Al igual que Mubarak, Saleh, Ben Alí y Gadafi, el presidente sirio está haciendo frente a una población sublevada. A diferencia de ellos, él puede masacrar a unas 9.000 personas, arrestar a cerca de 200.000, colocar minas en zonas fronterizas para castigar a quienes huyen de la represión, atacar campos de refugiados en países vecinos, torturar a los niños y negar asistencia médica a los heridos, entre otras barbaridades. Lejos de considerarlo parte del problema, la familia de las naciones parece ponderarlo como parte de la solución a la crisis que él mismo creó y salvajemente perpetúa.
El último diciembre, la Liga Árabe designó a Mustafá al Dabi, un general sudanés acusado de cometer crímenes de guerra en su país, como jefe de una delegación árabe que tenía por objetivo evaluar sobre el terreno la situación en Siria. Al cabo de unas semanas de monitoreo infructuoso, la comitiva abandonó el país y la violencia siguió su curso.
En marzo, la misma Liga Árabe convocó al ghanés Kofi Annan para que mediara ante Damasco. Annan, como bien sabe, fue secretario general de las Naciones Unidas, con quien compartió el Nobel de la Paz en 2001. Tiene una vasta experiencia como negociador internacional, si bien una mirada cuidadosa de su desempeño arroja un balance poco impresionante o incluso calamitoso.
En el tiempo en que encabezó el Departamento de Operaciones de Paz de la ONU tuvieron lugar dos matanzas descomunales completamente evitables. Así, en 1994 fue advertido por el comandante de las fuerzas de mantenimiento de la paz en Ruanda, el general Romeo Dallaire, de que en el país africano proliferaba armamento que podría emplearse en una pavorosa carnicería; de hecho, solicitó permiso para efectuar confiscaciones. Annan se negó. Tiempo después, milicias hutus atacaron a la minoría de los tutsis: el genocidio se cobró unas 800.000 víctimas.
En 1995, el departamento que dirigía Annan tenía la misión de proteger el enclave de Srebrenica, una de las seis zonas declaradas seguras por la ONU. Se trataba de áreas poblavas por bonios musulmanes y rodeadas de serbo-serbios. Cuando éstos empezarona atacar a aquéllos, las tropas de la ONU no intervinieron. Para cuando los serbios se retiraron, 8.000 bosnios habían sido asesinados.
Dos años más tarde, en 1997, Annan fue ascendido a secretario general de la referida organización. Bajo su mandato (1997-2006) tuvo lugar otra crisis humanitaria fenomenal. En 2003, la población negra de la región sudanesa de Darfur se levantó contra el Gobierno de Jartum, árabe, que respondió armando y dando soporte a las tristemente célebres milicias janjauid. El drama de Darfur se cobró unas 200.000 vidas y el desplazamiento de unos dos millones de personas, sin que la ONU hiciera nada al respecto.
Por otro lado, Annan fue el responsable de la puesta en marcha del programa Petróleo por Alimentos, diseñado en 1996 para dar ayuda humanitaria al pueblo iraquí ant las sanciones internacionales que pesaban sobre el régimen de Sadam Husein. El programa se mantuvo hasta el derrocamiento del dictador baazista, en 2003; durante todo ese tiempo Husein se sirvió del plan ante las narices del ghanés: compró armas, se dio gustos lujosos, ofreció recompensas a familiares de terroristas suicidas palestinos... El hijo de Kofi, Kojo, se vio envuelto en la polémica cuando trascendió que la compañía suiza para la que trabajaba fue contratada por la Secretaría General para realizar tareas de inspección (bien remuneradas) en Irak.
El ex secretario general acudió a Damasco en 2006, luego del cese de las hostilidades entre el Ejército israelí y el movimiento libanés Hezbolá. Bashar al Asad le prometió que no permitiría que llegara armamento al Líbano desde Siria. Promesa que, por supuesto, no cumplió. Se estima que, desde entonces, Hezbolá, patrocinada por Irán, ha duplicado su arsenal de cohetes y misiles.
En cuanto a la crisis siria, Annan ha presentado un plan de seis puntos que fue aceptado, aunque sólo parcialmente ejecutado, por Damasco. Su propuesta contiene elementos positivos, pero falla en no pedir la salida y procesamiento de Asad, así como en no ofrecer un esquema de transición. Que China, Rusia e Irán lo hayan aplaudido es significativo.
Quizás no sea realista esperar que Annan, hoy como ayer, cuando dirigía la ONU, resuelva algunos de los más graves problemas del mundo. Su propuesta siria podría llegar a funcionar, pero sus antecedentes poco gloriosos han de servirnos de alerta sobre las consecuencias potenciales de sus gestiones.