Aunque muchos aún crean que en Estados Unidos no había cobertura médica para los pobres, lo cierto es que los programas Medicare, para mayores de 65 años, y Medicaid, para gente sin recursos, ya daban cobertura a 42 y 37 millones de personas, respectivamente (otras 3,5 millones de personas tenían derecho a estos programas, pero, por el motivo que sea, no se habían registrado como beneficiarias). Aunque hay diversas estimaciones, de los 308 millones de estadounidenses, alrededor de 45 millones no tienen cobertura sanitaria a día de hoy. Con la reforma aprobada ahora, y que entrará en vigor a partir de 2014, se calcula que alrededor de 30 millones más de estadounidenses tendrán contratado un seguro de cobertura médica.
Estas son las principales características del Obamacare, tal y como ha sido finalmente aprobado:
Estas son las principales características del Obamacare, tal y como ha sido finalmente aprobado:
– Se amplían el Medicare y el Medicaid. Medicare cubrirá más gastos en medicamentos, y Medicaid cubrirá a quienes ganen menos de 16.500 dólares, así como a las familias de cuatro miembros con ingresos inferiores a 39.000 dólares.
– Se obliga a los ciudadanos –autónomos incluidos– sin cobertura de empresa y a las empresas con más de 50 empleados a contratar un seguro sanitario privado. La pretensión de crear una seguridad social estatal a la europea se ha quedado por el camino.
– Se destina un fondo de 600.000 millones de dólares a hacer frente a la obligación mencionada en el punto anterior.
– Los hijos quedan cubiertos por los seguros de sus padres hasta que cumplan 26 años.
– Se crea un nuevo órgano regulador de las compañías aseguradoras, con capacidad para vetar las subidas de precios.
***
¿Cuál es la clave del Obamacare?
Por supuesto, no la extensión de Medicare y Medicaid, algo que ya se había hecho en el pasado; tampoco lo de la cobertura de los hijos talluditos. Lo que hace diferente al Obamacare es que el Estado obliga a millones de ciudadanos a contratar un seguro sanitario; ellos no desean hacerlo, pero papá Estado, mucho más sabio y prudente que esa panda de inconscientes, ha considerado conveniente que lo hagan... y van a tener que hacerlo. El Estado te obliga a contratar un seguro médico, sí, pero luego te lo subvenciona, faltaría más. La guinda la pone el incremento de la burocracia: más regulación, más organismos, más control (como ha escrito Victor Davis Hanson, no se trata de la cobertura sanitaria, que podría reformarse con toda la prudencia del mundo, sino de aumentar el control del Estado sobre esa importante parcela de la vida y la economía de los norteamericanos). Algo que, por cierto, no desagrada a las grandes compañías aseguradoras, que saben que las grandes beneficiarias de un aumento de la regulación son ellas y que a ellas van a ir a parar buena parte de las enormes subvenciones previstas.
A todo esto, los estadounidenses se muestran, en todas las encuestas, mayoritariamente contrarios a la reforma impulsada por el presidente Obama.
¿Y quién paga todo esto?
Los cálculos del Congressional Budget Office hablan de un coste de 940.000 millones de dólares, cifra importante que será cubierta, según la Administración Obama, con subidas de impuestos para las rentas más altas, recortes de gastos superfluos y un incremento de la vigilancia de la corrupción. La realidad es que las rentas más altas son siempre las más capaces de encontrar el modo de escapar a ese tipo de medidas, y que la retórica de los gastos superfluos suele quedarse, pasado el momento de los discursos, en poco más que algunos cambios estéticos.
Lo cierto es que, por mucha retórica y buenas intenciones que se desplieguen, la presión fiscal aumentará.
La nueva agenda política
Hasta ahora hemos visto el impacto directo de la reforma, pero las consecuencias políticas son importantes por varios motivos:
Por supuesto, no la extensión de Medicare y Medicaid, algo que ya se había hecho en el pasado; tampoco lo de la cobertura de los hijos talluditos. Lo que hace diferente al Obamacare es que el Estado obliga a millones de ciudadanos a contratar un seguro sanitario; ellos no desean hacerlo, pero papá Estado, mucho más sabio y prudente que esa panda de inconscientes, ha considerado conveniente que lo hagan... y van a tener que hacerlo. El Estado te obliga a contratar un seguro médico, sí, pero luego te lo subvenciona, faltaría más. La guinda la pone el incremento de la burocracia: más regulación, más organismos, más control (como ha escrito Victor Davis Hanson, no se trata de la cobertura sanitaria, que podría reformarse con toda la prudencia del mundo, sino de aumentar el control del Estado sobre esa importante parcela de la vida y la economía de los norteamericanos). Algo que, por cierto, no desagrada a las grandes compañías aseguradoras, que saben que las grandes beneficiarias de un aumento de la regulación son ellas y que a ellas van a ir a parar buena parte de las enormes subvenciones previstas.
A todo esto, los estadounidenses se muestran, en todas las encuestas, mayoritariamente contrarios a la reforma impulsada por el presidente Obama.
¿Y quién paga todo esto?
Los cálculos del Congressional Budget Office hablan de un coste de 940.000 millones de dólares, cifra importante que será cubierta, según la Administración Obama, con subidas de impuestos para las rentas más altas, recortes de gastos superfluos y un incremento de la vigilancia de la corrupción. La realidad es que las rentas más altas son siempre las más capaces de encontrar el modo de escapar a ese tipo de medidas, y que la retórica de los gastos superfluos suele quedarse, pasado el momento de los discursos, en poco más que algunos cambios estéticos.
Lo cierto es que, por mucha retórica y buenas intenciones que se desplieguen, la presión fiscal aumentará.
La nueva agenda política
Hasta ahora hemos visto el impacto directo de la reforma, pero las consecuencias políticas son importantes por varios motivos:
– La oposición al Obamacare ha dado alas al Tea Party, el fenómeno político norteamericano de mayor trascendencia en la actualidad. Lo impensable hace dos años: cientos de miles de norteamericanos tomando las calles en contra de Obama, se ha hecho realidad.
– Las elecciones de noviembre marcarán el futuro del Tea Party, que probará en las urnas su capacidad movilizadora para derrotar a candidatos demócratas y apoyar a los candidatos republicanos que asuman sus planteamientos.
– La forma de aprobar la reforma sanitaria, después del accidente de la pérdida demócrata de Massachusetts, ha provocado una importante ruptura en los procedimientos habituales de hacer política en Estados Unidos.
La famosa reconciliación para evitar la vuelta del proyecto al Senado y la inexistencia del más mínimo consenso entre los dos grandes partidos (ni un solo voto republicano, y varias defecciones en las propias filas demócratas) pueden haber abierto un nuevo modo de aprobar las leyes que se aleja de los tradicionales, que hasta ahora habían funcionado aceptablemente bien. A esto se une la peligrosa retórica obamita, que recurre demasiado a "oportunidades históricas" que no pueden dejarse pasar y demoniza a quienes disienten, que quedan retratados como pérfidos e insensibles extremistas. Poco queda pues de la supuesta voluntad de Obama de tender puentes y apostar por el bipartisanship.
– Varios estados han llevado al Supremo la constitucionalidad de la reforma sanitaria aduciendo que vulnera los derechos de los estados y supone una injerencia del Estado federal. Si se tiene en cuenta el desarrollo del Estado federal a lo largo del siglo XX, es poco probable que estas reclamaciones prosperen, si bien mantendrán viva la discusión, al menos hasta noviembre.
La cuestión del aborto
Mención aparte merece la discusión sobre si el aborto debería incluirse en el Obamacare. La exigencia de los pro vida de no financiar con dinero público un solo aborto cristalizó en noviembre de 2009 en la enmienda Stupak-Pitts. El congresista Bart Stupak encabezó a un grupo de congresistas demócratas que anunciaron su negativa a votar la reforma si no se excluía el aborto. Cuatro meses después, Stupak y los suyos cedían a las presiones y se contentaban con una orden presidencial ejecutiva.
Podemos hacer una primera lectura positiva: Obama se ha visto obligado a firmar esa orden ejecutiva y, aunque no está nada claro que vaya a evitar efectivamente el pago de abortos con dinero público, las presiones pro vida no han sido del todo ineficaces. Pero, por otro lado, salta a la vista que no es lo mismo una ley, con toda su fuerza, que una orden presidencial, por su propia naturaleza con fecha de caducidad.
Al final, la combinación de presión y dinero para sus circunscripciones ha debilitado la posición pro vida entre las filas demócratas, que se han contentado con un parche: la orden presidencial puede ser rescindida en cualquier momento, pero la ley permanecerá. Se vuelve a constatar la debilidad de ciertas estrategias cortoplacistas, más interesadas en salvar la cara que en el impacto a largo plazo de las leyes (viene a la mente, inmediatamente, la estrategia, aquí en España, de la FERE en relación a Educación para la Ciudadanía: se han contentado con una carta personal del director general de Educación; al menos en Estados Unidos ha sido el presidente quien ha tenido que retratarse).
La reacción a lo que las bases pro vida han vivido como una traición por parte de Stupak no se ha hecho esperar, y ha echado por tierra las esperanzas de que emergiera un grupo de demócratas pro vida con credibilidad. En un sistema tan competitivo como el norteamericano, no es de extrañar que uno de los posibles rivales de Stupak en noviembre, hasta ahora con pocas posibilidades, haya lanzado una campaña centrada en el reciente comportamiento de aquél. Los mails que Dan Benisheck está enviando no dejan lugar a dudas, y en ellos se puede leer lo siguiente:
Mención aparte merece la discusión sobre si el aborto debería incluirse en el Obamacare. La exigencia de los pro vida de no financiar con dinero público un solo aborto cristalizó en noviembre de 2009 en la enmienda Stupak-Pitts. El congresista Bart Stupak encabezó a un grupo de congresistas demócratas que anunciaron su negativa a votar la reforma si no se excluía el aborto. Cuatro meses después, Stupak y los suyos cedían a las presiones y se contentaban con una orden presidencial ejecutiva.
Podemos hacer una primera lectura positiva: Obama se ha visto obligado a firmar esa orden ejecutiva y, aunque no está nada claro que vaya a evitar efectivamente el pago de abortos con dinero público, las presiones pro vida no han sido del todo ineficaces. Pero, por otro lado, salta a la vista que no es lo mismo una ley, con toda su fuerza, que una orden presidencial, por su propia naturaleza con fecha de caducidad.
Al final, la combinación de presión y dinero para sus circunscripciones ha debilitado la posición pro vida entre las filas demócratas, que se han contentado con un parche: la orden presidencial puede ser rescindida en cualquier momento, pero la ley permanecerá. Se vuelve a constatar la debilidad de ciertas estrategias cortoplacistas, más interesadas en salvar la cara que en el impacto a largo plazo de las leyes (viene a la mente, inmediatamente, la estrategia, aquí en España, de la FERE en relación a Educación para la Ciudadanía: se han contentado con una carta personal del director general de Educación; al menos en Estados Unidos ha sido el presidente quien ha tenido que retratarse).
La reacción a lo que las bases pro vida han vivido como una traición por parte de Stupak no se ha hecho esperar, y ha echado por tierra las esperanzas de que emergiera un grupo de demócratas pro vida con credibilidad. En un sistema tan competitivo como el norteamericano, no es de extrañar que uno de los posibles rivales de Stupak en noviembre, hasta ahora con pocas posibilidades, haya lanzado una campaña centrada en el reciente comportamiento de aquél. Los mails que Dan Benisheck está enviando no dejan lugar a dudas, y en ellos se puede leer lo siguiente:
Traición.
Es la única palabra que puedo usar para describir el juego de decepciones que nuestro congresista, Bart Stupak, ha jugado con los votantes del primer distrito para el Congreso de Michigan y de América.
Repetidamente nos dijo que no votaría el Obamacare porque no protegía al no nacido. Y luego lo ha hecho, cambiando en el último minuto. Junto con sus seguidores del Stupak Bloc, ¡ha dado a Nancy Pelosi los votos que necesitaba para conseguir que el gobierno controle totalmente nuestro sistema sanitario!
Más que nadie, Bart Stupak es el responsable de esta toma de control, con su imperdonable traición.
Cuando escribo estas líneas nos llega la noticia de que Stupak, probablemente viendo la que se le venía encima, ha renunciado a presentarse a las elecciones de noviembre y abandona el Congreso. Triste papel final para quien ha defraudado a tantos ciudadanos.
© Fundación Burke
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