El resultado de la misma fue en muchos casos el aislamiento internacional de Israel, que ya ha superado el difícil ostracismo y actualmente mantiene relaciones amistosas con más de 150 países.
Desafortunadamente, los gobiernos europeos se alinearon mayormente tras el mito de la "causa palestina", que nunca dejó de ser un eufemismo para camuflar la destrucción de Israel. A partir de la guerra que el islamismo ha desatado, algunos indicios permiten discernir que la antipatía europea disminuye, y que las democracias perciben a la israelí como una aliada natural. Justamente en estos días, y hasta mediados de julio, Israel participa por primera vez en un ejercicio militar conjunto de la OTAN. El ejército hebreo es uno de entre los de diez naciones europeas que están entrenando submarinos en el golfo italiano de Taranto.
Pero el antiisraelismo no fue desalojado de la política europea, agravado por una creciente inmigración islámica en el continente y por la dependencia del petróleo árabe.
Esos tres factores no tienen el mismo vigor en las dos grandes potencias que flanquean a Europa, por lo que en éstas Israel puede cifrar esperanzas más realistas. Los Estados Unidos son un aliado real y concreto del Estado judío, y China es un gran socio por cultivar.
La semana pasada ambas potencias se hicieron presentes en la capital israelí, cuando en un mismo día (19-6-05) sus jefes de Exteriores, Condoleezza Rice y Li Zhaoxing, mantuvieron sendas reuniones con el Gobierno hebreo en Jerusalén. La coincidencia de las visitas es simbólica, porque en estos días Israel se ha enmarañado en el dilema de cómo proteger su amistad con ambos países.
Las relaciones diplomáticas sino-hebreas se establecieron en 1992 y fueron estrechándose en poco tiempo, hasta que una crisis las entibió en 2002; una crisis parecida a la que acechó en estas semanas. A primera vista es difícil imaginarse dos naciones más diferentes entre sí que la tierra del oso panda y la de la leche y la miel. El territorio israelí cabe cuatrocientas veces en el chino, y China es doscientas veces más populosa. Un país es el corazón del Asia; el otro, un puente entre Occidente y Oriente.
Sin embargo, abundan las características comunes. La primera es la antigüedad: ambas naciones tienen una historia de cuatro milenios o más, casos únicos de perseverante pertenencia nacional tan remota. Además, ambas identidades fueron redefinidas casi simultáneamente: en 1948 el moderno Israel, en 1949 la moderna China. En un mundo que se inclina por las lenguas occidentales, las dos naciones son fieles a sus respectivos idiomas antiguos, de singulares grafías. La renovación del hebreo bíblico en tiempos modernos puede hallar su paralelo en la simplificación china del antiguo mandarín.
Una semejanza menos feliz es que la historia de uno y otro pueblo está saturada de sufrimiento y persecuciones. El siglo XX llevó esta experiencia a un nadir, perpetrado por países que conformaban el Eje agresor: tanto Auschwitz como la Violación de Nanjing maculan la conciencia moderna.
Cabe agregar que China es frecuentemente mencionada como el único país en el mundo en el que no hubo ninguna expresión de judeofobia.
Si se omiten las notables diferencias políticas, se reparará en que tanto China como Israel se han visto beneficiadas por la modernización de sus respectivas economías. El modelo sobre el cual los padres fundadores Mao Zedong y Ben Gurión concibieron la economía estaba orientado hacia el Estado, pero desde fines de los años 70 ambos Estados abrieron exitosamente sus economías al mercado libre.
Éstas y otras propiedades permiten consolidar sin tropiezos la amistad sinoisraelí, pero el reencuentro se vio perjudicado cuando un contrato firmado entre los dos países en julio de 2000 fue unilateralmente rescindido por Israel.
Entre dos gigantes
Israel había vendido a los chinos cuatro aviones modelo Falcon (que incluye el sistema AWAC de radar para monitoreo temprano) por un costo unitario de 250 millones de dólares. Un poco antes de que la entrega se materializara EEUU vetó la transacción e Israel debió disculparse ante los chinos y negociar con ellos una compensación (15-2-02), que terminó siendo de 350 millones.
Con todo, el proceso negociador desgastó las relaciones. En ese año se celebraba la primera década desde su establecimiento, y en el banquete que ofreció el Ministerio de Exteriores chino en Pekín se sirvió deliberadamente cerdo, a fin de ostentar el malestar ante los israelíes (la comida es una de las expresiones más vitales de la cultura china).
El enfado no se circunscribió a lo gastronómico. El presidente Jiang Zemin se sumó al apoyo europeo a la sangrienta Intifada palestina. Era el mismo Zemin que dos años antes había visitado Israel por cinco días para consolidar la pujante amistad y quien, durante esa visita, sugirió que se organizara en China una exposición sobre Albert Einstein.
La exhibición duraría cuatro meses e iba a presentarse en cinco ciudades chinas, pero como su realización coincidió con el año del enfriamiento por la compraventa anulada ni siquiera Einstein escapó ileso.
El Gobierno chino exigió que se retiraran de la muestra dos menciones: que el máximo físico había sido judío y que su militancia sionista le valió el ofrecimiento de la presidencia del Estado hebreo. Israel no estuvo dispuesto a avenirse a tal censura y canceló la exposición (29-7-02).
Desde entonces las relaciones fueron reencauzándose felizmente, y otra vez gozan de la calidez que las caracterizó hasta la crisis del Falcon, aunque esta semana parecieron trastabillar una vez más. EEUU volvió a exigir de Israel un detalle de sus ventas al gigante asiático. Bryan Whitman, del Departamento de Defensa de EEUU, hizo pública su "preocupación por la transferencia de equipamiento y tecnología israelíes a China", que eventualmente pudieran ser utilizados contra Taiwán. Esta vez la advertencia se refería a los aviones sin piloto Harpy Killer.
De acuerdo con el diario israelí Haaretz (12-6-05), EEUU ha llegado a reconsiderar la suspensión de programas de cooperación con la Fuerza Aérea Israelí.
El canciller chino en Jerusalén obvió toda mención del tema, en lo que se entendió como una discreta evidencia de que esta vez la controversia había sido resuelta armoniosamente.
Esta vez no se sirvió cerdo: Li Zhaoxing jugó ante las cámaras un partido de ping-pong con su colega israelí, Silván Shalom, mientras ambos lucían constantes sonrisas y una remera decorada con las banderas de ambos países. Parece que finalmente China no resultó perjudicada por la intervención norteamericana (además, Li venció a Shalom 11 a 8, y recordemos que ganarle a un chino al ping-pong... eso sí puede desatar una crisis).
Aunque el apogeo económico de China ha generado un aumento del 35% en su importación de petróleo, ello no parece mellar los sentimientos de simpatía del pueblo chino hacia el judío. Al autor de estas líneas le ha tocado verificarlo en muchas conferencias en universidades y escuelas chinas, en las que los estudiantes, en contraste con los europeos, no sienten temor de expresar su comprensión y cariño por Israel.
Esa circunstancia hace de Israel, a pesar de su pequeñez, una nación idónea para tender puentes entre los dos gigantes, de los que geográficamente equidista.
Aunque a los israelíes nos queda claro que nada puede hacerse que ponga en riesgo la proverbial amistad de EEUU, el futuro bien observado incluye indudablemente al país de Confucio.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).