Unas madres, las que querían reencontrar los cuerpos de sus hijos, a los que sabían muertos desde hacía mucho, dijeron que sí. Hebe de Bonafini dijo que no, que vivos se los habían llevado y vivos los querían, cosa a todas luces delirante, puesto que esos desaparecidos no existían, y menos aún vivos. Pero ése fue el comienzo de un gran negocio político de victimotecnia. Como dicen los emprendedores, y nunca mejor dicho, la señora encontró un nicho de mercado.
En el programa de Neustad, al arquitecto Bonafini –nadie negó que lo fuera– dijo que sus hijos vivían y que estaban en Francia. Y nunca más se supo de él ni de sus descendientes. ¿Por qué esos muchachos, que ya deben de ser mayores, nunca se presentaron en un juzgado francés para hacer valer sus nombres y pedir ser retirados de las listas de la Conadep? ¿Por qué ningún otro miembro de la familia dio nunca la cara en ese sentido? ¿O es que el arquitecto Bonafini mintió, los hijos estaban desaparecidos y actuó movido por el odio hacia su exesposa? Por último, ¿era aquel hombre el marido perdido de la Bonafini? La sospecha, al menos, se extendió, y nadie olvidó aquella entrevista, pero tampoco volvió a mencionarla.
Las Madres se dividieron en Madres Línea Fundadora, que son las que reclaman y exhuman y localizan y entierran a sus muertos, y las Madres de Plaza de Mayo, el gran circo de la señora Bonafini, que tiene libre entrada en la Casa de Gobierno. Primero instalaron la Universidad de las Madres, en las que dio clases toda la izquierda reaccionaria de la nación. Sobre, naturalmente, temas sociales, y mucha memoria histórica. Nada que contribuyera a resolver el conflicto latente desde los años setenta en la sociedad argentina, entre unas víctimas que no están y unos militares que han dejado de tener ejército.
Bonafini es castrista, chavista, proetarra y filoislamista, lo que mueve a presuponer que, por consecuencia implícita, sea también antisemita. Es tan ignorante que, en el 11-S, mientras Fidel Castro daba sus condolencias al pueblo americano, ella hacía declaraciones en la misma ciudad, La Habana, en el sentido de que aplaudía a esos heroicos "hombres y mujeres" que habían cometido el atentado, sin que ninguno de sus acólitos le señalara que mujeres no había, no podía haber.
Los hermanos Sergio y Pablo Schoklender mataron a sus padres hace treinta años, en 1981. Fueron juzgados, condenados y enviados a la cárcel. Cumplieron sus penas y salieron en libertad. Primero, Sergio. Pablo tardó algo más en ser liberado. En el ínterin, Sergio se acercó a Madres y fue adoptado como hombre de confianza total de la Bonafini, cabría decir que prohijado por ella. Rara relación de una madre con los hijos perdidos –por secuestro o por desaparición voluntaria– con un parricida. Pero los que alguna vez militamos en aquellas izquierdas armadas sabemos que el número de psicópatas es alto, en proporción a la sociedad general. Seguramente la seguridad de doña Hebe está compuesta por muchos antiguos militantes y sucesores, no todos de Montoneros y creo que ninguno de ERP, pero sí algunos de las efímeras filas de la Triple A de López Rega; ahora, D'Elía y otros organizadores del lumpen han logrado la fusión de la ultraderecha y la ultraizquierda peronistas en una unidad de acción piquetera, de esquiroles, de pegadores en manifestaciones y actividades varias de las márgenes.
Schoklender es un tipo con ideas comerciales y sociales. Las primeras tal vez se deban a la herencia de su padre, importante negociador de armas en tiempos de la dictadura. Las segundas, al nicho de la Bonafini. Que no tardó en extenderse, de la mano del joven osado, de la Universidad al mundo de la vivienda social, en el que acaba de pincharse su particular burbuja. Porque no se trata de la burbuja general, de los bancos y las hipotecas y las constructoras, sino de algo más marginal, pero que ha producido pingües beneficios a este hombre que goza de coches modernísimos, de avión y barcos privados, de lujosas casas, etc.: dinero de los pobres, en cuotas misérrimas, con la esperanza de tener algo, y subvenciones, muchas subvenciones.
La cosa, la estafa, deja a muchos pobres y al Estado más pobres.
Es deleznable, pero es natural. Es el producto más acabado del atrasismo K, una cumbre de esa tendencia tan difundida. Esto es lo que pasa. Ni siquiera me desgarro las vestiduras, ni grito, ni califico. Los gobiernos K fueron hacia esto. Lo tienen. Los peronistas no saben que no son Perón.