Durante años, el veterano senador de Massachusetts ha defendido el apaciguamiento con Siria. Ha insistido en que Washington y Damasco tienen "intereses compartidos" que justifican el estrechamiento de las relaciones y abogado por el uso de la diplomacia y las finanzas para cortejar al régimen de Bachar el Asad y, a la vez, alejarlo de Irán y de la promoción del terrorismo. Kerry ha visitado reiteradas veces Damasco para seducir a Asad, y no hace mucho vaticinaba, confiado:
Siria va a moverse, Siria va a cambiar, a medida que entable una relación legítima con Estados Unidos y con el resto de Occidente.
Pero estos días, luego de que los tanques arramblaran zonas residenciales y la salvaje represión se aproximara al millar de muertos, Kerry despertaba por fin a la realidad. Reconocía que el dictador sirio, "evidentemente, ya no es un reformista", y que prolongar el diálogo con el sanguinario régimen de Damasco no tiene sentido.
No debería haberle costado tanto abjurar de su ilusa fe en la Casa Asad, pero al menos lo ha hecho. Kerry, pues, en este punto va por delante de la Casa Blanca.
"La característica definitoria de la respuesta de la Administración Obama a la revolución árabe ha sido su lentitud", editorializaba el mes pasado The Washington Post. Pues bien, en ningún caso ese retraimiento ha sido más acusado –o menos justificable– que en Siria.
En estos 40 años de dictadura de la familia Asad, Siria sólo se ha distinguido por su política exterior sociópata y su hostilidad sin tregua a Estados Unidos. Durante la Guerra Fría fue un socio fiable de la Unión Soviética; ahora es un aliado cercano de la brutal teocracia iraní. Mina y desestabiliza el Líbano, al que considera parte de la Gran Siria. Es un enemigo implacable de Israel. Apoya activamente a Hamás y a Hezbolá, las organizaciones terroristas más letales de Oriente Próximo. Viola los acuerdos de no proliferación nuclear, y con la ayuda de Corea del Norte construyó un reactor de plutonio. Y durante la guerra de Irak envió miles de yihadistas a matar soldados americanos.
Si un Gobierno merece el desprecio y la condena de América, ése es el sirio. Si un levantamiento popular merece el aliento americano, ése es el sirio. Pero la Administración Obama, que –tras tomarse, eso sí, su tiempo– presionó al egipcio Hosni Mubarak para que dimitiera y –también tarde– condenó la violenta represión de Muamar Gadafi en Libia, sigue mostrándose incoherente e indecisa ante los terribles desmanes de Asad.
En lugar de aprovechar una oportunidad histórica de salir en defensa del pueblo sirio, la Casa Blanca inventa excusas para quienes lo sojuzgan. Asad y su camarilla tienen la "oportunidad histórica" de asumir un "programa reformista", declaró la secretaria de Estado, HillaryClinton, a un periodista italiano el pasado día 6. "La gente está convencida de que hay un camino que seguir con Siria". ¿Espera la Clinton que alguien se crea eso? ¿Hay alguna posibilidad de que se lo crea ella misma?
Hasta la fecha, Estados Unidos ha respondido a las matanzas y detenciones masivas congelando las cuentas de unos cuantos funcionarios sirios, entre los que no se cuenta Bachar el Asad. "Asad podría ser el siguiente" en la lista de congelados, informó hace poco un oficial americano. Pero el dictador sabe que tiene pocos motivos para preocuparse. La Administración Obama no ha llamado a consultas a su embajador en Damasco ni expulsado al embajador sirio en Washington. El presidente aún no ha denunciado las atrocidades de Siria de la misma forma que denunció lo ocurrido en Libia. No es de extrañar, pues, que la portavoz de Asad quite importancia a las palabras de Washington sobre la crisis siria o que desprecie las tibias sanciones adoptadas contra Damasco.
Durante semanas, innumerables sirios han coreado en las manifestaciones: "Al-sha'ab yorid isqat al nizam", "el pueblo quiere ver caer al régimen", o sea. Denuncian públicamente la ilegitimidad del régimen que los tiraniza, y cada vez que lo hacen se juegan la vida.
No están pidiendo una intervención militar exterior. Pero sin duda tienen derecho al apoyo vigoroso y expreso del presidente de los Estados Unidos, al que por algo se le denomina líder del mundo libre. ¿Sabe Obama por qué? Si es que sí, ha llegado la hora de que lo demuestre.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.