Al igual que tantos otros latinoamericanos, tuve que emigrar a Estados Unidos. En mi caso, para poder seguir expresando libremente mi opinión, algo que disgustaba profundamente a gobernantes "democráticos" venezolanos de los años 80. Fue entonces cuando aprendí, en carne propia, la inmensa diferencia entre "democracia" y "libertad".
Los políticos latinoamericanos suelen esconder sus decisiones tras un manto "democrático", como si el ganar una elección significara impunidad para pisotear derechos y despojar propiedades, premiando a los amigos y castigando a los enemigos. Además, con gran desparpajo manipulan, modifican o suspenden principios constitucionales que les resultan inconvenientes. Así, vemos que las constituciones latinoamericanas, lejos de proteger la libertad ciudadana del abuso de los poderosos, son más bien interminables listas de pseudoderechos inventados para lograr apoyo popular, lo cual da carta blanca a los gobernantes para planificar la economía en beneficio propio y de los sectores que los apoyan, mientras aplastan o arruinan a sus enemigos ideológicos.
Los resultados de tan trágica comedia de errores están a la vista:
– América Latina, que durante más de un siglo fue el gran imán que atraía a inmigrantes de Europa y Asia, mientras miles de ejecutivos y trabajadores extranjeros se quedaban a vivir en hermosas, seguras y encantadoras capitales como La Habana, Caracas y Buenos Aires, se ha convertido en una región de emigrantes en la que prevalecen la miseria y el desaliento. Los emigrantes latinoamericanos incluyen no solamente a los más pobres, también a los más educados, con mejor entrenamiento y mayores ambiciones, que no están dispuestos a que su éxito personal dependa de una regulación o de la decisión de un funcionario o un político.
– Aunque duela admitirlo, América Latina es la única región del mundo donde hay menos libertad hoy que hace 50 años. Nuestras malas "democracias" hacen más daño e imponen mayores ataduras al libre albedrío de la gente que las malvadas dictaduras militares de mediados del siglo XX.
Sólo si aceptamos esta realidad hay esperanza de cambiar el rumbo, y aquí relato un triste ejemplo. Entre 1927 y 1957 la economía venezolana creció un 10% al año, mientras la población crecía un 4%. Eso significó un crecimiento real similar al logrado por los Tigres asiáticos en décadas recientes. Entre 1950 y 1957 la economía venezolana creció un 87%, mientras que, en el mismo período, el "milagro" alemán, aclamado mundialmente, logró un crecimiento del 76%, 11 puntos por debajo. Estos impresionantes datos fueron recientemente citados por el economista Hugo Faría.
Lo ocurrido posteriormente en Venezuela es un milagro al revés. Nuestros políticos "democráticos" decidieron redistribuir la riqueza, para lo cual estatizaron la industria petrolera, destruyeron el valor de la moneda politizando el Banco Central y envilecieron el sistema judicial con la venta de sentencias al mejor postor, todo lo cual abrió las puertas al "socialismo del siglo XXI", donde Chávez, con todas las riendas del poder en sus manos, agudiza la reforma agraria, el control de cambios, los impuestos, la devaluación y los ataques a la propiedad y a la libre expresión mientras financia sus fantasías imperiales con el petróleo "nacionalizado", que supuestamente pertenece a todos los venezolanos.
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