Esta solución perfecta complacería a los europeos porque su política de apaciguamiento –que es, en parte al menos, responsable de la crisis– dejaría de estar en el foco de atención. Serían capaces de sacudir la cabeza, en un gesto de "te lo dije" hacia los mulás, predicar las bondades de "la mano izquierda" y sentir orgullo por su capacidad para permanecer al margen de los juegos sucios empleados por "potencias inmaduras" como Israel o la República Islámica.
Los americanos también estarían encantados. Está claro que no sólo carecen de una política hacia Irán, también son incapaces de ponerse de acuerdo en el diagnóstico del problema. Con Irak aún como work in progress, la Administración Bush evita a toda costa sugerir otro cambio de régimen, especialmente en pleno año electoral.
El club de los encantados también incluiría a los estados árabes, que, aunque se sacuden las sandalias [1] ante la perspectiva de un Irán con armamento nuclear, practican el kitman (disimulo) para esconder sus verdaderos sentimientos, o, peor aún, extienden la alfombra roja en forma de propuestas para "un Oriente Medio libre de armas de destrucción masiva".
¿Quién más estaría encantado? Bien, Moscú, ciertamente, no estaría descontento. Hacia la mitad de este siglo Irán tendrá una población mayor que la de Rusia. Irán también alberga una profunda hostilidad hacia a su vecino del otro lado del Caspio, generada por guerras amargas y pérdidas territoriales a manos de los zares. Un Irán islámico con armas nucleares surgiría como un jugador aún más fuerte en la nueva versión del Gran Tablero de Asia Central y el Cáucaso.
En palabras de Hassán Abbasi, el gurú estratégico del presidente Mahmud Ahmadineyad, Rusia es una "potencia en decadencia", al tiempo que la República Islámica es una potencia "ascendente".
La lista podría continuar. Todo esto significa que numerosos países tienen un interés directo en evitar que Irán sea nuclear. También, que nadie está dispuesto a ensuciarse las manos para garantizar que Irán no obtenga la bomba. De ahí todo el parloteo acerca de que Israel lleve a cabo "acciones quirúrgicas" en representación de "la comunidad internacional".
La verdad, sin embargo, es que en cualquier lista de países que puedan ser objeto de la intimidación nuclear iraní, por no decir del ataque, Israel aparecería en cabeza. El motivo es simple. Israel tiene un espacio aéreo pequeño que defender y está bien equipado, en parte gracias a sus antimisiles Arrow 2, para destruir los proyectiles lanzados desde Irán.
Teherán podría, por supuesto, suministrar un dispositivo nuclear a sus agentes terroristas en el Líbano y la Margen Occidental. Pero la naturaleza del terreno, y el hecho de que la mayor parte de los palestinos y de los libaneses vivan en estrecha proximidad con los israelíes, significaría matar a mucha gente en el Líbano y los territorios palestinos.
Desde que los mulás llegaran al poder, hace 27 años, han desarrollado un discurso antiisraelí tan virulento como el de Hamas y otros grupos radicales palestinos. Ese discurso, sin embargo, está promovido en parte por el deseo del régimen de esconder su identidad chií, para poder reclamar la dirección del islam radical, tanto chií como sunní.
De hecho, Israel e Irán, sin importar quién gobierne en Teherán, tienen intereses estratégicos comunes. Imagine que Israel no hubiera aparecido en el mapa en 1947-48. La energía generada por el movimiento nacionalista panárabe, que dominó la política árabe en la posguerra, se habría dirigido contra otros dos vecinos: Turquía e Irán.
En cierta medida lo hizo, ocurrió realmente, a pesar de que Israel se convirtió en el principal objetivo de la ira nacionalista árabe. Aún hoy la Liga Árabe afirma que la provincia turca de Iskanderun es, en realidad, "territorio árabe usurpado". Asimismo, clasifica la provincia iraní de Juzestán como "tierra árabe ocupada", e insiste en reetiquetar el Golfo Pérsico como "Golfo Arábigo". Los miembros de la Liga también están comprometidos con la "liberación" de tres islas iraníes, ubicadas en el Estrecho de Ormuz, reclamadas por los Emiratos Árabes Unidos.
El nacionalismo panárabe no es la única amenaza que afronta Irán. Una amenaza más mortal –o existencial, por utilizar un término de moda– proviene del islamismo árabe sunní, que destruyó enclaves sagrados chiíes en Irak en 1802 y volvió a hacerlo el mes pasado, en Samarra. El mismo movimiento está detrás del asesinato a sangre fría de miles de varones, mujeres y niños chiíes iraquíes desde 2004.
Para los islamistas árabes sunníes, los iraníes son gabrs (zoroástricos), mientras que los chiíes, árabes incluidos, son rafidis (herejes), que tienen que ser "reconvertidos" o asesinados.
Tanto el nacionalismo panárabe como el islamismo panárabe sunní son enemigos mucho más mortales para Irán que para Israel. Ni Israel ni Irán estarán seguros a menos que los monstruos gemelos sean derrotados y los estados árabes, democratizados.
Si Irán "destruyese" Israel, a un elevado precio humano, sólo estaría cumpliendo el sueño de sus propios enemigos mortales.
Muchos en Israel pueden no apreciar todo esto. En Irán, sin embargo, existe un entendimiento profundo de la naturaleza de las rivalidades y animadversiones históricas y religiosas regionales. Por eso no existe prácticamente apoyo popular en Irán a una política antiisraelí que vaya más allá de la retórica o el apoyo limitado a los clientes de Irán en el Líbano, Siria y los territorios palestinos.
No hay motivo para que Israel deba asumir la responsabilidad que otros, incluyendo potencias mucho más fuertes, no quieren afrontar. De hecho, parte de los problemas de Israel se derivan del error de sus sucesivos líderes de meter el país en veredas de otra gente.
En 1956 Israel fue arrastrado a la Guerra de Suez porque Gran Bretaña y Francia carecían de la voluntad para librarla por su cuenta. Y cuando Londres y París cedieron a la presión de Washington ni siquiera mostraron la decencia de tener en cuenta los intereses de Israel.
Durante la Guerra Fría Israel pagó el precio de su alianza con Estados Unidos, y en sucesivas guerras destruyó arsenales levantados por el bloque soviético en varios países árabes. Eso ayudó a proteger a los aliados árabes de Washington frente a la agresión de potencias árabes prosoviéticas. Y eso, a su vez, significó que los soviéticos no pudieran hacerse con el control de los recursos petrolíferos vitales de la región a través de gobiernos satélite.
Sin embargo, Israel recibió por recompensa el que no se le permitiera que sus victorias militares se tradujesen en un acuerdo político que reflejase sus intereses nacionales.
En 1980 Israel tumbó el centro de armamento nuclear iraquí de Osirak, de fabricación francesa, a pesar de que la bomba que Sadam Husein estaba fabricando iba a ser lanzada sobre Teherán.
La acción israelí ayudó a potencias importantes, incluido Estados Unidos, a evitar una situación catastrófica en una región vital para sus intereses. La recompensa de Israel fue que Jacques Chirac, entonces alcalde de París, lo describiera como "un Estado criminal".
Amir Taheri, experto en terrorismo islámico. Nacido en Irán, estudió en Teherán, Londres y París. Ha sido director del London Sunday Times.
[1] Gesto que expresa profunda aversión.