Antonio Gramsci tenía razón: si se trabaja con la suficiente perseverancia en el campo educativo y cultural, el resto viene por añadidura. En este sentido, las izquierdas has sido consistentes, mientras que los defensores de la sociedad abierta esperan ilusionados que otros les resuelvan los problemas. Miran desde la platea qué ocurre en el escenario, y lo máximo que hacen –como si fuera un acto heroico de proporciones mayúsculas– es repartir boletas de los menos malos el día de las elecciones y comentar acaloradamente los resultados electorales como si hubieran sido actores principales de la contienda.
De este modo, poco a poco se corre el eje del debate hacia el estatismo, a contramano de los principios y valores alberdianos. Todos critican en la sobremesa, pero ni bien terminan de engullir los alimentos se dedican a sus arbitrajes personales, dejando espacios inmensos en el terreno educativo y el consiguiente debate de ideas. Sería cómico si no fuera dramático observar a estos personajes, con sus agendas congestionadas para cubrir sus vacíos existenciales, ir y venir en su siesta vital, anestesiados ante los peligros que se avecinan. Mezcla de complejo de culpa y cretinismo moral, son incapaces de contribuir a recapitular los fundamentos de nuestra Constitución fundadora. Eso sí, se llenan de escarapelas en las fechas patrias... sin saber de qué va el asunto.
Por fortuna, hay jóvenes que, muy meritoriamente, y muchas veces en situaciones económicas sumamente difíciles, se dedican a estudiar y difundir las bases de la libertad y el consecuente respeto recíproco. Esos casos de trabajo tan noble sin duda constituyen esperanzas fundadas que es de desear encuentren el suficiente respaldo moral y material.
El problema no es el matrimonio Kirchner; el problema es la desidia, la apatía y las telarañas mentales de muchos argentinos. Hoy, lo dicho se refleja en la situación imperante en la Cámara de Diputados: treinta y nueve bloques (veinte unipersonales), dos tercios de los cuales son abiertamente socialistas o kirchneristas; el resto, salvo alguna rara excepción, es más o menos redistribucionista y para nada cree en la definición de Juan Bautista Alberdi que resume el espíritu liberal: "¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra". El problema es entonces la suerte de la República; es indistinto quién la juega de Catilina.
Vana ilusión la de aquellos que celebran hoy la pérdida de la mayoría parlamentaria del kirchnerismo sin percatarse de que problema de fondo consiste en que desde hace sesenta años se viene produciendo un apartamiento cada vez más pronunciado de los preceptos que hicieron de la Argentina una de las naciones más prósperas del orbe.
© El Cato
De este modo, poco a poco se corre el eje del debate hacia el estatismo, a contramano de los principios y valores alberdianos. Todos critican en la sobremesa, pero ni bien terminan de engullir los alimentos se dedican a sus arbitrajes personales, dejando espacios inmensos en el terreno educativo y el consiguiente debate de ideas. Sería cómico si no fuera dramático observar a estos personajes, con sus agendas congestionadas para cubrir sus vacíos existenciales, ir y venir en su siesta vital, anestesiados ante los peligros que se avecinan. Mezcla de complejo de culpa y cretinismo moral, son incapaces de contribuir a recapitular los fundamentos de nuestra Constitución fundadora. Eso sí, se llenan de escarapelas en las fechas patrias... sin saber de qué va el asunto.
Por fortuna, hay jóvenes que, muy meritoriamente, y muchas veces en situaciones económicas sumamente difíciles, se dedican a estudiar y difundir las bases de la libertad y el consecuente respeto recíproco. Esos casos de trabajo tan noble sin duda constituyen esperanzas fundadas que es de desear encuentren el suficiente respaldo moral y material.
El problema no es el matrimonio Kirchner; el problema es la desidia, la apatía y las telarañas mentales de muchos argentinos. Hoy, lo dicho se refleja en la situación imperante en la Cámara de Diputados: treinta y nueve bloques (veinte unipersonales), dos tercios de los cuales son abiertamente socialistas o kirchneristas; el resto, salvo alguna rara excepción, es más o menos redistribucionista y para nada cree en la definición de Juan Bautista Alberdi que resume el espíritu liberal: "¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra". El problema es entonces la suerte de la República; es indistinto quién la juega de Catilina.
Vana ilusión la de aquellos que celebran hoy la pérdida de la mayoría parlamentaria del kirchnerismo sin percatarse de que problema de fondo consiste en que desde hace sesenta años se viene produciendo un apartamiento cada vez más pronunciado de los preceptos que hicieron de la Argentina una de las naciones más prósperas del orbe.
© El Cato