La Forleo argumentó en su jerigonza de 69 páginas que los terroristas "actuaban contra la ocupación, y por lo tanto se trata meramente de guerrilleros", y por ello incluso revocó la orden de prisión preventiva contra aquellos. Sin mayores estridencias, podríamos agregar este exceso a la lista de gestos suicidas de una parte de Europa que permanece ciega ante la índole del agresor. Pero cabe detenerse en el veredicto, porque refleja en buena medida la difundida distorsión de valores cuyo único criterio para juzgar el terrorismo es la identidad de la víctima.
El parámetro no es intrínsecamente vil, pero adolece del problema de la subjetividad que termina por nublar el buen razonamiento.
Las situaciones que pueden catalogarse como "ocupación" varían según las circunstancias y las opiniones políticas de quien juzgue, ya que no toda ocupación es el resultado de un impulso agresivo o explotador. No lo fue la de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, ni lo son hoy la holandesa de Curaçao o la danesa de Groenlandia.
Pero a magistrados como Forleo todo les parece objetivo. Invocando la Convención Global sobre Terrorismo de la Naciones Unidas de 1999, la jueza sostuvo que "la línea divisoria entre la actividad guerrillera y el terrorismo se deduce casi unánimemente de la doctrina internacional", y advirtió de que no debe tildarse de terrorista "todo acto violento" para no menoscabar el "derecho de la gente a la autodeterminación e independencia". Lo que soslayó es que esos dos valores no tienen que ver con cuán extranjero es el régimen que gobierna, sino con cuán brutal y totalitario es.
Su sentencia implica que Irak hoy se halla más lejos de la "autodeterminación" que durante los tenebrosos días de Sadam Husein. Y he aquí el nudo gordiano de su error.
Durante la dictadura de Videla en Argentina, miles (quizás decenas de miles) de personas fueron "desaparecidas" y asesinadas sin juicios ni, siquiera, inculpaciones. Aun en casos extremos como ése la resistencia habría sido inapropiada para quien cuando juzga elude el parámetro del grado de violación de derechos humanos y lo reemplaza por el grado de presencia de fuerzas extranjeras.
Bien lo entendieron los políticos italianos que reaccionaron airadamente ante el fallo. El ministro Maurizio Gasparri lo calificó de "extremadamente erróneo" y solicitó que el Consejo Superior de la Magistratura "castigara" a "los jueces culpables". El ministro de justicia, Roberto Castelli, dio inicio a una investigación disciplinaria por posible negligencia de la Forleo. Un tercer ministro, Roberto Calderoli, adujo que la decisión de la jueza "le revuelve el estómago", porque "ha legitimado al terrorismo haciéndolo pasar por guerra de guerrillas", e invitó a Forleo a mirar videos de las decapitaciones televisadas.
No creo que éstas logren conmoverla, porque la jueza en cuestión forma parte de una corriente que nunca da señales de arrepentimiento. Ni el sadismo más extremo los perturba, en la medida en que se descargue "con corrección política" contra la víctima aceptable. La magistrado ha iniciado juicio por difamación a los políticos que se atrevieron a cuestionarla.
Algún lector puede suponer que mi condición de israelí me hace especialmente sensible a fallos como el referido. En efecto, admito que así es.
Confesión de un "blanco legítimo"
Crispando los dientes, los israelíes fuimos habituándonos a que cada vez que volaba en pedazos un ómnibus que transportaba escolares judíos los corresponsales de medios europeos se limitaran a balbucear palabras de empatía… para con la "resistencia suicida". Hemos debido digerir que, después de que se perpetrara un asesinato deliberado de niños, se levantaran los dedos acusadores… contra la víctima, "por la ocupación".
Que la guerra en Oriente Medio preceda en décadas a "la ocupación" no importaba, ni el que Israel siempre haya deseado terminar con ella de un modo pacífico. No se puede, nos respondían, "por la ocupación". La grotesca jaculatoria ocupó radios, diarios y televisiones.
Un ejemplo de la aberración se produjo, cuando hace exactamente un año (2-5-04), fueron asesinadas una mujer embarazada y de 34 años, Tali Hatuel, y sus cuatro hijas: Hila (11 años), Hadar (9), Ron (7) y Merav (2). Los dos terroristas dispararon contra el automóvil de la familia; cuando lograron detenerlo se acercaron, y desde unos centímetros de distancia remataron a las niñas, una por una.
El corresponsal de ABC en Israel narró el atentado sin utilizar ni una vez la palabra "terroristas". Los asesinos eran en su crónica "atacantes", "milicianos" y "comando". Las víctimas sí merecieron un epíteto que despierta rechazo: el titular las llamaba "una colona y sus hijas", y el lector se enteraba de que "Tali Hatuel, colona judía, se oponía con fuerza y determinación al plan unilateral de desconexión de Ariel Sharon".
El empeño de Juan Cierco disipaba dudas sobre quién provocaba la "violencia". De la mujer asesinada no sólo se explicitaba que era judía (y para colmo colona), además el corresponsal se las había ingeniado para medir la oposición de la mujer ("con fuerza y determinación"), pero nunca la sed de sangre de los terroristas.
Omitió que Ron Hatuel, de siete años, no había concluido los deberes de la escuela, y que Merav Hatuel, de dos años, probablemente se había hecho pis encima, y que seguramente algo tienen estas judías que provocaban la desesperación del comando miliciano.
Además de la aquiescencia para con el terrorismo, hay otro medio para vaciar el concepto de su contenido: consiste en relativizarlo tanto que "un poco terrorista fue Osama en las Torres, y otro poco Bush en Afganistán; un poco Arafat y un poco Israel..." Así, todos terminamos siendo terroristas –y por lo tanto nadie lo es.
No hace falta ser profesor de la Complutense para entender qué es el terrorismo y cuál debe ser el criterio para justipreciarlo: la actuación que tiene como objetivo asesinar al mayor número posible de civiles, y jactarse de ese asesinato masivo. El parámetro sensato para definir el terrorismo no alude a la identidad de la víctima, sino al objeto de la violencia. Matar deliberadamente civiles, tantos como sea factible, es terrorismo puro, y como tal debe ser condenado.
Pero, para cierta prensa, cuando el terrorismo es antijudío pasa a denominarse "resistencia legítima" o, en el mejor caso, "guerrilla" o "militancia", y merece como tal cierta comprensión. Cuando es antiiraquí se presume que su móvil es la autodeterminación; cuando es antiamericano deberá de ser por la independencia.
La jueza Forleo lo personifica. No le importa a quién se mata, sino quién gobierna. Y tampoco entra a dirimir qué tipo de monstruo gobierna, siempre y cuando sea un monstruo local, como Idi Amín en Uganda o los Saúd en el mar del petróleo.
Los iraquíes en particular, y los árabes en general, para cierta corriente parecen carecer del derecho fundamental a vivir en libertad. Cuando se los auxilie desde fuera a abatir a sus opresores se habrá transgredido el principio fundamental que suele obsesionarlos, y el blanco legítimo de la "resistencia" debería ser no el tirano, sino quien se le opuso.
Otro político italiano, Federico Bricolo, arribó a la inevitable conclusión de que "los terroristas islámicos en Italia designarán a esta jueza como su protectora". El islamismo puede seguir matando y celebrarlo, porque entre sus víctimas siempre encontrará a quienes defiendan la "guerrilla" liberadora.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento) y España descarrilada (Inédita Ediciones).