Casi al momento de conocerse el resultado de las presidenciales norteamericanas, Mahmud Ahmadineyad envió una carta a Barack Obama. A diferencia de la larga carta que escribió a George W. Bush en mayo del 2006 (en la que mencionó a Jesús nueve veces y a Dios otras once, para terminar invitando a su corresponsal a servir a Alá), esta vez el presidente iraní menciona a Dios y a los profetas con contención y se abstiene de hacer proselitismo. No obstante, es muy probable que le rondaran consideraciones de orden teológico a la hora de redactarla.
Tal como el comentarista político iraní expatriado Amir Taheri ha señalado, en el siglo VII Alí ibn Abi Talib predijo que un hombre "negro [y] alto" al mando del "más grande ejército sobre la tierra" tomaría el poder en Occidente y portaría una "clara señal" del Tercer Imán, Hussein. En su profecía, Alí dijo de este personaje: "Los chiitas no deberían tener duda alguna de que está con nosotros". Daniel Pipes ha observado que, en árabe, "Barack Hussein" significa "la bendición de Hussein". Y Obama, en farsi, vale por "[él] está con nosotros". Así las cosas, el establishment clerical iraní podría pensar que este tipo de profecías podrían cumplirse con el ascenso de Obama al poder.
Si aquí está la razón del nuevo ejercicio epistolar iraní, es algo que está más allá de nuestro alcance determinar. Lo políticamente relevante es la existencia y el contenido de la carta, y las reacciones que ha suscitado.
Se trata de la segunda comunicación formal que Teherán cursa a Washington en 29 años. La carta, petulante, sermonea al próximo inquilino de la Casa Blanca: "La gente espera una respuesta clara e inmediata a la presión para el cambio fundamental en las políticas del Gobierno norteamericano (…) ése debiera ser el objetivo y la base de todos los programas y quehaceres de su Gobierno". Asimismo, le prescribe las áreas que habrán de ser objeto de su atención, desde la energía y el "servicio al pueblo" hasta la crisis económica y "imagen del país", pasando por la "erradicación de la pobreza y la discriminación" y el "respeto por los individuos, su seguridad y sus derechos".
En lo que puede interpretarse como una referencia a la cuestión nuclear, Ahmadineyad escribe: "Las naciones del mundo esperan un fin a las políticas basadas en la belicosidad, la invasión, el patoterismo, la chicana, la humillación de otros países por medio de la imposición de exigencias injustas y tendenciosas". Y atribuye a terceras partes lo que en realidad es un anhelo propio: "Quieren que el Gobierno norteamericano mantenga sus intervenciones dentro de los límites de sus propias fronteras". En una evidente alusión a los judíos norteamericanos, a los que sin embargo no menciona explícitamente, dice: "Espero que Ud. elija velar por los auténticos intereses del pueblo, la justicia y la equidad por sobre el apetito insaciable de la minoría egoísta". Por lo que hace a Israel, que acaba de cumplir su sexagésimo aniversario, afirma que en el Medio Oriente hay una "expectativa" de que las "acciones injustas" de los últimos "sesenta años" den lugar a una política que "estimule" los "derechos plenos" de todas las naciones, especialmente los de "las naciones oprimidas de Palestina, Irak y Afganistán". Después de ensalzar a su país como "gran constructor de civilización y buscador de justicia", Ahmadineyad concluye invocando a Dios y a los sagrados profetas y predicando "amor y afabilidad".
La carta iraní obligó a Obama a abordar la relación con Teherán durante su primera conferencia de prensa como presidente electo. En ella, el sucesor de Bush dijo que repasaría el texto de la misiva y que la respondería de la manera más apropiada. Asimismo, advirtió que el apoyo iraní al terrorismo debía cesar y aseguró que el desarrollo de armas nucleares por parte del régimen de los ayatolás era inaceptable. Todo esto motivó que el vocero del Parlamento iraní, y ex negociador en materia de asuntos nucleares, Alí Larijani, afirmara que Obama no se movía "en la dirección adecuada". Por su parte, el parlamentario conservador Ahmad Tavakoli aseguró que las "respuestas arrogantes" del norteamericano no servían a la dignidad del país.
La inoportuna misiva de Ahmadineyad, enviada el mismo día de la victoria de Obama, nos recuerda cuán inevitable será para la Administración demócrata lidiar con este espinoso asunto. El affaire ha motivado un debate entre los expertos. Robert Satloff ha observado que Washington mantiene cinco mega-relaciones en la región –con Israel, Egipto, Arabia Saudita, Turquía e Irak– interconectadas por la cuestión iraní, y afirma: "Resulta esencial una pronta definición de la política hacia Iránl". Por su parte, Patrick Clawson cree que Washington tratará con Teherán al menos para descomprimir la noción de que la ausencia de progreso se debe a la reticencia norteamericana a dialogar con la república islámica. Al mismo tiempo, advierte de que un acercamiento a Teherán reforzará la imagen de los duros ante la opinión pública iraní, cuando las presidenciales de junio están a la vuelta de la esquina, y generará intranquilidad tanto en los países del Golfo Pérsico como, obviamente, en Jerusalem. En cuanto a David Makovsky, sugiere que, aun si fracasaran unas tratativas con Irán, ello legitimaría el recurso a otras opciones.
En todo caso, Barack Obama tiene un amplio margen de acción. Su campaña se centró en la esperanza y el cambio. Como se ha comentado, Obama, por carecer de pasado, prometió el futuro. Para los estadounidenses, el cambio hacía referencia a la situación en Irak, el año pasado, y a la crisis financiera, en este 2008. En 2009, cambio podría significar cualquier otra cosa. Así las cosas, el nuevo presidente tendrá espacio para elegir a qué áreas aplicar el famoso cambio y a cuáles no.
Una buena política de Obama consistiría en mantener la decisión de no dialogar con Teherán, reforzar las hasta el momento débiles sanciones diplomáticas y respaldar las mismas con la amenaza críeble del uso de la fuerza en caso de que los ayatolás no cooperaran.
Cuando la república islámica haya cambiado de modales, Obama podrá enviar a Teherán una carta de agradecimiento.
JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino.