Su puesta en escena (pues sus intervenciones públicas traspasan el mero discurso y se enmarcan en la teatralización de sus consignas) consistió en insultar al presidente de los Estados Unidos de América en su propia tierra; le llamó "diablo", "tirano" e "imperialista", y dijo que "no le haría mal un psiquiatra".
"Ayer vino el diablo aquí", afirmó el líder venezolano desde la tribuna de la ONU, instantes antes de persignarse, ante las risas de los presentes. "En este lugar huele a azufre todavía". Chávez continuó con sus ofensas al día siguiente, durante una visita al barrio neoyorquino de Harlem, donde se refirió al presidente Bush como "un alcohólico, un hombre enfermo y acomplejado" que "camina como John Wayne". Estos exabruptos, hechos a medida para la audiencia antinorteamericana, calan tan bien entre los seguidores de Chávez –esos militantes de la inmadurez– que una simple referencia del revolucionario de Venezuela es suficiente para disparar al
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"Chávez no es serio", aseveró cierta vez Rosendo Fraga; "pero el fenómeno Chávez sí lo es", agregó. Efectivamente, y desde su ascenso al poder, el buscapleitos de Caracas ha estado forjando una alianza con cuanto extremista antiestadounidense habita en el globo, comenzando con su colega el dictador cubano y finalizando (por ahora) con su nuevo hermano de armas, el neonazi iraní Mahmud Ahmadineyad. En los últimos meses visitó Moscú, Pekín, Bali, Kuala Lampur, La Habana y Teherán; fue en esta última capital donde comparó a Israel con Hitler y abrazó al incitador al genocidio que tiene como presidente la República Islámica de Irán.
Chávez ha ofrecido su país como base misilística contra EEUU, tal como Fidel Castro había servido a Nikita Kruschev durante la crisis de los misiles de los años 60, se ha puesto a fabricar fusiles Kalashnikov en su tierra y ha expresado deseos de nuclearizar Latinoamérica. Además, patrocina varias agrupaciones guerrilleras de la región y cada vez más regularmente fomenta la inestabilidad regional.
Con un Fidel Castro enfermo, Hugo Chávez pudo colocarse como el líder carismático durante el último encuentro del Movimiento de Países No Alineados, celebrado en Cuba el mes pasado. Chávez aprovechó la ocasión para cultivar apoyos a la candidatura de su país a un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Entre los países que ya le dieron el sí figuran Irán, Siria, Malasia, Cuba, Rusia, China y la Argentina.
Preocupada por este estado de cosas, la comunidad judía estadounidense planteó al presidente Néstor Kirchner, durante la reciente visita del argentino a Nueva York, su disconformidad por la amistad de éste con el mandatario venezolano. "Nadie nos va a elegir los aliados. No tenemos que darle ninguna explicación a ninguna comunidad", fue la respuesta presidencial, según un informe del diario La Nación.
Cuando le preguntaron si no le incomodaban los aliados de Chávez (en alusión a Ahmadineyad), Kirchner respondió: "A Hugo le tengo mucho afecto. Nos ayudó en momentos difíciles. Él es así, y no le voy a decir lo que tiene que hacer". Y cuando le cuestionaron la no ruptura de relaciones diplomáticas con Teherán, a la luz del papel iraní en los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA en los años 90, Kirchner se defendió aduciendo: "Esos fueron ataques contra todos los argentinos. Nadie se puede hacer dueño del dolor".
El presidente de los argentinos hace rato que pendula entre la izquierda responsable de un Lula o una Bachelet y la izquierda troglodita de un Evo o un Chávez. Siempre propenso a ofenderse con facilidad, las afirmaciones arriba citadas ilustran acerca de la poca gravedad que asigna a su vinculación con los elementos más estrafalarios del populismo latinoamericano. "Dime con quién andas y te diré quién eres", reza una conocida frase popular. No será digna del análisis político sofisticado, pero ciertamente retiene mucho del saber campechano que la engendró. En una era de tantos eslóganes gastados, es útil recordar que al menos algunos de ellos mantienen su vitalidad.
Al comparar al presidente norteamericano con el diablo, Chávez no se está comportando meramente como un propagandista desenfrenado. Más bien está adoptando el discurso teológico del régimen iraní, que define a EEUU como "el gran Satán" (y a Israel como el "pequeño Satán" que hay que "borrar del mapa"). Al visitar Teherán reiteradamente, al invitar al presidente iraní a Caracas, al firmar convenios de cooperación energética y al manifestarse a favor de la construcción de una mezquita iraní en Venezuela, Chávez no está jugando a la revolución, la está creando. Y al no distanciarse de este eje judeófobo, antiyanqui y antiisraelí, nuestro presidente no está solamente correspondiendo al amigo Hugo: más bien está demostrando que su corazón está orientado hacia el destino al que ya ha arribado su política exterior.