Comparto la idea de que este triunfo extraordinario echa por tierra preconcepciones sobre las relaciones entre las razas en este país. Pero vale la pena puntualizar lo que parecería obvio pero no lo es, al menos para todo el mundo: por sí sola, la victoria de Obama no resuelve todos los problemas pendientes entre las razas que componen el gran tejido social de Estados Unidos.
La llegada a la presidencia del primer afroamericano es el feliz resultado de una lucha larga y doble: la de muchos blancos por crear una sociedad más justa y equitativa, y la de muchos negros por reclamar sus derechos civiles. En cierto sentido, completa un aspecto crucial de la gradual y pacífica revolución negra en el país. Por eso todos los norteamericanos de buena fe tenemos derecho a celebrar la ocasión, seamos negros, blancos o de cualquier otra raza, y seamos demócratas, republicanos o independientes. Pero ahora depende de los influyentes grupos étnicos nacionales, hispanos incluidos, el que este logro rinda frutos todavía mayores para el conjunto de la sociedad.
De la elección del primer presidente afroamericano, los blancos pueden extrapolar la legitimidad de la competencia entre las razas en el marco de la Constitución y las leyes. En otras palabras, es hora de que reconozcan que nuestras etnias no son meras etnias, sino también grupos de poder político, que se organizan y luchan por un pedazo del pastel nacional. No hay nada malo en eso, como advierten los que truenan constantemente contra el "multiculturalismo" y la "balcanización" de Estados Unidos, casi siempre para disimular sus temores ante el avance de las minorías. El que el 97% de los electores afroamericanos haya votado por Obama, ignorando a veces su propia filiación partidista, no es un ejemplo del etnocentrismo que preocupa a muchos, sino de la natural reafirmación política de una etnia que emerge de la exclusión.
Con su historial de éxito y su intachable conducta como candidato, el presidente electo envía el mensaje a las minorías de que también llegó el momento de superar el complejo de víctima y aprovechar las vastas oportunidades que ofrece una nación cada vez más igualitaria, si no en sus costumbres, al menos en sus reglas del juego. "Si queda alguien por ahí –declaró Obama en su discurso de la victoria en Chicago– 'que aún duda de que Estados Unidos es el lugar donde todo es posible, que aún se pregunta si el sueño de nuestros Fundadores sigue vivo, que aún cuestiona el poder de nuestra democracia, esta noche tiene la respuesta". Esa respuesta invita a sortear los obstáculos y las inseguridades personales, y las de la colectividad étnica a la que se pertenece, y a asumir mayores responsabilidades en la forja de un país más habitable.
La elección del primer presidente afroamericano marca un hito en la historia nacional. Pero no borra el hecho de que negros e hispanos continuamos enfrascados en una lamentable competencia en las peores categorías sociales: las de la pobre educación formal, el desempleo y el subempleo, la carencia de seguro médico, la vulnerabilidad ante el crimen, etcétera. Por eso esta elección, como antes la abolición de la esclavitud (1865) y las conquistas de los derechos civiles en los 60, debería verse no como el remedio definitivo de esos males, sino como otra gran oportunidad para combatirlos con determinación, moviendo el país aún más en la dirección de la igualdad de condiciones y posibilidades para todos.
© AIPE