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ESTADOS UNIDOS

La neurosis étnica

The New York Times anunciaba el otro día en primera página que en 2011 algo más de la mitad de los niños nacidos en Estados Unidos, el 50,4%, fueron no blancos: principalmente hispanos (26%), negros (15%) y asiáticos (4%).


	The New York Times anunciaba el otro día en primera página que en 2011 algo más de la mitad de los niños nacidos en Estados Unidos, el 50,4%, fueron no blancos: principalmente hispanos (26%), negros (15%) y asiáticos (4%).

¿Por qué en primera página? Pura neurosis étnica. Miedo al que es diferente. Por lo mismo que hace unos años Sam Huntington causó un gran revuelo con la publicación de "El reto hispano". Ese tipo de información causa una cierta ansiedad entre los blancos. Piensan que pierden el control y la dirección del país. Temen convertirse en una minoría.

El primer disparate es la clasificación. A los hispanos se les ordena por la lengua que hablan, o por la que se supone que hablan, independientemente del color de su piel. Un chileno de origen vasco y un guatemalteco cachiquel son hispanos, aunque la lengua del segundo no sea el español. A los negros, en cambio y obviamente, se les clasifica por la raza. A los asiáticos, por la geografía, con lo que la etiqueta comprende al chino igual que al indio.

Ignoro, por ejemplo, si un israelí-americano de origen sefardí es un asiático, un blanco o un hispano. Tampoco sé si ese brillante ingeniero venezolano llamado Rafael Reif, hijo de emigrantes judíos de Europa Oriental y flamente presidente del MIT, es hispano, blanco, o si tal vez el censo lo reconoce, simplemente, como maracucho.

El segundo disparate es de origen moral e ideológico. No hay nada más contrario a la naturaleza del Estado norteamericano que clasificar a las personas por la raza, la cultura o el género. No existe en la Constitución de Estados Unidos, ni en los 85 ensayos de El Federalista (donde Madison, Hamilton y Jay explicaron el alcance y significado del documento), la menor alusión a nada que no fueran las reglas e instituciones por las que la nueva república se regiría.

La originalidad y grandeza de Estados Unidos estuvo, precisamente, en eso: los Padres Fundadores inventaron el patriotismo constitucional. Un buen americano era aquel que se colocaba bajo la autoridad de la ley. No era necesario tener sangre británica u holandesa. Al principio, aunque proclamaban la igualdad de todas las personas, sólo incluían a los varones blancos propietarios, pero poco a poco fueron ampliándose los círculos de participación hasta agregar a las mujeres y a los afroamericanos.

No obstante, es legítimo examinar, como hizo Huntington, la relación que pudiera existir entre etnia y desarrollo. Si el desempeño de una sociedad es el producto del trabajo y la cosmovisión de la corriente central o mainstream que le da forma y sentido, ¿no es acertado pensar que una masa étnica en la que predominan unos valores culturales diferentes puede modificar sustancialmente el resultado general de esa sociedad? En otras palabras, si Estados Unidos se llena de turcos o de chinos, ¿acabará comportándose como Turquía o China?

Depende. Más importante que la raza o la cultura son las reglas imperantes. Los hindúes, que en la India no lograban prosperar, son el grupo minoritario más exitoso y educado de Estados Unidos. Funcionan estupendamente dentro de las reglas norteamericanas. Lo mismo puede decirse de los judíos procedentes del mundo eslavo: en Europa eran muy pobres y atrasados; en Estados Unidos tuvieron un éxito extraordinario. Hay muchos ejemplos: griegos, libaneses, barbadenses, iraníes... y toda una larga lista. Los hipotéticos turcos y chinos, educados en Estados Unidos, acabarían comportándose de manera diferente a como lo hacían en sus países de origen.

Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es un fenómeno planetario, aunque sea mucho más visible en las democracias abiertas que en los Estados totalitarios: vamos, lentamente, hacia un saludable mestizaje. Pero lo importante no es tratar de mantener la imposible pureza étnica, sino preservar los rasgo culturales que permiten que las sociedades sean razonablemente prósperas y felices.

Estados Unidos se convirtió en la primera potencia del planeta por su sistema institucional, por su estructura de valores –que incluía la meritocracia–, por su capacidad para innovar y por su sistema educativo. Todos esos factores combinados generaron un formidable aparato productivo. Lo que hay que hacer es potenciar la integración de los inmigrantes en el modo norteamericano de hacer las cosas. Algún día desparecerá la neurosis étnica. Se confirmará entonces que, como suponían los Padres Fundadores, todos los hombres son iguales. La clave está en las reglas. 


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