El informe del ISG no sólo ha recibido ataques provenientes de la izquierda y de la derecha, de los demócratas y de los republicanos; es que, además, ha sido objeto de burlas.
Setenta y nueve recomendaciones. Interdependientes, insiste Baker. Y deben adoptarse en su totalidad. "Espero que no lo tratemos como si fuera una ensalada de frutas y digamos: me gusta esto, pero esto otro no". Ya. ¿Sobre qué base? ¿Qué gran visión de conjunto lo sustenta? ¿Qué sabiduría extraordinaria lo alienta, la que emana de una comisión conformada por expertos en Oriente Medio del calibre de la juez Sandra Day O'Connor, el actor Alan Simpson o el abogado Vernon Jordan?
Esta clase de comisiones bipartidistas nutridas de venerables hombres de Estado puede servir perfectamente para erigir consensos acerca de asuntos de largo alcance como, pongamos, la Seguridad Social, pero resultan de todo punto absurdas cuando se trata de concebir cambios estratégicos mientras se libra una guerra.
La principal recomendación del ISG, la retirada gradual de Irak, es insustancial; exactamente lo que cabe esperar de un comité cuyo objetivo es la forja de consensos. No es sino el reflejo de cierta idea que circula con profusión en Washington: la guerra está perdida. Si fuera así realmente, deberíamos coger los bártulos y marcharnos ya mismo, antes incluso de lo que propone el ISG.
Luego de decirnos que el precio de dejar Irak en pleno caos es inaceptablemente elevado, el ISG no trata en momento alguno de proponer un plan que nos haga tener éxito. Su única iniciativa novedosa pasa por la regionalización y por involucrar en el asunto a dos de los países vecinos de Irak, Irán y Siria.
Siria debería acabar con la infiltración de terroristas en Irak desde su territorio, puede leerse en el informe. E Irán debería "contener el flujo de equipamiento, tecnología y adiestramiento hacia cualesquiera grupos que estén recurriendo a la violencia en Irak". Claro. También se debería poner fin a la obesidad, la gripe aviar y los accidentes de tráfico. Estos pronunciamientos a lo Pero Grullo dan al documento del ISG ese aire que tiene de desconexión con la realidad.
Para revertir la situación, el ISG propone negociar con los iraníes. Baker ha admitido que unos representantes del régimen de Teherán declararon a la comisión que no es muy probable que vayan a cooperar. Pero debemos presionar en ese sentido, insiste Baker, porque así podremos demostrar que Irán es una "nación reluctante" que no está dispuesta a colaborar en la estabilización de Irak.
He ahí un logro diplomático de primera: echar abajo el acuerdo que hemos alcanzado, luego de tantos esfuerzos, con los europeos para que cualquier acercamiento a Irán dependa de que suspenda su programa de enriquecimiento de uranio... para demostrar al mundo que un país que proporciona armas, explosivos y dinero a las dos partes enfrentadas en una guerra civil no está por la labor de estabilizar la situación allí donde se libra aquélla. ¿Hay alguien con dos dedos de frente que no lo sepa ya?
Uno de los objetivos fundamentales de la Nueva Ofensiva Diplomática (como si las pomposas mayúsculas dieran sustancia a la cosa) es conseguir la paz entre árabes e israelíes. Baker cree que bastaría con que los israelíes se plegasen a las exigencias de los árabes para que todo fuera bien en Oriente Medio.
Vale. Imaginemos que hay paz entre Israel y los árabes. O no, imaginemos algo aún mejor para los árabes: que un terremoto arrasa Israel y lo hunde en el Mediterráneo. ¿Es que alguien se imagina que los chiitas iban a dejar de matar a los sunnitas? ¿Que Al Qaeda iba a dejar de matar americanos? ¿Que Irán y Siria iban a dejar de afanarse en la desestabilización del Irak postsadamita? Por absurdos como éste es por lo que el informe del ISG es tan prescindible.
Lo dicho: ahora que estos diez eminentísimos burócratas han parido un ratón, el presidente tiene una última oportunidad para trazar una nueva estrategia.
George W. Bush ha de hacer dos cosas. En primer lugar, algo en lo que vengo insistiendo desde hace tiempo: establecer una nueva coalición de gobierno en Bagdad que excluya a Muqtada al Sader, un cáncer que mina la capacidad del Gabinete Maliki a la hora de trabajar con nosotros. Mueve a la esperanza que Bush ya haya dado pasos en ese sentido, al reunirse con líderes parlamentarios sunnitas y chiitas.
Si ayudamos a la instalación de un Gobierno intersectario que pueda ser nuestro aliado, y no un semiadversario, entonces deberíamos hacer la segunda cosa de que hablaba: doblar nuestra apuesta en materia de esfuerzo militar. ¿Qué significa esto? Que ha de dedicarse un gran número de efectivos norteamericanos a la siguiente misión específica: blindar Bagdad y, junto con el apoyo del Gobierno de Bagdad (y es ésta una condición sine qua non), suprimir el Ejército del Mahdí de Muqtada al Sader.
Se trata de nuestra última oportunidad para tener éxito. Bush debería dar las gracias por ello al ISG y a su irrelevancia súbita.
© 2006, The Washington Post Writers Group.