– Las provincias sunníes. La esencia del acuerdo que hemos alcanzado con las tribus de Al Anbar, Diyala, Salahuddin, etcétera, es ésta: vosotros ponéis punto final a la insurgencia y echáis a Al Qaeda y nosotros os prestamos asistencia en lo relacionado con el mantenimiento del orden. Asimismo, nos gustaría que mantuvierais una relación oficial con el Gobierno Maliki, pero no contamos con Bagdad.
– El Sur chií. Los británicos acaban de salir de Basora. Se han retirado de su base aérea y, en definitiva, han abandonado a los chiíes de la zona a sus solas fuerzas, lo cual se traduce en el domino por parte de las milicias chiíes, que andan luchando entre sí por hacerse con el control.
– El Norte kurdo. Desde hace una década y media, el Kurdistán es independiente en todo salvo en los papeles.
Por lo que hace a Bagdad y sus alrededores, las cosas aún no están definidas. A pesar de que se han registrado episodios de limpieza étnica, el futuro de la capital es incierto. Los chiíes son mayoritarios en ella, pero hay numerosos barrios sunníes. Tras el incremento de tropas deplegadas, EEUU está tratando, otra vez, de estabilizar la ciudad dotándola de mayor seguridad y autonomía.
Este sistema radicalmente descentralizado es el embrión de la partición. No es, desde luego, algo definitivo. Pero el esbozo está ahí, a la vista de todos.
En Estados Unidos los críticos, haciéndose eco de lo que proclaman los chiíes sectarios desde Bagdad, denuncian que uno de los ejes de esta estrategia –la denominada "solución del 20%", que permite a los antaño insurgentes de filiación sunní organizarse y armarse por su cuenta– conduce el país a una aún más vasta guerra civil. Dicha línea de argumentación asume que el Gobierno de Bagdad mandaría el Ejército a la provincia de Al Anbar, donde no hay chiíes ni hay petróleo. ¿Para qué? Parece mucho más probable que una Al Anbar bien armada y dotada de autogobierno tuviese por consecuencia la aparición de un equilibrio de fuerzas que facilitara el establecimiento de una relación con el Gobierno central de Bagdad libre de injerencias.
El Gobierno central será necesariamente débil mientras esté en marcha el proceso de partición. Puede que su radio de acción no abarque mucho más allá del área de Bagdad, que acabará convirtiéndose en una especie de cuarta región de población mixta, sunní y chií. Ahora bien, necesitamos un Gobierno central. Quizá el Estado iraquí no sea más que una cáscara, pero es necesaria, porque una partición de iure podría incitar a la intervención militar de países como Turquía, Irán, Arabia Saudí y Siria.
Nuestras esperanzas eran mucho mayores, mejores, que un Irak débil y dividido. Nuestro objetivo original era un Irak post Sadam democrático y unido. Pero éste ha resultado ser un objetivo inalcanzable. Intentamos dotar a los iraquíes de una república, pero desgraciadamente sus líderes resultaron estar demasiado influidos por el sectarismo, por la ausencia de identidad nacional y por los recelos, las maniobras y las intrigas cultivados durante las largas décadas de totalitarismo sadamita.
Todo esto se vio exacerbado por los errores estratégicos que cometimos tras invadir el país (entre los que se cuentan, en primerísimo lugar, el no haber enviado una fuerza lo suficientemente contundente, el no haber reprimido con contundencia los primeros saqueos y el haber dejado con vida a Muqtada al Sader en agosto de 2004), así como por la salvaje campaña de atentados de Al Qaeda, diseñada expresamente para prender la mecha del enfrentamiento sectario.
Sea como fuere, ahora tenemos que luchar por conseguir el mejor resultado posible. Puede que algún día emerja un Irak democrático y unificado. Quizá la reconciliación que se está registrando hoy en las provincias se traduzca mañana en una reconciliación de alcance nacional. Es posible, pero muy poco probale. Lo probable es que pase lo que ya está pasando: la partición.
Joe Biden, Peter Galbraith, Leslie Gelb y muchos otros intelectuales y políticos inteligentes abogan por la partición. El problema es cómo hacerla realidad. Una partición de arriba abajo y basada en un nuevo acuerdo constitucional suena bien, pero ¿cómo hacer que cobre más vigor que la plétora de sueños constitucionales que se suponía iban a tener lugar en Irak?
No estamos ante una división geográfica de tipo colonial. No estamos ante Sykes y Picot haciendo ejercicios de cartografía en plena Gran Guerra. Son las propias tribus y comunidades del país las que están trazando las fronteras, lo cual hace más probable que perduren.
La partición no es la panacea, desde luego, pero es mucho mejor que la salvaje y peligrosa dictadura que echamos abajo. E infinitamente mejor que lo que vendrá si finalmente abandonamos, nos retiramos y permitimos que Irak quede sumido en el caos.