El hipócrita es una persona que simula afectos que no siente e indignaciones que no padece. Dice una cosa y hace otra en busca de su propio beneficio. No es un esquizofrénico, ni está confundido. Es un pillo moral.
Por ejemplo, Cristina Kirchner, la presidenta argentina. La dama se declaró herida en sus sentimientos democráticos por los sucesos hondureños, pero proviene de un partido, el peronista, que en las últimas dos décadas ha provocado irresponsablemente el fin anticipado de los únicos dos gobiernos no peronistas que los argentinos han conseguido elegir. Raúl Alfonsín, acosado por los peronistas, tuvo que tirar la toalla en 1989 siete meses antes de terminar su mandato. A Fernando de la Rúa le fue aún peor: abandonó el poder en 2001, huyendo en un helicóptero, dos años antes del fin de su gobierno, perseguido por la trituradora a la que pertenece el matrimonio Kirchner.
El ecuatoriano Rafael Correa no es diferente. Censura a los hondureños por librarse de Zelaya, pero debutó en la vida pública como ministro de un gobierno, el de Alfredo Palacio, que en abril del 2005 depuso al presidente legítimo, Lucio Gutiérrez, tras un conflicto entre el poder legislativo y el judicial que tiene más semejanzas que diferencias con lo sucedido en Honduras.
¿Y qué decir de Evo Morales? La gran especialidad de Morales es generar la ingobernabilidad en Bolivia. Con sus matones cocaleros interrumpía el tránsito, sitiaba ciudades y creaba conflictos violentos con dos propósitos fundamentales: desestabilizar el país y provocar víctimas. La estrategia le dio resultado: desestabilizó Bolivia, murieron varias docenas de personas en los motines callejeros y el Congreso, acobardado hasta el pánico, hizo renunciar a Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre del 2003, quien tuvo que marchar al exilio junto a Carlos Sánchez Berzaín, su ministro más destacado.
¿Y Daniel Ortega? Este hombre, que no tiene la menor convicción democrática, que fue un dictador durante su primer periodo sandinista –culminado con el saqueo de medio país conocido como La Piñata–, con centenares de muertos en su conciencia (es un decir), y que en el segundo, para tratar de perpetuarse en el poder, recurre al fraude electoral, al chantaje, al soborno y a la intimidación (o al asesinato, si vamos a creer la opinión del hijo del alcalde de Managua, Alexis Argüello, supuestamente suicidado), se permite rasgarse las vestiduras ante la deposición de Mel Zelaya por el Congreso de Honduras.
¿Y Raúl y Fidel Castro? ¿Se imagina el lector hasta dónde puede llegar la hipocresía? Una pareja de dictadores que lleva la friolera de medio siglo detentando el poder en Cuba, donde sólo hay un partido político y la división de poderes es una broma macabra; pues resulta que no pueden aceptar la afrenta a la democracia que significa la salida del poder de Mel Zelaya como consecuencia de una decisión del Tribunal Supremo hondureño, luego refrendada por el Congreso hondureño, por violar severamente la Constitución de Honduras.
Pero quien se lleva la palma de la hipocresía es Hugo Chávez. El coronel que en 1992 intentó matar al presidente legítimo de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, y dar un golpe militar, asonada que dejó cientos de cadáveres en las calles de Caracas, mientras hoy persigue y encarcela a sus enemigos ideológicos, califica de "asquerosa" la política estadounidense de respetar la voluntad de los hondureños expresada en los comicios del día 29 y en la posterior votación del Congreso.
Afortunadamente, no todos los gobernantes hispanoamericanos han sido hipócritas. Álvaro Uribe, Ricardo Martinelli y Alan García tuvieron el valor de colocarse bajo la autoridad de la verdad y el sentido común. Pero el que otra vez fue más lejos fue el costarricense Oscar Arias: de la misma manera que en Trinidad, hace unos meses, tuvo la hidalguía de renunciar al victimismo y explicar que los latinoamericanos somos los principales causantes de nuestros propios males, en esta cita de Estoril recordó a Lula da Silva –otro hipócrita de tomo y lomo– que no es coherente abrazarse con Ahmadineyad o reconocer las elecciones en Irak y Afganistán y negar a los hondureños la oportunidad de una salida pacífica a su crisis política.
Bienaventurados los sinceros y los que aborrecen la hipocresía, porque de ellos será el reino de los cielos. Esto no lo dijo Mateo. Soy yo quien lo afirma.
Por ejemplo, Cristina Kirchner, la presidenta argentina. La dama se declaró herida en sus sentimientos democráticos por los sucesos hondureños, pero proviene de un partido, el peronista, que en las últimas dos décadas ha provocado irresponsablemente el fin anticipado de los únicos dos gobiernos no peronistas que los argentinos han conseguido elegir. Raúl Alfonsín, acosado por los peronistas, tuvo que tirar la toalla en 1989 siete meses antes de terminar su mandato. A Fernando de la Rúa le fue aún peor: abandonó el poder en 2001, huyendo en un helicóptero, dos años antes del fin de su gobierno, perseguido por la trituradora a la que pertenece el matrimonio Kirchner.
El ecuatoriano Rafael Correa no es diferente. Censura a los hondureños por librarse de Zelaya, pero debutó en la vida pública como ministro de un gobierno, el de Alfredo Palacio, que en abril del 2005 depuso al presidente legítimo, Lucio Gutiérrez, tras un conflicto entre el poder legislativo y el judicial que tiene más semejanzas que diferencias con lo sucedido en Honduras.
¿Y qué decir de Evo Morales? La gran especialidad de Morales es generar la ingobernabilidad en Bolivia. Con sus matones cocaleros interrumpía el tránsito, sitiaba ciudades y creaba conflictos violentos con dos propósitos fundamentales: desestabilizar el país y provocar víctimas. La estrategia le dio resultado: desestabilizó Bolivia, murieron varias docenas de personas en los motines callejeros y el Congreso, acobardado hasta el pánico, hizo renunciar a Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre del 2003, quien tuvo que marchar al exilio junto a Carlos Sánchez Berzaín, su ministro más destacado.
¿Y Daniel Ortega? Este hombre, que no tiene la menor convicción democrática, que fue un dictador durante su primer periodo sandinista –culminado con el saqueo de medio país conocido como La Piñata–, con centenares de muertos en su conciencia (es un decir), y que en el segundo, para tratar de perpetuarse en el poder, recurre al fraude electoral, al chantaje, al soborno y a la intimidación (o al asesinato, si vamos a creer la opinión del hijo del alcalde de Managua, Alexis Argüello, supuestamente suicidado), se permite rasgarse las vestiduras ante la deposición de Mel Zelaya por el Congreso de Honduras.
¿Y Raúl y Fidel Castro? ¿Se imagina el lector hasta dónde puede llegar la hipocresía? Una pareja de dictadores que lleva la friolera de medio siglo detentando el poder en Cuba, donde sólo hay un partido político y la división de poderes es una broma macabra; pues resulta que no pueden aceptar la afrenta a la democracia que significa la salida del poder de Mel Zelaya como consecuencia de una decisión del Tribunal Supremo hondureño, luego refrendada por el Congreso hondureño, por violar severamente la Constitución de Honduras.
Pero quien se lleva la palma de la hipocresía es Hugo Chávez. El coronel que en 1992 intentó matar al presidente legítimo de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, y dar un golpe militar, asonada que dejó cientos de cadáveres en las calles de Caracas, mientras hoy persigue y encarcela a sus enemigos ideológicos, califica de "asquerosa" la política estadounidense de respetar la voluntad de los hondureños expresada en los comicios del día 29 y en la posterior votación del Congreso.
Afortunadamente, no todos los gobernantes hispanoamericanos han sido hipócritas. Álvaro Uribe, Ricardo Martinelli y Alan García tuvieron el valor de colocarse bajo la autoridad de la verdad y el sentido común. Pero el que otra vez fue más lejos fue el costarricense Oscar Arias: de la misma manera que en Trinidad, hace unos meses, tuvo la hidalguía de renunciar al victimismo y explicar que los latinoamericanos somos los principales causantes de nuestros propios males, en esta cita de Estoril recordó a Lula da Silva –otro hipócrita de tomo y lomo– que no es coherente abrazarse con Ahmadineyad o reconocer las elecciones en Irak y Afganistán y negar a los hondureños la oportunidad de una salida pacífica a su crisis política.
Bienaventurados los sinceros y los que aborrecen la hipocresía, porque de ellos será el reino de los cielos. Esto no lo dijo Mateo. Soy yo quien lo afirma.