Cuando el presidente tiene ocasión de saber lo que está pasando con un proyecto tan caro a su visión de la política, y a su voluntad de ganar esta guerra, sufre raptos de impaciencia y de impotencia, que remedia como a los presidentes traicionados les es dable remediar estas desventuras. Impuesto de lo que falta, siempre ha de faltar algo cuando de no hacer se trata, lo suple con presteza y con la esperanza de que el camino quede franco y la tierra prometida, a la vista. Así, suma decretos a los decretos, reglamentos a los reglamentos, para que después le digan que todo va bien pero que la meta está lejana. Porque faltan más decretos y más reglamentos.
Ha sido admirable la tenacidad de Liduine Zumpolle en esta lucha. Y diremos que también ha sido admirable la paciencia de los guerrilleros conversos a la causa de la paz, que saben les puede costar la vida. Pero tenemos cumplida noticia de que aquella paciencia y esta tenacidad, como todas las cosas en la vida, están encontrando sus límites. Los traidores ganarán la partida, Colombia habrá perdido una bella ocasión para conocer su propia historia y nosotros, los que hemos persistido en el empeño de creer, confirmaremos que hay algo que definitivamente no es urgente ni conveniente para quienes de verdad mandan, que es la victoria sobre las FARC.
Mientras seguimos presenciando los desatinos, las injusticias y los abusos que se cometen a propósito de la llamada parapolítica, nos hemos preguntado por qué la historia no comenzó al derecho, es decir, por lo más antiguo y lo más grave. Y por las pruebas más sólidas y concluyentes. Pero nada. La Fiscalía sigue guardando entre el polvo letal de sus anaqueles documentos gravísimos que le permitirían desenvolver la trama de esta tragedia. La Corte se mantiene impasible en su propósito de convencernos de que lo justo es lo que conviene a su obsesión por demostrar al mundo que el nuestro es un Congreso de bandidos, porque no pueden ser sino eso los partidarios de un presidente al que detesta. Y mientras tanto, la verdad histórica padece ultrajada, hasta el extremo de que se puede volver irreconocible, las víctimas de la violencia desesperan, los que creyeron en el llamado a la paz vacilan y el mundo va contemplando la idea de que en Colombia sólo hubo paramilitarismo y que todo lo demás fue pura invención.
Lo que está pasando es de enorme importancia. El presidente Uribe parece que no se la atribuye; si no, hace rato hubiera exigido que se respetaran sus órdenes, o se habría puesto al frente de la empresa. Pero lo traicionan y se deja traicionar. Sus amigos van presos por el solo hecho de serlo, víctimas del infame montaje del pitirrato que tantas veces denunciamos, sin resultados. Sus soldados no caen en el frente de batalla, suerte reservada para los privilegiados, sino que son víctimas de las emboscadas de la guerra política. Y sus pacientes detractores siguen tejiendo la tela de araña de una acusación por delitos que nadie ha cometido pero por los que llamarán a responder al comandante supremo de las Fuerzas Militares.
Si se quiere contar bien, la historia de Colombia habrá de contarse desde sus inicios y completa. La incorporación a Justicia y Paz de centenares de guerrilleros arrepentidos sería un paso decisivo en ese propósito fundamental. Pero no es posible. Ni lo será. Los que supuestamente tienen el poder serán siempre víctimas propicias para quienes lo manipulan. Es triste, pero es así.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.
Ha sido admirable la tenacidad de Liduine Zumpolle en esta lucha. Y diremos que también ha sido admirable la paciencia de los guerrilleros conversos a la causa de la paz, que saben les puede costar la vida. Pero tenemos cumplida noticia de que aquella paciencia y esta tenacidad, como todas las cosas en la vida, están encontrando sus límites. Los traidores ganarán la partida, Colombia habrá perdido una bella ocasión para conocer su propia historia y nosotros, los que hemos persistido en el empeño de creer, confirmaremos que hay algo que definitivamente no es urgente ni conveniente para quienes de verdad mandan, que es la victoria sobre las FARC.
Mientras seguimos presenciando los desatinos, las injusticias y los abusos que se cometen a propósito de la llamada parapolítica, nos hemos preguntado por qué la historia no comenzó al derecho, es decir, por lo más antiguo y lo más grave. Y por las pruebas más sólidas y concluyentes. Pero nada. La Fiscalía sigue guardando entre el polvo letal de sus anaqueles documentos gravísimos que le permitirían desenvolver la trama de esta tragedia. La Corte se mantiene impasible en su propósito de convencernos de que lo justo es lo que conviene a su obsesión por demostrar al mundo que el nuestro es un Congreso de bandidos, porque no pueden ser sino eso los partidarios de un presidente al que detesta. Y mientras tanto, la verdad histórica padece ultrajada, hasta el extremo de que se puede volver irreconocible, las víctimas de la violencia desesperan, los que creyeron en el llamado a la paz vacilan y el mundo va contemplando la idea de que en Colombia sólo hubo paramilitarismo y que todo lo demás fue pura invención.
Lo que está pasando es de enorme importancia. El presidente Uribe parece que no se la atribuye; si no, hace rato hubiera exigido que se respetaran sus órdenes, o se habría puesto al frente de la empresa. Pero lo traicionan y se deja traicionar. Sus amigos van presos por el solo hecho de serlo, víctimas del infame montaje del pitirrato que tantas veces denunciamos, sin resultados. Sus soldados no caen en el frente de batalla, suerte reservada para los privilegiados, sino que son víctimas de las emboscadas de la guerra política. Y sus pacientes detractores siguen tejiendo la tela de araña de una acusación por delitos que nadie ha cometido pero por los que llamarán a responder al comandante supremo de las Fuerzas Militares.
Si se quiere contar bien, la historia de Colombia habrá de contarse desde sus inicios y completa. La incorporación a Justicia y Paz de centenares de guerrilleros arrepentidos sería un paso decisivo en ese propósito fundamental. Pero no es posible. Ni lo será. Los que supuestamente tienen el poder serán siempre víctimas propicias para quienes lo manipulan. Es triste, pero es así.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.