
De Rosario era Ernesto Che Guevara, y en las guías turísticas aparece como lugar "de interés" su casa natal, ahora convertida en museo. Álvaro Vargas Llosa, en su libro El mito del Che Guevara y el futuro de la libertad, dice que ese guerrillero buscaba instaurar un "colectivismo asesino". En sus escritos, el Che dejó claro su propósito de convertir a las gentes en bestias, hasta el punto de que fueran capaces de matar a sangre fría a sus seres más queridos. Paradójicamente, ese ser despreciable se ha transformado en "mercadería de consumo capitalista" gracias a una fotogénica imagen.
En Rosario pude comprobar los esfuerzos de retornar la figura del Che a sus fuentes originales, en "símbolo" capaz de arrastrar a una masa sin voluntad propia a las acciones más aberrantes, incluso al asesinato irracional.
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Varios de los asistentes al referido ciclo –incluido el propio Mario Vargas Llosa– viajábamos a bordo de un ómnibus hasta el lugar de las conferencias. Éramos un conjunto heterogéneo de hombres y mujeres, algunos muy jóvenes. La inmensa mayoría éramos de origen latinoamericano. El común denominador era nuestra pertenencia a ese grupo que puede ser definido como "librepensador".
Las experiencias personales y la reflexión nos han llevado, a ese grupo de librepensadores, a concluir que el único sistema bajo el que vale la pena vivir es aquél que protege la libertad individual y la enmarca en un ámbito de tolerancia y respeto por los derechos de los demás. Esa convicción nos ha llevado a comprender que, si queremos preservar los valores de la sociedad abierta y defenderla de sus múltiples enemigos, debemos tratar de llevar luz allí donde tantos se complacen en poner sombras.

Cuando el camarógrafo se percató de que el ómnibus había quedado inmovilizado, gritó: "Allí están los asesinos". E inmediatamente añadió: "Voy a filmar sus rostros para que todos sepan quiénes son". Y, con una actitud que pretendía amedrentar, se pegó a los vidrios de las ventanas con su cámara. Fue él quien inició el ataque e incitó a la masa a agredirnos.
Como respondiendo a una consigna, a aquellos que estaban alentando a los incautos a unirse a la manifestación se les transformó el rostro. Me impresionó especialmente el odio que proyectaban sus facciones. Fui testigo de cómo empezaron a corear: "¡Asesinos!", a sobreexcitar los ánimos. Después se nos vino encima una catarata de insultos siguió. Luego nos atacaron con piedras, palos y bombas de pintura, haciendo añicos los vidrios del vehículo.
Los pasajeros intuimos que nuestras vidas corrían riesgo de ser aniquiladas. Afortunadamente, en ese momento intervino la policía.
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Lo sucedido en Rosario aquel día deja al descubierto la clara intención de los enemigos de la libertad de exterminar a cualquier espíritu independiente.
© AIPE