la política exterior, algunos de los escenarios en los que se manifiesta el no liberalismo de la actual democracia venezolana. No sólo porque siempre lo es más comprender que denostar la realidad, sino también, accesoriamente, porque algunos comenzamos a vislumbrar que la democracia española –que, conviene recordarlo, tiene una historia aún más breve que la venezolana– puede fácilmente acabar adquiriendo parecido talante.
Nota: Las citas no referenciadas son respuestas a cuestionarios que la autora de esta serie ha sometido a venezolanos –periodistas, escritores y especialistas en diversas áreas– en las últimas tres semanas.